domingo, 7 de marzo de 2010

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Confunde su rumbo porque siempre fue incapaz de confiar en nadie, ni si quiera en su brújula en pleno camino. Se pierde en el tiempo porque ni siquiera sabe que los segundos no se reciclan, no se recuperan, no se negocian. Destroza su horario porque así es como pasa las horas. Muerde el vacio porque el que la observa durante más de medio minuto se le acaba el deseo de desear ser mordido por ella. Lanza sus pestañas a otras estepas porque aquí los campos se riegan con desengaño, porque aquí se siembra la realidad. Roza el hierro y lo congela porque hasta el hierro conoce sus intenciones camicaces.Vuela sola y se enfada si no invita la casa y si juega a algo que no sea el Black Jack siempre gana la banca. Se arroja con los brazos abiertos al océano los días de tormenta pero la fuerza del mar la conduce hacia la costa donde no peina a las olas ni con peines de espuma ni golpean sus pensamientos en la arena fina y blancuzca de alguna playa, de esas que nadie pisa si no es con chanclas. Desgarra la tierra y también a los que se acercan demasiado y luego llora cuando su cama de matrimonio se queda pequeña para ella y todas esas penas que echan raíces desde sus papilas gustativas hasta el corazón. Confía en los nuevos atardeceres, en los gatos negros, en romper espejos en todo en lo que nadie confiaría. Caen rayos y ella se calla. Respira despacio para que nadie note su presencia, pero un corazón tan roto como el que tiene suena demasiado cuando se mueve, como si llevara muchas moneditas de un céntimo en un bolsillo. Abandona los bares pero siempre se quedan en ellos su sonrisa de gato de Cheshire, su perfume olor a adrenalina y dinamita a punto de explotar. Da un paso y otro paso, y otro paso más pero solo avanza lo que le permiten avanzar el peso de todas las malas decisiones pasadas. Se esconde del gentío entre las muchedumbres de ciegos, que solo son ciegos porque no quieren mirar, porque no quieren ver como se desmorona sus castillos de arena. Levanta la vista y aspira los acordes de una guitarra que alguien toca a lo lejos, acordes que hablan de una vida tan triste como las demás vidas, tan llena de momentos dulces y amargos que no se sabe que ingrediente está echado de más, con los mismos miedos que todos tenemos. Se desplaza desde uno de sus ojos una lágrima que recorre su mejilla hasta su barbilla donde cae hasta el suelo y se convierte en piedra. Cae una de sus lágrimas y se detiene el mundo durante una milésima de segundo.

Despierta de sus pesadillas solamente para introducirse en otras nuevas. Bebe el coctel de somníferos y esperanzas que se contradicen entre sí y que no sirven para nada solo para que ella se crea que un día cualquiera funcionarán. Hace fotos al brillo que desde lejos desprenden las ciudades cuando es de noche, como si el brillo de las cosas se percibiera mejor desde lejos. Cuando navega por el aire encalla y naufraga contra una azotea desierta y se pasa días sin saber qué hacer, sin intentar siquiera fabricarse una balsa con los pocos huesos que le quedan. Son las doce en algún lugar pero para ella siempre son las 00:00. Mira su reloj y siempre marca la misma hora tal vez porque tiene que hacer algo, algo que tuvo que hacer hace mucho tiempo y hasta que no lo haga el reloj no avanzará. Como todas las tardes la televisión siempre escupe las mismas noticias de siempre y ella ya por la costumbre escucha las muertes de medio mundo como si comentaran cualquier cosa aburrida y cotidiana. Mira las fotos de cuando era niña y recuerda esos momentos en los que intentaba volar su cometa sin que hubiera viento, cuando los problemas matrimoniales de sus muñecos no los tenía ningún matrimonio de la zona.

Las voces de su cabeza ya no hablan, solo gritan frases ininteligibles, rugen y barritan y retumban en su cráneo. Y no cesan. Y no se callan, sólo giran en círculos alrededor de su cerebro. Traga pastillas de colores que al tocar su lengua se transforman en bólidos de carreras que bajan por su garganta a más de ciento ochenta kilómetros hora dejando su carrocería por su organismo, y así ella piensa que sus metas están más cerca, pero solo es el espejismo causado por la sed en un desierto donde el calor es insoportable y hay un cien por cien de humedad. Los rayos de sol rebotan en su piel tornada en escamas y ella con sus manos intenta agarrarlos y guardarlos en cajitas de cristal, y ahora tiene tantos rayos de sol guardados en cajas que parece que el sol tiene alopecia. Y con las plumas de cuervos escribe en las palmas de sus manos todo lo que le ocurre cada día, todo lo que piensa, toda su vida. Y página tras página en su piel ella se transforma en la protagonista de una historia que tiene la forma de una gota de lluvia que brilla ligeramente más que las demás en medio de millares de gotas que caen a la vez ininterrumpidamente.

1 comentario:

Pura dijo...

Uf, Mario, qué vida más sórdida. ¿De dónde te sacas estos personajes sin futuro, instalados en un mísero presente que no les ofrece nada? Escribes unas imágenes que dejan al lector tieso y boquiabierto. Como siempre, estupendo.