“Estar como una rosa”, “cumplir veinte primaveras”, “ser un terremoto”, “vivir sobre un volcán”, “beber los vientos”, “bajar de las nubes”, “estar hecho un mar de dudas”, “hacer una montaña de un grano de arena”, “meterse en un jardín”… y tantas otras expresiones usan la naturaleza como elemento estético o expresivo, olvidando su significado referencial. Hoy nosotros escogeremos una (o dos, o tres, o las que queramos) expresiones de estas y les vamos a devolver su sentido referencial, es decir, que si alguien está como una rosa, que efectivamente se transforme en rosa y que viva como una de esas flores. A ver qué sale.
martes, 23 de marzo de 2010
La naturaleza en sentido metafórico
viernes, 19 de marzo de 2010
Libre
- ¿Cuántas lágrimas puedes guardar en tu vaso de cristal? -susurraba el chico. Muy acertado.
Aquel miércoles, aquel miércoles en concreto, Sara sabía cuántas lágrimas cabían en el suyo. Su vaso tenía capacidad para las lágrimas derramadas durante casi cinco años. La noche anterior habían rebosado; no había sitio en su vaso para el llanto por una niña muerta. Sara se levantó para ir a la ventana y acercarse más a esa voz amiga, pero se detuvo al notar humedad entre sus piernas. Era sangre. La tocó con la yema de los dedos, recordando por qué estaba allí. Su hija, su niñita, aquella pequeña alegría que pese a todas las tempestades había logrado florecer en su cuerpo, estaba muerta. Asesinada por su propio padre. Esta vez no lloró.
La noche anterior sí, había gritado y gritado, había derramado lágrimas amargas, había dicho todo lo que llevaba dentro. Él sólo le había gritado, se había limitado a repetir que no debería llorar, pues libraba al mundo de otra criatura débil y sucia como ella; que debía agradecerle que fuese un hombre bueno, porque, si realmente quisiera ser un hombre decente, la habría matado hace tiempo, por indigna, por sucia, por puta. Le había demostrado otra vez que era una cualquiera, arrancándole la ropa, haciéndola sentirse humillada y despreciada.
No fue aquello lo que la hizo llorar, pues había llegado a acostumbrarse; fueron los pedazos de sus sueños destrozados clavándose en su corazón los que hicieron que derramase sus últimas lágrimas. Fue la muerte de la que había sido su última esperanza, la última oportunidad de volver a creer en él y en que todavía existía el amor que un día los había unido. Ahora, que sabía que su cuento de hadas era una mentira, que su beso nunca había transformado al ogro y que éste seguía siendo tan malvado como el primer día, podía ser libre. Sara ya no quería esperar, no quería complacerle, no podía aguardar más a que de pronto, en medio de sus palizas, recordase que un miércoles de noviembre, hacía cinco años, le había jurado amor eterno. Su hija había muerto, y con ella la capacidad de Sara de creer en lo imposible.
Se levantó, se cubrió los hombros congelados con una camisa hecha jirones y se refugió en el dormitorio. Todas las paredes de aquella casa le recordaban los secretos que habían tenido que ocultar, los gritos que habían escuchado, las lágrimas que solo ellas habían podido enjugar. Pero a Sara ya no le afectaban esos recuerdos. Ahora era libre, y podía hacer que desapareciesen simplemente deseándolo. Se vistió sin apenas mirar qué se ponía, y luego cogió una gran maleta y empezó a meter sus cosas en ella y, con cada prenda que guardaba, rompía un poco más sus ataduras. Cuando hubo acabado ya no había cadenas en sus muñecas pero, si se sabía mirar, se podían ver dos alas blancas, hechas de pura luz, que nacían de sus hombros y se derramaban suavemente por su espalda. Sara cogió la maleta y se encaminó a la puerta y, cuando la cerró, dejó tras la madera cinco años de pesadilla.
Echó a andar, con sus alas de ángel desplegadas para quien quisiese verlas, sabiéndose libre por fin.
miércoles, 17 de marzo de 2010
La vocal fugada
lunes, 15 de marzo de 2010
Historia desde el final
Volvió a cerrar la puerta de la nevera, hacía tiempo que no había nada dentro y de hecho hacía tres días que la luz ni siquiera se encendía: la habían cortado.
Volvió a abrocharse el abrigo que se había puesto al levantarse y salió a la calle, a ver qué veía.
No recordaba cómo había llegado a aquella insostenible situación, pero prefería no quedarse sentado mirando.
Aún le quedaban trajes buenos y los papeles en los que ponía que tenía una carrera, que había tenido una vida. Siempre decía que iba a tener que volver a tenerla si quería sobrevivir, pero se había acomodado en esa inacción absurda.
Retomando una antigua costumbre, se sentó con un periódico –todo el mundo deja el periódico en cualquier parte cuando lo acaba- en un banco del parque. Tal vez esa vez sí buscase un puesto de trabajo que le permitiera pedir un café en una preciosa terraza viendo pasar la tarde de domingo con la boca llena de dulce en lugar de vagar sin rumbo con el alma llena de humo.
