domingo, 5 de diciembre de 2010

El ruido que hace la nieve al caer.

Ayer llovía a cantaros y hoy no canta ni la radio. Intento que el tiempo se congele, que la vida se detenga. Y es todo tan igual que es hasta irreconocible, tan exacto que desconcierta, tan normal que extraña. Tan igual como aquella vez en la que todos los cristales se rompieron. Todo es exactamente como el segundo anterior. Nada se para, nada se frena. Ese coche sigue a la misma velocidad, esa persona sigue andando hasta el final de la calle para luego desaparecer tras una curva. No sé, pero miro todo y todo parece diferente, tan familiar como de costumbre pero cómo si hoy no encajara con el resto. Las sábanas revueltas, el lio de cables, la ropa tirada. Parece que hoy no llega el ruido de los pasos, ni el murmullo de las voces, ni el estrepitoso sonido de los frenazos y los cláxones. Parece que de repente todo está sumergido en un silencio artificial o puede que sea yo el que no quiera escuchar todo ese ruido. Puede que hoy el sol no luzca demasiado. Puede que hoy decida decidir no salir de la sala de estar y estar parado para nada. Puede que no haya tiempo ni espacio para todo estos metros cuadrados. Puede que todo esté teñido con ese enfermizo color de desprecio y lejía. Este inmenso vacío que no hace más que agrandar, esta hambruna de sonrisas, esta sequía de milagros, esta eterna espera al lado de una hoguera en busca de una sola chispa de paz.

Miro la tierra y está surcada de arrugas por las heladas y las pisadas, por las prisas y las velas encendidas, por el exceso de maquillaje que intenta paliar el exceso de dolor y esta amarga decisión de que cada camino que tome no tendrá vuelta atrás. Miro como una lágrima a punto de caer puede congelar el tiempo. Siento como al veneno le ataca la nostalgia después de envenenar, y sin embargo convence a los incautos para que lo vuelvan a probar. Y devoro granos de arena pero no gano ni más tiempo ni más peso y cuento hasta el infinito pero siempre me quedo dormido a la mitad. Y no se encienden las lámparas de araña, y me puede el cansancio cada vez que veo esa sonrisa que no sabe a dónde va. Tiritando de frío observo estupefacto como crece la decepción en las macetas y como el desprecio llama a la puerta. Como la noche deja paso al día sin pedir permiso. Y al final, mis neuronas me dejan a solas con este rompecabezas lleno de brechas en la frente y con este mal cuerpo. Intento abarcar el universo con mis brazos, darle una buena salida a este diálogo poco ensayado. Intento absorber todo el fuego que despiden sus ojos y marcharme lejos de este terreno tan árido como el fondo del vaso que acabo de apurar.

Busco la manera de romperle los huesos a esa escalera de caracol invertebrada, dejar en libertad a esas ratas de laboratorio que odian el método científico. Intento que esa balanza que se queja por quejar guarde su equilibrio, seguir paralelo a los desbarajustes horarios, a estos folios y folios con intentos de no contar nada especial y acabar revelando la visión en sepia de esta locura en blanco y negro. Intento arrancarte un susurro de los labios, abrir la ventana y que se marche la miseria, que durante un segundo nadie diga nada. Imaginar de nuevo que nada es lo que parece, que si me lo propongo puedo soñar con estar en otro lugar, en otro momento más preciso exento de amenazas infundadas. Imaginar que mañana no será otro día más entre sumas de días y semanas. Intentar aguantar las ganas de hacer despertar a todos esos violines afónicos, a esa jungla de edificios, a esa pizca de lucidez que tanta falta hace.

Todo parece una obra teatral que no empezó bien desde el principio. Cuyo decorado se cae a pedazos, cuyos actores son tópicos y palabras tabú en un juego de mesa que pasa del azar y de los turnos. Sin sentido como una guerra sin bandos enemigos, como una carta escrita a mano dirigida a un caluroso día de agosto, como una palabra sincera en medio de una gran mentira. Y mientras tanto, el público observa que la vida se ríe a carcajadas, el odio hace acto de presencia, el amor se evapora y estalla en recuerdos que no se borran ni con mi goma de borrar. Y todo culmina en un aplauso obligado. En un himno a la esperanza de encontrar una crítica que no sea del todo mala. Pero si no es malo es peor, entre estos cementerios de sueños y poesías, en estas armaduras a prueba de balas y miradas, y desafíos, y agonía. En este oscuro pasillo lleno de fantasmas donde no sé ve nada, donde nadie quiere hablar. En estas montañas de hojalata donde nadie resiste la lluvia como yo no resisto resistir la tentación de quedarme en silencio. Donde las palabras brotan poco a poco pero ya nadie las puede entender.

4 comentarios:

Daniel Rosselló Rubio dijo...

"el exceso de maquillaje que intenta paliar el exceso de dolor"

Muy bueno Mario!!(ya era hora!XD)

Mario Sánchez dijo...

Muchas gracias Dani!

C.S dijo...

está muy chulo Mario, con una gran cantidad de ideas sumergidas que van saliendo a la luz dentro de frases poderosas :P

34645645y dijo...

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