jueves, 24 de junio de 2010

A la salud de todos los infieles a sí mismos

...y prometo, prometo que nada será eternamente igual, prometo repetir mis errores hasta que se harten de mí; prometo aprender bien todos los pecados capitales y practicar el deseo de reincidir a la vez que de enmendarme; prometo no olvidarme del dolor ni de la sensación que deja éste cuando se va; prometo no dejar nunca de embriagarme de emociones, de sentir la efervescencia de una corriente eléctrica creciendo a través de mis muslos, de mi columna vertebral, de mi nuca; prometo que el aire volverá a faltarme en el pecho, prometo que mis manos temblarán de nuevo, que cada milímetro de mi piel se erizará, que el miedo y el asombro poblarán mis ojos una vez más, y otra; prometo recordar que el ansia de vivir existe, que hay un hambre que sólo se aplaca al devorar el mundo a mordiscos; prometo no abandonar nunca mi instinto animal, el deseo feroz y violento, tener las garras y los dientes siempre bien afilados; prometo que estallaré en risas y en llantos a la menor ocasión, que mis actos serán irracionales y mis pensamientos sensatos; prometo seguir buscándome, no importa en dónde ni en quién.
Y si no me encuentro, al menos tendré la certeza de que cumplí una de mis promesas.

miércoles, 16 de junio de 2010

Inconexión en dosis letales.

Caían las hojas de los árboles, el cielo se nublaba y se llenaba de amatista. Temblaba la vida encerrada en un hospital. El amor se quemaba vivo aposta. Caían lágrimas de los ojos de una estatua de mármol blanco, el sol se marchaba de viaje en globo por las venas de un perro lazarillo. No me quedaba voz, ni tacto, ni vista. Sólo medio botiquín y un poco de veneno. Un sueño, una postal medio quemada, algunas pocas normas por romper. Y el tiempo pasaba y no avisaba de su presencia, nos echaba su aliento fantasmal en la nuca y nos hacía dudar de las cosas que nunca ocurrían, de todo lo pasado, del continuo presente. Kilos de decisiones y litros de rabia reventaban en mi estomago, me cortaban la respiración.

Y los duendes, las hadas, los dragones negros y las brujas de fin de semana me miraban y huían dejando a la alfombra con la columna vertebral rota, dejando sin tuercas ni tornillos las puertas. Huían y todo era un lío ahí fuera. El jardín se quejaba y no dejaba de tejer con hilos de saliva prendas de odio, pintaban un paisaje lleno de color muerte y agua no potable. Contaban entre carcajadas las consecuencias de los impactos de los meteoritos. Y entre tanto, entre impacto e impacto, surgían llamaradas moradas en mi lengua y me pasaba el mes atado al hielo. Congelándome sin moverme del sofá. Y si tenía demasiado frío rompía más y más promesas, hacía hogueras con mis libros favoritos, con mis mediocres poemas de estaño y extraño pelaje. Si tenía demasiado frío la iba a buscar a su vida de flor perdida entre paramos y no me atrevía a llamarla a gritos. Rompía a llorar y rompía el suelo con una mirada impregnada de locura, legañas, pasión mortal.

Y dando saltos mortales volvía al mundo real y abrazaba las semanas sin demasiada ilusión, sin descanso, sin buena música, lleno de complejos y de poca seguridad. Y las vías del tren me obligaban a dormir, y los regalos de cumpleaños a sentirme cada vez más joven, y la noche a ser un gato, y el día un lagarto. A cada golpe de tambor un golpe de gracia en un latido. A cada golpe de soplo de viento una brisa que talaba bosques, que llenaba de pereza a la ilusión, que no decía la verdad y siempre acertaba. Y entre escombros, hecho un lío, sin saber salir de mi propia jaula, sin las llaves del coche, sin gasolina en los labios echaba andar y hasta donde me depararan las piernas. Tal vez en un bar donde el tiempo no pasa y el alcohol nunca acaba, donde la tristeza era un compañero fiel, donde el silencio se veía a veces interrumpido por invocaciones y rituales para obtener más vino, más tristeza, más propina. Tal vez acabara despierto en una cama de arbustos y comadrejas, de tejas de pizarra y tizas invisibles. Y si no ando me quedo plantado en cualquier sitio y echo raíces sin pensarlo. Y miro al mundo con una sonrisa de incomprensión. Un mundo con una marca de carmín en una mejilla y en la otra la marca de un mordisco. Un mundo deformado y desigual sin suficiente cinta adhesiva para arreglarlo todo. Medio mundo lleno de escarcha, medio mundo acatarrado, medio mundo infeliz. Y la otra mitad o no sabe o no contesta.

