No podemos elegir cómo morimos.
Puede que sea una de las verdades más aplastantemente devastadoras de la existencia.
El fin es cierto, tenemos fecha de caducidad pero… ¿y todas aquéllas preguntas?: cómo, dónde, cuándo… Sobre todo cuándo. El ser humano tiene una especie de obsesión por alargar más y más los años de vida. Puede ser que sea su orgullo de primate el que le empuje constantemente a luchar contra la madre naturaleza en pro de conseguir la inmortalidad. Tal vez sea que simplemente padecemos insatisfacción congénita (según las estadísticas “más” es la palabra favorita del 84% de la humanidad). Sea como fuere, a la mayoría de las personas le preocupa sobre todo el “cuándo”. Pero yo, siendo sincero, desde que mi tío Julio murió succionado por el wáter de un avión, estoy especialmente concienciado acerca del “cómo”.
Como cualquier niño mentalmente sano y físicamente flacucho, crecí bajo la órbita de los súper-héroes. Siendo así, desde muy joven supe que cuando mi hora final llegase, sería tras una lucha a muerte con un súper villano al que acabaría de dar la paliza de su vida (literalmente). Mi último aliento emprendería el viaje hacia el cielo de los héroes abrazado por el clamor de las masas mortales, que vociferarían mi nombre a los cuatro vientos, lamentándose de haber perdido para siempre al mejor súper-héroe de la historia. Soñaba despierto muchas veces imaginando mi “gran final”. Cada vez le añadía un par de detalles nuevos: mi madre diciéndole a una reportera que había sido un hijo maravilloso y que se arrepentía de todas las veces que me había castigado sin tele, una estatua para conmemorar mis hazañas en la entrada de mi colegio… Y cuando una versión me aburría volvía a inventar una nueva. Bueno, tal vez no fuera un niño “tan mentalmente sano”. Pero los hay peores.
El caso es que con los años maduré. Dejé de pensar en súper-héroes. Y también dejé de preocuparme por mi muerte. Pero eso fue hasta que escuché la historia de mi tío Julio. Mi tío Julio es, era, hermano de mi abuelo, el hermano pequeño, y al parecer tenía la vejiga pequeña. Muy pequeña, la vejiga más pequeña que nunca tuvo un ser humano. Por eso se negaba a subir a un avión. La familia pensaba que era porque tenía miedo y no quería admitirlo. Pero yo siempre le creí, y al final, todo lo que dijo resultó ser cierto.
El tío Julio tenía una vejiga diminuta, y por eso nunca volaba en avión, porque… ¿qué ocurre con…ya sabéis, el pis y lo-que-no-es-pis que se echa en el wáter de un avión? ¿qué ocurre cuando tiras de la cadena? Algunos, creyéndoos muy listos diréis que “no ocurre nada”, que el pis y lo-que-no-es-pis se va por la tubería, y ya está. ¿En serio? ¿Por una tubería? ¿En un avión? ¿Y luego qué? ¿Lo almacenan en un súper tanque de caca y porquerías hasta que llegan a tierra y entonces lo tiran todo por otro súper-mega-wáter? Hay que ser muy tonto para creerse algo semejante…
No, la verdad es mucho más escalofriante y mi tío Julio la conocía, porque él siempre sabía ese tipo de cosas; conocía a mucha gente, hablaba mucho con las personas, y una vez se lo chivó un amigo suyo piloto: “cuando vas al servicio en un avión y tiras de la cadena, todo lo que está en wáter es succionado por el inodoro y después, se abre una pequeña compuerta que está justo debajo y… (atención) cae, al vacío. Al estar volando a tanta altura, cualquier tipo de orina se disuelve en el aire muchísimo antes de tocar tierra. Lo otro… a veces da más problemas, dependiendo de lo sólido que sea.”
El caso es que su amigo piloto le dijo que no había de qué preocuparse, que el medio ambiente estaba a salvo ya que al fin y al cabo, los aviones siempre vuelan sobre el campo -abono natural- o sobre el mar, y el mar es agua, así que ahí se disuelve todo, como en una sopa gigante.
Pero sí que le previno acerca de… algo: Juli, (así le llaman, llamaban, sus amigos a mi tío), esto te lo digo a ti porque eres mi amigo, pero por favor, no lo vayas diciendo por ahí porque…ya sabes cómo es la gente. A veces se toman las cosas muy a la tremenda, exageran todo, y las mujeres son siempre unas histéricas –la mía por lo menos lo es. Si esto llegase a la opinión pública, cabe la posibilidad de que la gente dejara de viajar en avión, ¡Imagínate! ¡Sería como el fin del mundo! Así que tienes que jurármelo: jamás se lo contarás a nadie.
Mi tío se lo juró.
