Hundido entre tus manos. Desamparado entre la lluvia. Perdido entre tanto ajetreo. No remonto el vuelo pero tampoco me sumerjo entre sollozos. Impregnado de tinta y alquitrán, de siluetas de fábricas y de sonido de trompetas es difícil no garabatear por tus pestañas. Quemo mis lienzos, rompo espejos, reduzco a cenizas tanta carencia de oportunidades. Estrangulo contrabajos, rozo sueños, caigo dormido en este maremágnum de camas de faquir y no sangro demasiado, y no duele tanto. Es mucho peor este amarillo sol que no alumbra ni anima, ni da los buenos días ni se eclipsa, no luce ni da calambres. Es mucho peor esa sonrisa de paz surgida entre bombardeos y emboscadas toscas y apresuradas. Mucho peor que esa cantidad excesiva de sal y pimienta en tu cuello, esa gran contrariedad de tu gesto, esa gran mentira que llamas corazón.
Tocado y hundido. Hundido en este mar de cemento a punto de enfriarse, en este mar de lágrimas absurdas y apagadas, en este remolino voraz que me equivoca y aparta de las listas de espera. Tocado está ese espíritu que nunca fue más fuerte que el acero ni la piedra, pero que sin embargo cuando flaqueaba su fachada se mantenía su estructura. Hundido está ese niño que nunca quiso crecer, que sólo quería revolotear en un tiempo estático, sin avances ni problemas, sin imprevistos ni desequilibrios. Hundido está todo lo que no pudo salir a flote, alojado entre auroras boreales y crímenes perfectos, a mitad del día y la noche, fundiendo sus nervios con sopletes, desgarrándose el alma con sus caricias.
Hundido en la arena viendo a la Luna hacer su recorrido, a las estrellas nacer y morir. Preguntándome si tu sonrisa existe después de medianoche, queriendo saber las respuestas de nada, sentir nada, pensar nada, ser nada. Esquivando signos de interrogación algo falla y no se sostiene, algo imperceptible que me desconcentra, algo tan mínimo que no puede pasar desapercibido. No sé, pero en este jardín de huesos hechos polvo y jirones de tela, de historias pasadas de moda y puntos de sutura abundan las puertas que no llevan a ninguna parte, ventanas con vista a nuestros errores. Hundiéndome poco a poco, perdiendo la visión y la perspectiva, ahogándome entre folios y cuadernos, y palabras, y comadrejas, y sillas, y fuego, y recuerdos… Los mismos recuerdos que una y otra vez me golpean y me dicen lo mucho que me equivoque y lo mucho que dejé pasar. Y sin poder volver atrás los recuerdos felices son dagas clavadas en la espalda, los recuerdos tristes solamente es acabar calado en un inmenso chaparrón.
Pero escúchame, no tengo tiempo para saltar por los aires tan pronto, no tengo ganas de tirarme al barro. Escúchame porque ni vives ni dejas vivir. Y no me importa que luego puedas dormir bien, ni que no tengas remordimientos. Muerdes y arañas, y sonríes y haces como si nada. Como si no supiera que no tienes rostro, que vives entre sombras. Aléjate de aquí. Escúchame, ya nada sirve, todo está perdido, todo ha ardido o ha explotado. Todo no es nada, todo se ha largado sin volver la vista atrás, todo nunca es suficiente. Y tú sigues con tus juegos de azar sembrando el caos en mi habitación, dejando a mi mente sin corriente eléctrica y a mis ojos sin persianas. Sigues con tus juegos de azar sin importarte los que pierden. Y es que si te pierdo de vista no me encuentro en horas. Escúchame porque ya no eres mi mundo, sólo un lugar inaccesible y embrujado del mapa por el que no quiero acabar sin querer. Escúchame porque ya no eres mi mundo, sólo una frontera dibujada a posta, algo lejano. Algo tan lejano como siempre pero esta vez queriendo que siga lejos. Escúchame porque sólo somos cosmos y aunque duele no verte, sentirte es la perdición de mil ejércitos armados hasta los dientes.
Tocado y hundido. Hundido en este mar de cemento a punto de enfriarse, en este mar de lágrimas absurdas y apagadas, en este remolino voraz que me equivoca y aparta de las listas de espera. Tocado está ese espíritu que nunca fue más fuerte que el acero ni la piedra, pero que sin embargo cuando flaqueaba su fachada se mantenía su estructura. Hundido está ese niño que nunca quiso crecer, que sólo quería revolotear en un tiempo estático, sin avances ni problemas, sin imprevistos ni desequilibrios. Hundido está todo lo que no pudo salir a flote, alojado entre auroras boreales y crímenes perfectos, a mitad del día y la noche, fundiendo sus nervios con sopletes, desgarrándose el alma con sus caricias.
Hundido en la arena viendo a la Luna hacer su recorrido, a las estrellas nacer y morir. Preguntándome si tu sonrisa existe después de medianoche, queriendo saber las respuestas de nada, sentir nada, pensar nada, ser nada. Esquivando signos de interrogación algo falla y no se sostiene, algo imperceptible que me desconcentra, algo tan mínimo que no puede pasar desapercibido. No sé, pero en este jardín de huesos hechos polvo y jirones de tela, de historias pasadas de moda y puntos de sutura abundan las puertas que no llevan a ninguna parte, ventanas con vista a nuestros errores. Hundiéndome poco a poco, perdiendo la visión y la perspectiva, ahogándome entre folios y cuadernos, y palabras, y comadrejas, y sillas, y fuego, y recuerdos… Los mismos recuerdos que una y otra vez me golpean y me dicen lo mucho que me equivoque y lo mucho que dejé pasar. Y sin poder volver atrás los recuerdos felices son dagas clavadas en la espalda, los recuerdos tristes solamente es acabar calado en un inmenso chaparrón.
Pero escúchame, no tengo tiempo para saltar por los aires tan pronto, no tengo ganas de tirarme al barro. Escúchame porque ni vives ni dejas vivir. Y no me importa que luego puedas dormir bien, ni que no tengas remordimientos. Muerdes y arañas, y sonríes y haces como si nada. Como si no supiera que no tienes rostro, que vives entre sombras. Aléjate de aquí. Escúchame, ya nada sirve, todo está perdido, todo ha ardido o ha explotado. Todo no es nada, todo se ha largado sin volver la vista atrás, todo nunca es suficiente. Y tú sigues con tus juegos de azar sembrando el caos en mi habitación, dejando a mi mente sin corriente eléctrica y a mis ojos sin persianas. Sigues con tus juegos de azar sin importarte los que pierden. Y es que si te pierdo de vista no me encuentro en horas. Escúchame porque ya no eres mi mundo, sólo un lugar inaccesible y embrujado del mapa por el que no quiero acabar sin querer. Escúchame porque ya no eres mi mundo, sólo una frontera dibujada a posta, algo lejano. Algo tan lejano como siempre pero esta vez queriendo que siga lejos. Escúchame porque sólo somos cosmos y aunque duele no verte, sentirte es la perdición de mil ejércitos armados hasta los dientes.
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