Y como para contestar están las cosas si ella no está cerca para torturarme, para guardarme bajo llave, para encerrarme en mí mismo, para clavarme en los pulmones los clavos de la emoción y en las pupilas un puñado de afiladas interrogaciones. Y sin sentido, empañado por el humo y el vapor de agua, no veo nada, demasiada luz y demasiada tiniebla, demasiado acero y demasiado cristal, demasiado viento en la médula y demasiada tentación en su perfume, demasiado alquitrán en mis neuronas, demasiados cocteles entre semana, demasiados secretos que escuecen y marchitan ,demasiado odio, demasiada piel que centellea y escapa, demasiadas ganas de estallar en mariposas de petróleo y carbonizarme en alguna luna de Júpiter mientras el mundo explota en color y sobredosis de software y puntos de mira, en balas de plata y sargentos de hierro, en una graciosa expresión de sufrimiento, en una hoja que cae de un árbol mientras el cielo se nubla y se llena de amatista.

lunes, 14 de junio de 2010

Números

Mil millones de estrellas en el núcleo de una galaxia sin nombre...

Trescientos cincuenta mil millones de sistemas planetarios. Catorce mil ochocientos veinte planetas al borde de la espiral, trece mil setecientas nubes de asteroides y once mil cuatrocientos cometas sin órbita fija.

Siete millones de supernovas por segundo a dieciséis mil años luz en trescientos sesenta grados en todas las direcciones en el espacio. Nueve mil nuevas nebulosas formando materia cada minuto.

Un Sol envejeciendo, ocho planetas muertos rodeando a una esfera azul envuelta en trece mil setecientas toneladas de basura espacial.

Trescientas ochenta y dos fronteras delimitadas y ciento sesenta y dos repletas de doscientas diecisiete mil minas antipersona.

Siete ciudades hipercontamindas, nueve desastres nucleares. Tres icebergs y dieciocho kilómetros cuadrados de hielo diluyéndose en el océano cada cincuenta y dos horas.

Dos niños muriendo de hambre cada segundo, veintidós piernas trepanadas por las bombas cada treinta y siete horas. Dos metros de océano ascendiendo con la marea de cada veintiocho días de ciclo lunar y seis mareas negras cada cuatro meses. Diecinueve incendios forestales llevándose por delante a doce especies cada tres semanas.

Veintisiete guerras abiertas, dos mil tanques a un lado, veintitrés críos al otro. Cinco disparos de cañón. Diecisiete críos menos. Tres ojos ciegos por el fuego y la metralla. Doscientas cincuenta mil casas en ruinas, dos bombardeos al amanecer, uno antes del ocaso.

Dos coma tres lágrimas por centímetro cuadrado de mejilla quemada por el Sol. Una garganta, mil voces mudas, un grito de rabia que se pierde entre las humaredas de trece mil chimeneas. Cero coma treinta y siete toneladas de hambre en cada costilla tatuada contra el pellejo que queda.

Treinta y nueve músculos en movimiento, sesenta y dos ya sin riego sanguíneo, catorce desconocidos. Un corazón, treinta y cinco latidos por minuto, treinta y tres, veinticuatro, dieciocho,...

Mil billones de células, una respiración, tres bocanadas de aire, diez espasmos musculares, mil ganas de vomitar, quince billones de bases nitrogendas secuenciadas en cada célula, infinitos átomos, innumerable vacío, cero deseos de continuar, menos cuarenta y seis centilitros de voluntad para seguir soportando las doce mil atmósferas de dolor que oprimen y desgarran por dentro una ,dos, tres, cuatro, cinco, seis y diez veces y vuelta a empezar...

Incontables memorias, una bala, otra, otra más...Cuenta perdida.

Ningún recuerdo...Y fin del cuento.