No queda nada aquí
Y lo queda todo,
En la distancia.
Entre tu respiración
Y la mía,
Un mundo.
Cabe entre nosotros
Un amor de distancia.
*
Cuando la noche está tranquila, los amantes se susurran los besos junto al
oído y las palabras se agazapan en los callejones, trepando los ladrillos hasta
llegar a los tejados. Desde allí profesan que se aman mientras la oscuridad es
joven y el universo puede granjearnos todos nuestros deseos.
Marianne se había cortado el cabello, porque los recuerdos no podían
desprenderse con el corte de un metal si no es para abandonar este mundo. Y aun
así, lo que amamos y perdemos siempre permanece a nuestro lado.
Aún le gustaba dibujar en el aire conversaciones salidas de sus labios,
frases que chocaban entre sí en un baile erótico de momentos vividos. ¡Revivirlos,
revivirlos! El calor en esos labios, ¡que vuelva! Que el corazón no se enfríe
bajo el estallido de la distancia.
Cuando soñaba, lo imaginaba, dormida. Y cuando abría los ojos, lo añoraba, despierta.
La noche era su refugio y el insomnio la
venganza infligida sobre sí misma por haberlo perdido. A él. Y sus manos. Su
forma de mirar. Su respiración. Su sonido. Su voz. ¡Su voz!
Su voz en la
oscuridad.
Allí arriba,
sobre las luces de la ciudad, los amantes narran sus historias y ella, que está
sola, les canta a las estrellas sobre la ausencia que nunca la abandona. Y
cierra los ojos.
Y sueña.
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