domingo, 26 de diciembre de 2010

Poesía sin ruta

Mi universo es un océano de Tequila
mi corazón un agujero de bala
mis ojos el filo de la navaja
tus labios el trazo de Dios
y todo estalla, no queda nada ya
es una poesía sin ruta
una rumba sin dirección

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Dios, me gustaría que
Estuvieras aquí
Es como dejar de vivir
El nido de un pez en el pecho
Tengo
El oxígeno en el vuelo de un águila
Siento
La inexistencia
La incoherencia de sentir

Tomo, lo tomo todo
La vista desde las nubes
La forma sublime de caer
El vértigo de vivir
La mitad del amor
El cuarto que sobrevive
Del corazón

Dios, me gustaría que
No fuera una canción
Votos sin razón
En un anillo de papel
En un círculo sin fin
Nadando hasta siempre
Y por nunca
Decir que adiós existe

Quiero
Hablar de nada
Decirlo todo
Escribir las mareas, que tantos relojes han parado
Leer tu poesía, en esos labios de viento
Bésame, como besa el mundo a oscuras
Bajo estrellas muertas y planetas lejanos
Entre silencio y magia
Donde el universo reza y descansa
Allí reside el primer aliento
El comienzo
Del camino sin recorrido
Que me llevará para siempre contigo

Siento que veo
Y prometo que no puedo
Dejarte ir
Mi
Corazón,
se ha parado
Veo que siento
Es el tiempo
Moviéndose tan,
junto a ti,
tan, tan lento…

lunes, 20 de diciembre de 2010

Feliz Navidad

Espero que a la vuelta de las vacaciones de Navidad continuemos la tertulia que tuvimos tan interesante el último miércoles. Yo, al menos, me lo pasé muy bien y aprendí mucho de vosotros, como siempre.
Feliz Navidad y que descanséis.

martes, 14 de diciembre de 2010

domingo, 5 de diciembre de 2010

El ruido que hace la nieve al caer.

Ayer llovía a cantaros y hoy no canta ni la radio. Intento que el tiempo se congele, que la vida se detenga. Y es todo tan igual que es hasta irreconocible, tan exacto que desconcierta, tan normal que extraña. Tan igual como aquella vez en la que todos los cristales se rompieron. Todo es exactamente como el segundo anterior. Nada se para, nada se frena. Ese coche sigue a la misma velocidad, esa persona sigue andando hasta el final de la calle para luego desaparecer tras una curva. No sé, pero miro todo y todo parece diferente, tan familiar como de costumbre pero cómo si hoy no encajara con el resto. Las sábanas revueltas, el lio de cables, la ropa tirada. Parece que hoy no llega el ruido de los pasos, ni el murmullo de las voces, ni el estrepitoso sonido de los frenazos y los cláxones. Parece que de repente todo está sumergido en un silencio artificial o puede que sea yo el que no quiera escuchar todo ese ruido. Puede que hoy el sol no luzca demasiado. Puede que hoy decida decidir no salir de la sala de estar y estar parado para nada. Puede que no haya tiempo ni espacio para todo estos metros cuadrados. Puede que todo esté teñido con ese enfermizo color de desprecio y lejía. Este inmenso vacío que no hace más que agrandar, esta hambruna de sonrisas, esta sequía de milagros, esta eterna espera al lado de una hoguera en busca de una sola chispa de paz.

Miro la tierra y está surcada de arrugas por las heladas y las pisadas, por las prisas y las velas encendidas, por el exceso de maquillaje que intenta paliar el exceso de dolor y esta amarga decisión de que cada camino que tome no tendrá vuelta atrás. Miro como una lágrima a punto de caer puede congelar el tiempo. Siento como al veneno le ataca la nostalgia después de envenenar, y sin embargo convence a los incautos para que lo vuelvan a probar. Y devoro granos de arena pero no gano ni más tiempo ni más peso y cuento hasta el infinito pero siempre me quedo dormido a la mitad. Y no se encienden las lámparas de araña, y me puede el cansancio cada vez que veo esa sonrisa que no sabe a dónde va. Tiritando de frío observo estupefacto como crece la decepción en las macetas y como el desprecio llama a la puerta. Como la noche deja paso al día sin pedir permiso. Y al final, mis neuronas me dejan a solas con este rompecabezas lleno de brechas en la frente y con este mal cuerpo. Intento abarcar el universo con mis brazos, darle una buena salida a este diálogo poco ensayado. Intento absorber todo el fuego que despiden sus ojos y marcharme lejos de este terreno tan árido como el fondo del vaso que acabo de apurar.

