Clara vivió una infancia y una adolescencia tranquilas al cuidado de su padre, quien la había aislado de toda relación con un hombre que no fuera él para proteger su divina pureza. De su madre, Clara solo supo que había muerto durante el parto. Vivían una gran villa cerca de un pequeño pueblo acompañados de un gran número de criadas de todas las edades que la cuidaban y enseñaban, a la vez que velaban por su aislamiento dentro de los límites de los dominios de su padre.
Poco después de cumplir los veinte años, aprovechando la ausencia de su padre por un viaje de negocios, Clara consiguió burlar la vigilancia de las criadas y escaparse. Al llegar al pueblo, se cruzó con un joven muchacho, el hijo del lechero, que se enamoró perdidamente de su belleza sobrenatural. La inocente Clara, excitada por el hecho de que el primer hombre que veía a parte de su padre se interesase por ella, accedió a pasar el día con él, ocultándose de las criadas que habían aparecido en el pueblo buscándola desesperadas.
Al caer la noche, Clara ya se encontraba absolutamente cautivada por el joven enamorado y aceptó la propuesta que él le hizo de pasar la noche juntos en una pequeña casa de madera que había construido al lado de un pequeño río que cruzaba el bosque. Una vez allí, hicieron el amor.
Cuando Clara regresó a la villa de su padre, todas las criadas le preguntaron horrorizadas dónde había estado y a quién había conocido con una inquietante insistencia, pero Clara se limitó a responder que simplemente quería ver el mundo mas allá de las tierras de su padre.
Semanas después, y con el padre de Clara de regreso, el rumor de su embarazo corría entre las criadas y, cuando se constató haciéndose ya evidente, poco pudieron hacer ellas por ocultárselo a su padre, quien, al enterarse de la noticia, lloró desconsoladamente durante semanas hasta que murió de tristeza. Clara había dejado de ser un ser puro y divino.
La jefa de las criadas, al ser consciente de la desdichada realidad a la que se enfrentaban, buscó por todo el pueblo al joven responsable al que condujo hasta la villa.
-A partir de ahora, la mansión y todas las tierras que la rodean son tuyas, pero habrás de trabajar duro para cuidar a tu hija con nuestra ayuda y habrás de impedir que sobrepase los límites de tus dominios y que conozca varón, pues si lo hace, estará condenada a una muerte terriblemente dolorosa y agónica durante el parto por haber mancillado su alma y su cuerpo celestiales. Vayamos pues ahora a ver a Clara, a quien está a punto de pasarle esto, igual que sucedió con su madre.
1 comentario:
Precioso cuento, aparentemente infantil e inocente, pero con una crueldad desoladora...
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