Abrió el periódico por cualquier parte y encontró que llovía de más en unos sitios y de menos en otros, que en algún país firmaban leyes corruptas y en algún otro mataban gente por razones vacías. Estuvo a punto de cerrarlo, pero avanzó hasta encontrar una serie de anuncios estúpidos que ignoró adecuadamente hasta encontrar uno absurdo, imposible, enorme, en letras grandes, negras y mayúsculas. Alguien compraba un brazo. Afortunadamente era solo un brazo derecho (sonrió pensando que al común de los mortales les molestaría, pero a veces ser zurdo era una suerte) y su sonrisa se tensó mientras la descripción del suyo propio, un brazo robusto, de mediana edad, con pelo claro y ralo… ¿realmente vendería su brazo? ¿Prefería perder una parte de sí para pagarse una abulia eterna?
Se preguntó sin más si la cantidad era suficiente y concluyó que perfectamente podría pasarse la vida comiendo cruasanes y tomando café en maravillosas cafeterías con terraza el resto de su vida con esa cantidad si se mantenía en su casa.
Y buscó en el fondo de su bolsillo para encontrar algo de dinero suelto.
Encontró también –algo difícil- una cabina y llamó al número. Una voz lenta, con acento, contestó, y en unos minutos acordó una cita para el día siguiente.
Volvió a casa despacio, no había leído las ofertas de trabajo, pero en realidad no le importaban. Esa absurda propuesta pagaría una vida de vacío en la que podría olvidar para siempre que una vez estudió, prometió, mintió, perdió y se escondió no recordaba de quién ni por qué. Y lo suyo le costaba.
Al día siguiente en el lugar acordado encontró a una chiquilla preciosa, apenas universitaria, ¿sería mayor de edad?
Con una deliciosa sonrisa y voz dulce le invitó a entrar en una cafetería y le preguntó su nombre.
Él contestó y pidió que le explicase la oferta. La operación corría a cargo del comprador, a quien no iba a conocer, y la llevaría a cabo un médico titulado.
Él quiso saber cuál era el motivo.
Ella pareció de pronto una niña. Pidió café solo, él con leche, nada para comer.
Él insistió y ella enrojeció.
Porque su padre necesitaba un implante. ¿Dónde estaba su padre?
Porque quería hacer un estudio anatómico. Ni siquiera contestó.
Porque la mafia le había encargado matar a un hombre y enviar su brazo como prueba.
Porque iba a hacer una exposición de arte moderno y quería ilustrar el sufrimiento.
Porque quería demostrar que todo se podía comprar con dinero: al mes siguiente compraría una oreja en Austria.
El hombre agradeció el café y empezó a dar vueltas al azúcar, mirándola fijamente, molesto.
Ella miraba de vuelta. ¿Y usted por qué quiere venderlo?
Porque no me hace falta, soy zurdo; y porque con ese dinero nunca más tendría que vivir. Pero quiero saber qué será de mi brazo.
Después de otro silencio ella decidió contestar.
-¿Realmente piensa cortarse el brazo?
-¿Me aseguran que la operación será segura y correrán con los gastos del postoperatorio?
-Sí.
-¿Nadie estará enterado de quién soy?
-No tiene que identificarse.
-Entonces solo quiero saber qué pasará con mi brazo, ¿alguna de las locuras que has dicho era verdad?
-Su brazo acabará enterrado en algún lugar o lo tirarán a un río.
El hombre rebulló en su asiento mirando a la chica fijamente. Sintió ganas de levantarse. Era absurdo que una niña tratara con él de amputarle el brazo. Se levantó.
-Salvará la vida de un hombre. –se quedó mirándola de pie- Es un encargo. Hay que matar a un hombre y entregar su brazo. Salvará su vida.
-¿Por qué no da el brazo él?
-Porque puede pagarse uno.
Se lo pensó. Se sentó. Calló mirando a los ojos acerados de aquella niña con voz de mujer. Decidió que no le importaba, esperaría a ver el dinero.
-¿Cuándo?
-Ahora. ¿Ha desayunado?
-No. –seguía dándole vueltas al café que no había probado.
-¿Quiere venir? –ella se levantó apurando el café.
Nada parecía real, no podía ser cierto. Y sin embargo… tal vez un brazo no era un precio tan caro. Se encontró en una consulta en la casa de un médico. Olía a limpio.
Una enfermera sonriente con una bata demasiado grande se acercó y le pidió que la siguiera. Lo pesó, le pidió que se sentara, le sacó sangre. Le hizo entrar en una consulta.
Como en una nube, respondió a una serie de preguntas formuladas por un médico serio con un gran bigote rubio. Le pidió que volviera al día siguiente en ayunas a la misma hora. ¿Tan pronto? Y cerró la puerta. La niña se había ido. Decidió no volver. Decidió buscar empleo, decidió empezar de nuevo. Volvió a buscar un periódico pero no pudo evitar una náusea cuando empezó a leer ofertas. Volvió a la cama y se quedó en blanco, con los ojos abiertos, huyendo de recuerdos formales, de angustia añeja. No iba a volver a hacerlo si había otra manera de comer.