Busco la manera de romperle los huesos a esa escalera de caracol invertebrada, dejar en libertad a esas ratas de laboratorio que odian el método científico. Intento que esa balanza que se queja por quejar guarde su equilibrio, seguir paralelo a los desbarajustes horarios, a estos folios y folios con intentos de no contar nada especial y acabar revelando la visión en sepia de esta locura en blanco y negro. Intento arrancarte un susurro de los labios, abrir la ventana y que se marche la miseria, que durante un segundo nadie diga nada. Imaginar de nuevo que nada es lo que parece, que si me lo propongo puedo soñar con estar en otro lugar, en otro momento más preciso exento de amenazas infundadas. Imaginar que mañana no será otro día más entre sumas de días y semanas. Intentar aguantar las ganas de hacer despertar a todos esos violines afónicos, a esa jungla de edificios, a esa pizca de lucidez que tanta falta hace.

Todo parece una obra teatral que no empezó bien desde el principio. Cuyo decorado se cae a pedazos, cuyos actores son tópicos y palabras tabú en un juego de mesa que pasa del azar y de los turnos. Sin sentido como una guerra sin bandos enemigos, como una carta escrita a mano dirigida a un caluroso día de agosto, como una palabra sincera en medio de una gran mentira. Y mientras tanto, el público observa que la vida se ríe a carcajadas, el odio hace acto de presencia, el amor se evapora y estalla en recuerdos que no se borran ni con mi goma de borrar. Y todo culmina en un aplauso obligado. En un himno a la esperanza de encontrar una crítica que no sea del todo mala. Pero si no es malo es peor, entre estos cementerios de sueños y poesías, en estas armaduras a prueba de balas y miradas, y desafíos, y agonía. En este oscuro pasillo lleno de fantasmas donde no sé ve nada, donde nadie quiere hablar. En estas montañas de hojalata donde nadie resiste la lluvia como yo no resisto resistir la tentación de quedarme en silencio. Donde las palabras brotan poco a poco pero ya nadie las puede entender.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Cuento hacia atrás

Y fin, fin de todo y de nada, fin de la historia y del presente de hace unos segundos. Fue el fin del avance, la llegada a lo eterno: el Perro encontró el fuego. El fuego contra la tempestad y la tristeza, contra la soledad y el frío, y los nudos en el estómago. Pero también el fuego de las cadenas y el vértigo, el fuego del terror a que se apagara y de las pesadillas de no poder tocar su calor.

Llegó allí tras pasar por las estepas solitarias y los bosques sin luz, donde sólo llovía el viento bajo los árboles y los truenos sólo iluminaban el granizo de los sótanos. Fue allí donde se hartó de morirse de temblores y de helarse de la tristeza y de la rabia sin nadie a quién gritarle por dentro. Nadie a quién contagiar su eco en bruto y sus palabras de fósforo y madera.

Encontró aquel lugar tras recorrer el valle de las lágrimas. Lágrimas negras de ónice, carámbanos de cristal y agujas oxidadas.
Allí se enamoró de la belleza de los cuervos y de la oscuridad, y del sonido del aire en los labios. Labios de aguijones, guardianes de lenguas venenosas. Allí los cuervos se llevaron su corazón y picotearon su alma, dejó sus lloros para siempre, muriendo por dentro y deseando hacer arder todo cuanto le rodeaba.

Pero sólo cayó en aquel valle tras andar sin rumbo ni destino, después de tropezar y pasar el suelo, después de trazar más y más círculos hasta hundirse en los huecos de sus propias huellas. La nieve le anidaba en su casco de huesos de hojalata y las golondrinas lo ahogaban bajo su mierda de murmullos y de risas despiadadas. Y de uniforme una piel sin suficientes cicatrices de camuflaje. Y de calzado esas malditas botas de cuero amoratado lleno de ampollas.
Como armas sólo una remordida bayoneta con la tinta sin afilar, los colmillos y un par de balas de barra de bar.

Y cómo empezó a caminar sin razón alguna, y cómo decidió a qué lugar marchar a curar su psicosis, y los cortes infecciosos del insomnio, no lo sabe nadie. Ni él, el propio Perro.
Sólo se sabe que un día la locura lo cubrió por completo y lo barnizó hasta los tuétanos y las conexiones nerviosas. La paranoia le hizo pedazos y los pensamientos desquiciados torcieron su norte y su sur, su arriba y su abajo, y su columna y su maldito sentido de la orientación.

Sólo se sabe que un día despertó de otra vida, o de otra nada. Despertó para mirar al mundo a los ojos y a la muerte por encima del hombro. Despertó y rió y gritó y empezó a soñar.
A soñar sueños de papel, de témperas y de gotas de sudor. Sueños de olas de mar y de mundos de caracolas y castillos de arena.

Un día el Perro nació y empezó a soñar. A soñar hasta encontrar aquel fuego que le abrigara como la superficie del océano y le meciera como la luz del Sol. Hasta encontrar aquel fuego que le obligara a no despertar jamás.