Hace mucho viaje a un lugar mágico, un lugar donde no existe el tiempo, un lugar donde las palabras “nunca jamás” no se pronuncian, un lugar que avergüenza al paraíso.
Verás, ese lugar es una isla escondida de todo el mundo, no hay plano ni brújula que te lleven hasta allí, todo marinero ha oído hablar de ese paraíso pero ninguno ha estado allí, nadie excepto yo.
Jamás podré volver a aquel lugar, pero espero que cuando la muerte me recoja, me lleve hasta allí con sus negras alas y pueda disfrutar de ese paraíso hasta el fin de los tiempos.
Nunca podré olvidar sus playas de fina arena, de polvo blanco y suave, que se resbalaba entre mis dedos como un secreto revelándose, como el buscador de oro que trata de encontrar una pepita. El agua allí era clara, casi transparente, y en el fondo se podía ver el brillo de las escamas de algunos pececillos traídos desde un arrecife cercano.
El cielo abierto invitaba a crear como una pizarra en blanco, te pedía dibujar con nubes lo que imaginases. Solo una o dos gaviotas se atrevían a cruzar ese cielo brillante por el Sol.
En el interior de la isla una selva de colores vivía, respiraba, y observaba mis pasos. Las palmeras de la playa poco a poco daban paso a grandes árboles por los que trepar, y pequeñas plantas a las que apenas las llegaba la luz solar. La vegetación se hacía más y más densa, raíces y lianas que se anudaban entre sí formando una densa red, muy dura incluso para un machete. Pero toda esta masa de selva se veía bruscamente interrumpida por la ladera de un volcán, una montaña en el centro de la isla, un ardiente corazón. Una llama de pasión que nunca se puede apagar.
Tuvimos que abandonar aquel paraíso a toda prisa por miedo a que nos alcanzaran sus ardientes manos. Pero si muero y voy allí a descansar, no tendré que preocuparme por eso, ni por nada, sería mi propio cielo.
1 comentario:
Bueno, bueno, bueno Ulises. Qué pasada de texto. Me fascina mucho. Es hiper lírico y metafórico. cada día me sorprendes más. Enhorabuena :)
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