-Bien digamos que, hipotéticamente, la tecnología de los wáteres aéreos aún no estuviese del todo perfeccionada y que, hipotéticamente, se hubiesen dado casos en los cuales… el inodoro hubiese succionado, hipotéticamente, con una potencia excesiva, lo que se llamaría, hipotéticamente, entre los entendidos “una super-succión”.
-¿Qué quieres decir con eso? -Preguntó mi tío.
-Pues quiero decir, que hipotéticamente, podría ocurrir que la súper-succión provocase el succionamiento no sólo de lo que debía ser succionado sino también de cosas que desearían no haber sido succionadas, nunca.
-Hipotéticamente.
-Exacto, hipotéticamente.
-Y dime, cosas… ¿cómo cuáles? Preguntó mío (mi tío nunca deja, dejaba, cabos sueltos)
-Cosas que estaban…cerca, muy cerca, del inodoro, en el momento de la súper-succión.
-Hm, me pregunto…
Y en ese momento mi tío lo comprendió:
Aquello que, hipotéticamente, le estaba intentando decir su amigo piloto, era ¡¡que los retretes de los aviones se tragaban a las personas!! Desde ese instante, mi tío tuvo muy claro que nunca subiría a un avión. No sin su propio orinal bajo el brazo. O un paracaídas.
Mi tío siempre fue un hombre de honor, pero cuando mis padres dijeron que habían comprado billetes para volar a Las Canarias, pudo más el amor hacia los suyos que el deshonor por romper su juramento. Así que nos lo contó a todos. Reunió a toda la familia, como en el Padrino, y nos advirtió frente al terrible peligro al que nos exponíamos. Mis padres le dijeron que no se preocupase, que no era un vuelo demasiado largo y que no irían al servicio durante el trayecto. Él no sé quedó tranquilo, y sinceramente, yo tampoco. Puede que mis padres no tengan en muy alta consideración su existencia pero yo valoro la mía demasiado como para jugármela así.
A partir de ese día comenzó una larga y encarnizada lucha fratricida en el seno de la familia entre aquellos que defendían la postura anti aviones del tío Julio, y entre quienes estaban en contra. En el primer bando estaba mí tío, y en el segundo, el resto de la familia. Si me hubieran dado a escoger yo hubiese apoyado a mi tío pero no me dejaron.
Al final acabamos volando a las Canarias, pero yo no me quité el cinturón hasta que las ruedas tocaron tierra de nuevo. Fueron las dos horas y media más angustiosas de mi vida. Mis padres y yo estábamos a salvo, pero cada vez que se encendía la lucecita roja del lavabo, yo empezaba a sudar, preguntándome si quien había entrado volvería a salir, y si sería realmente éste uno de esos wáteres súper-succionadores. Afortunadamente en ese vuelo no ocurrió nada. Tampoco pasó nada en el siguiente que cogí, ni el siguiente, ni todos los demás. Así que, tengo que reconocer que durante un tiempo dejé de creer en la historia de los retretes-traga-personas. Perdí la fe. ¡Pero en mi defensa debo alegar que era todavía demasiado joven! demasiado ignorante…
El año pasado mi abuelo regaló a mi tío y al resto de sus hermanos unos billetes para Nueva Zelanda. Su sueño siempre había sido hacer windsurf y seasurf, juntos. Fueron las mejores vacaciones de sus vidas. Se lo pasaron tan en grande que luego ninguno quería volver. Y el tío Julio… el tío Julio, no volvió. 24h de vuelo son demasiadas horas incluso para una vejiga del tamaño de un portaviones. ¡ Y la vejiga de mi tío Julio era minúscula! ¡microscópica! ¡más pequeña que la de una hormiga! No le dejaron subir con su propio orinal (dijeron que anti-higiénico. ¡Asesinos!) y el pobre hombre, no pudo aguantar-se.
Lo peor fue no tener nada a lo que dar sepultura. Ni cenizas ni nada. El abuelo decidió enterrar el orinal, como acto simbólico. Hubieran enterrado también el paracaídas pero, nunca lo encontramos…
7 comentarios:
Vale, es una parida enorme. I know. Pero el tema salió en mi clase de francés y no he podido resistir la tentación de escribir al respecto!
JAJAJAJAJA (perdón por la expresión que va a seguir:) me descojono viva! Es así. Qué grande eres cabrona, y qué bien escribes :)
Muero xD
thanks very much girls! :)
¡Qué divertido! No he parado de reírme imaginando la situación.
Y también me he preocupado porque yo, como Juli, tengo muy poca autonomía urinaria y me gusta viajar. ¿Qué voy a hacer a partir de ahora?
Besos, Sara.
Dicertidísimo. Me ha encantado la sepultura. Leeré más cosas tuyas
Buenísisisimo sara XD pero aparte de reirme, también causa angustia existencial absurda( no sé si esa sensación existe, pero asi es XD)
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