El silencio vigilaba atentamente como Lim y Sara abrieron la verja del jardín y entraron.
Aquel lugar era completamente verde, incluso los troncos de los árboles parecía que hubiesen sido pintados de verde. La hierba tenía un tono más fuerte, más intenso, los rayos de Sol la hacían más verde. Las frondosas ramas de los árboles daban al cielo un color verde oscuro en lugar del típico azul. Los setos perfectamente recortados hacían del lugar un laberíntico entresijo de ramas y hojitas. Sara se quitó las sandalias para poder sentir la hierba entre sus dedos y tiró de la mano de Lim.
-¡Vamos! Esta vacío.
Se adentraron en el jardín, el con cautela, ella con curiosidad. Parecía como si los rayos de Sol que se colaban entre las verdes ramas les fueran señalando el camino. El ambiente era refrescante allí dentro en comparación con el bochornoso calor de las calles, afuera.
-Mira ahí.
Lim señaló un rincón donde la hierba, más oscura, aún no se había secado del rocío de la mañana por estar a la sombra de un grueso roble. Se tumbaron junto al tronco y el agua refresco sus cuerpos sudados.
-Esto es un paraíso.
-Sí, por eso suelo venir aquí en verano-le contestó ella.
Él apartó un momento la vista de su lindo rostro y miró hacia arriba; la araña colgaba boca abajo de una rama del roble.
-¿Pasa algo? - le preguntó Sara mientras se sentaba encima de él.
Justo cuando ella acariciaba su mejilla, mientras se inclinaba hacia adelante un gato se detuvo y les observó.
-¡Anda mira! Hola señor gato.
Se miraron. Tenía el pelaje marrón con manchas grises, no parecía encajar del todo con el verde del jardín. Tras observarlos durante unos segundos continuó su camino como si hubieran perdido todo el interés.
-Parece que no le atraemos mucho.
-No, que se le va a hacer.
Los dos se atraparon en una mirada. Sobre sus cabezas la araña seguía tejiendo ¿Que insecto imprudente caería en su red?
La tarde iba pasando, el Sol se estaba acostando sobre el lecho del horizonte. En el verde jardín la noche pintaba tranquilamente grises y negras sombras. El silencio se arropó con una negra manta. La seda de la araña parecía el único color que quedaba en el jardín alrededor de Sara y Lim. El verde se convirtió en negro, pero la Luna creaba grises brillantes como la seda de araña aquí y allá. Por donde se colaba su luz una telaraña parecía haber sido tejida. Ninguno de los dos se percataba del cambio que se había producido a su alrededor, estaban sumidos en un sueño, tumbados sobre sus dulces labios, enredados en un cuerpo. La seda les envolvía, les arropaba, y les acunaba en una gran hamaca. Habían caído en la tela de araña.