martes, 15 de abril de 2014

Era ayer.



Lo que yo era nadie lo encuentra, porque ya nadie lo busca. Lo que yo era ya no es. Lo que yo era, eras tú cuando me decías con la mirada cómo era el timbre de mi voz. Te gustaba mi voz. Y te gustaban mis palabras. Al cabo, lo que yo era es lo que eras tú. Pero ni tú ni yo somos lo que éramos. Eso se ha perdido. Eso ya no está. Se lo ha llevado el viento… lo guarda la melancolía de tus textos apasionados, de tus relatos de vida. Mis sombras de tinta.

Yo solía ser así, porque es como tú me imaginabas.

sábado, 12 de abril de 2014

Después fúe asesinado

-Parece la obra de un amante, empezaremos por ahí.
-Hemos encontrado la foto de boda.
-Gracias ¿Son pareja? ¿Casados quizás?
-Por la temperatura de los cuerpos llevarán 2 0 3 días muertos, eso sitúa la fecha entre el sábado y el domingo.
Se arrodilló a los pies de la cama y tomó muestras de los dos cuerpos, miró las heridas de cerca y volvió con nosotros.
-¿Y a que espera? ¡Vaya a examinarlo!
-No, aún no.
-¿Ha hecho el forense su trabajo?
Estaban desnudos, sobre la cama, uno encima de otro. Los dos tenían heridas de bala por las que llevaba tiempo saliendo sangre. El colchón y las sabanas habían absorbido casi toda, pero un pequeño riachuelo se había abierto paso por un costado de la cama hasta el suelo, donde se había formado un charco. Me levanté y volví con mis compañeros.
-Voy a verlo yo mismo.
-Dos personas muertas, detective, están en el dormitorio.
-Soy la detective Moon ¿Que ha pasado?
-Buenos días señorita.

jueves, 3 de abril de 2014

La estación de tren

No le gustaban los trenes. Nada de nada. Y ahí estaba ella, a punto de subirse y pasar unas eternas horas en una máquina que no le transmitía ninguna sensación que se asemejase a la confianza.
Pero este desapego hacia los trenes no surge por casualidad. Como todo lo que sentimos, tiene una causa:

Hace exactamente tres semanas, ocurrió algo muy extraño. Y lo que es más extraño aún, la gente no quería hablar de ello, lo cual provocaba un ambiente tenso en el pueblo en el que vivían.
Todo el mundo sabía que la madrugada de aquel no tan lejano sábado, había ocurrido algo que inquietaba a todo el pueblo, algo que era difícil de dejar pasar. Mi vecino, que estaba allí, me lo contó todo:
estaba profundamente dormido en el compartimento del tren, y una sensación de frío le desveló. Cuando se dio cuenta que ninguna ventana estaba abierta, se percató de que la sensación de frialdad no era un buen presagio. Le recorría por la espalda un escalofrío, como gotas heladas que se clavan como alfileres. No pudo aguantar la presión e inmediatamente se levantó para calmar su estado de intranquilidad. Abrió la puerta del compartimento, y a primera vista lo único que encontró fue el silencio. El silencio sepulcral de una amenaza, el silencio inquietante de un crimen que todavía está por llegar, un silencio revelador. Miró a ambos lados para asegurarse bien que bajo la oscuridad del tren no se escondía nadie. Pero como no se fiaba de él mismo, volvió al compartimento y cogió su mechero. No muy seguro de lo que hacía lo encendió, y empezó a recorrer muy lentamente el tren. Como si sus pies fuesen de plomo. No se atrevía a romper aquel silencio. Miraba arriba, miraba abajo... y nada. Parecía que su sensación era equivocada. Pero como siempre, decidió asegurarse otra vez y fue a ver al conductor. Pero nada. El conductor no parecía perturbado por ningún hecho. Sin embargo, cuando volvió, vio en cada compartimento colgado un papel. ¡Y eso no podía ser! ¡Sólo había pasado un minuto! ¡Nadie en ese escaso tiempo podía colgar un puñado de hojas sin hacer ruido, y mucho menos sin que él se enterase!
Pero lo peor de todo fue leer las hojas. Ojalá mi vecino no las hubiese leído, porque ahora podría vivir una vida normal Y ojalá no le hubiese dicho nada a ella, que ahora no estaría deseando no subir al tren.

Yo aún no me atrevo a decir en voz alta qué ponía en aquella hoja. Pero todo el pueblo sabíamos que nos atañía a todos. Sin excepción.
Y ahí estábamos todos en la estación. Con caras de no saber nada, aparentando una falsa tranquilidad, mirándonos unos a otros esperando una respuesta en nuestros ojos, inquietos por saber qué nos esperaba hoy.