Así que al día siguiente a la misma hora estaba allí.
El médico le comentó los resultados, le explicó que todo iría bien, le tranquilizó sin conseguir que él escuchara una palabra.
La chica rubia estaba allí con un maletín. Lo llamó aparte y le enseñó más dinero del que había visto nunca.
Tres semanas más tarde, una mañana, abrió la nevera y sacó una botella de zumo de naranja. Le habían llevado la compra a casa. Se alegraba de ser zurdo.
Para entonces ya hacía veinte días que la niña había aterrizado en Nueva York y había entregado el brazo.
El mismo día de la llegada de ella, dos hombres esperaban impacientes la llegada de un tercero en el muelle del puerto de Nueva York. El hombre esperado llegó al fin y traía consigo una caja un poco mayor que las de zapatos. Los que esperaban abrieron la caja, se miraron mutuamente, asintieron con la cabeza, la volvieron a cerrar y la tiraron al mar. Los tres se despidieron fríamente y se fue cada uno por su lado.
Aquí está la historia de Azahara
martes, 9 de marzo de 2010
Una historia desde el final
Este es el final de una historia. Ahora, cada uno debe llegar hasta aquí inventando su propio camino:
Dos hombres esperan impacientes la llegada de un tercero en el muelle del puerto de Nueva York. El hombre esperado llega al fin y trae consigo una caja un poco mayor que las de zapatos. Los que esperaban abren la caja, se miran mutuamente, asienten con la cabeza, la vuelven a cerrar y la tiran al mar.
Los tres se despiden fríamente y se va cada uno por su lado.
domingo, 7 de marzo de 2010
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viernes, 5 de marzo de 2010
I´m sorry
Sólo él se escuchó, sólo él supo cuántos perdones salieron cual exhalación de su boca silenciosa. Como palabras transparentes llenas de oscuro significado. Y purgado, se notó más liviano, porque no tenía ya, el peso del pasado. Nadie, ninguno de esos amigos, familiares, amantes y amores, supo nunca de esos pequeños detalles. Pues no eran perdones de grandes causas y agravios, eran las disculpas de cargas diminutas, que unas sobre otras, cimentaron una montaña de amargos recuerdos. Y cuando por fin supo de su estupidez, derramando una lágrima por cada uno de ellos, se perdonó a sí mismo por todas aquellas cosas. Y entonces siguió viviendo, listo para cometer otros muchos errores a fuerza de caminar, de respirar, de existir…
miércoles, 3 de marzo de 2010
Intravenoso
Tan sólo intento esconderme, esconderme de la lluvia de ideas y de las palabras que vuelan sin papeles ni avión ni cinturón de seguridad, directas al cerebelo; del bombardeo de miradas que derriten mi paraguas de ceras de colores y pintura acrílica.
Tan sólo pretendo asomarme al horizonte para mirar el polvo acumulado bajo la alfombra del océano, pero mi caballo de metadona pide más agujas y las olas de hambre me tragan sin masticar en 7 semanas cada segundo y 12 años cada mes; y me quedo en los huesos mirando a través del cúbito y del radio, porque me cansé de mi apartamento de piel y nervios y de mi sangre congelada en frascos en las montañas. Y las líneas del pentagrama no son más que rayas y la cocaína un solo de guitarra convertido en zarabanda hasta quedarse muda.
Y voy dando palos de ciego a los perros lazarillo porque aposté sus ojos para recuperar mis canicas de cristal que me mostraban el pasado y el futuro reflejando las cicatrices de mi rostro.
Tan sólo quiero ser malévolo, llamando a la mala suerte a martillazos contra el espejo del baño y ser valiente, acorralando al gato negro del destino que se cruzó en mi camino. Y mi alma quiso tocar las estrellas e intenté llevarla hasta ellas a punta de ruleta rusa. Pero las balas son de lana y la plata se fue a la luna. Y hago vedijas con mechones arrancados de las sienes y me hago una cuerda para darle al reloj pero el palier se encierra en el mecánico y llego tarde, y el tiempo se esconde en el 29 de Febrero del año pasado.
Mi conocimiento se pierde para siempre y el reconocimiento no se acuerda de nadie.
Tan sólo quiero vivir, o sobrevivir, pero ya sólo la nada tiene sentido y el de la orientación perdió el rumbo cuando los pétalos de la rosa de los vientos se tornaron vendavales y abandonaron mi norte al este del Sol.
Miro al abismo pensando en los que duermen con los peces con las estrellas de almohada, deseando un pésame de ratas y desatar edemas epidurales pero las cuerdas son cadenas y me quedo con el palíndromo y tan sólo se desata la guerra y me consumo como una cerilla apagada, sin cenizas de las que resurgir.
Y me quedo mudo de gritarle a la muerte desde la tribuna, a ver si viene de una vez a buscarme con su nueva cuchilla de afeitar recién afilada y no tengo que empeñar mis riñones para olvidarlo todo de nuevo.