lunes, 13 de agosto de 2012
Vida, partida de cartas
Negro humo para un salón tan colorido. Las oscuras nubes se transparentaban ante el alegre brillo de los neones. Respiro ese gas toxico mientras una luciérnaga agoniza en mi boca; los cadáveres de sus compañeras yacen espachurradas contra el pequeño ataúd circular de arcilla. También hay quien prefiere gruesos gusanos cuya piel marrón recuerda a la rugosa corteza de los árboles. Unos enormes ventiladores en el techo tratan de disipar los manchurrones de polvo que nadan en el aire resultando de lo mas molesto para la garganta el fuerte olor a alcohol que burbujea en las copas de manera similar a como lo hace un caldo de verduras expuesto al fuego del hogar.
Bajo mis manos atentas descansa de la tensión dos cartas blancas, dos palomas de falsa libertad, hechas de un papel blando y suave como los sueños, que se doblan calidamente como una almohada, sin miedo a quebrarse. Dos cartas que odio y que amo, dos papeles de liar tabaco, dos fichas de mi destino, dos marcas en mi conciencia. Un As de corazones, el corazón mayor, el señor de los corazones, una cajita frágil y diminuta en cuyo interior está el tesoro más valioso del mundo, un deseo inalcanzable, un anhelo hecho realidad, una copita de vino que se llena y se vacía constantemente, repitiéndose una y otra vez. La otra carta una J de diamantes, un dandy siempre sonriente, siempre en mi mano dispuesto a ayudar hasta la muerte, valioso como el brillante diamante que muestra, más valioso para algunos que la propia vida, útil como la mejor herramienta, siempre bajo la manga, siempre cuando menos se lo espera.
Ante mi los espadazos, la esgrima, los ojos desenfundados que chocan con los del rival, los filos se mellan y escupen chispas que se apagan como colillas. Atenta cada espada al movimiento de la otra para poder pararla, devolverla. La pelea se recrudece, los golpes más violentos y la furia nos arrastra; un tajo me alcanza, y e habré el pecho. Me alcanza el corazón hiriéndome de gravedad, y cae sobre la mesa, envuelto en un matojo de venas y arterias como la red de un pescador que ha atrapado el pez que quería. Queda ahí encima golpeando cada vez mas flojo, sudando por sus venas lo poco de vida que le queda. Suelto de mi mano el As, para poder coger sus manos, suaves como las cerdas de un pincel, que me envuelven calidas como un nido alrededor de su huevo, preciosas como la hoja de un trébol y yo siento que las deseo con fuerza para ponerlas junto al caballero de sonrisa resplandeciente de diamantes.
viernes, 3 de agosto de 2012
Origami
Pasearon por el pueblo
durante casi una hora. Ya había atardecido pero el cielo no estaba oscuro del
todo, empezaban a brillar en él las estrellas más luminosas. El pueblo era como
cualquier otro pueblo. Era pequeño y acogedor. Siempre solía salir humo de
alguna chimenea, por eso siempre olía a leña. En los alrededores de la plaza,
los bares empezaban a atestarse. El
ruido del barullo se sumaba al de las cigarras y los grillos. La Luna no
estaba completamente llena.
Separada del resto de
casas había una que permanecía solitaria. Las persianas de las ventanas a medio
bajar. Diferentes macetas colgaban de la fachada, algunas se erguían bien
regadas, otras no. Cerca de la puerta de entrada había una jaula para pájaros
abierta. Delante de la puerta diversos montones de folios con piedras pintadas
de colores encima.
-¿Y esa casa? ¿Quién
vive ahí?
-No sé su nombre, solo
sé que es muy mayor. Casi nunca sale de su casa, salvo cuando le traen la
compra, o necesita folios, o lleva tanto tiempo en el interior de su casa que
necesita dar una vuelta, que suelen ser muy pocas veces al año.
-¿Y para que necesita
los folios?
-Es muy curioso, se
pasa el día y casi toda la noche haciendo animales de papel. Los dobla, y dobla
y dobla, hasta que hace toda clase de seres, libélulas, pájaros, perros, gatos,
cualquier cosa. Puede hacer cientos de ellos en un día entero. Cuando cree que
ha hecho suficientes, para y los observa. Eso le puede llevar varios minutos,
incluso horas. Elige el mejor. Antes destruía el resto, hoy los guarda y en las
ocasiones que sale, los regala a los vecinos o a quién sea que se encuentre.
Luego da un golpecito al animalillo de papel que haya elegido y este se convierte
en un animal de verdad, de carne y hueso. Sé lo que estarás pensando, al
principio nadie se lo creía. Hace catorce años eran las fiestas del pueblo, en
las vísperas salió para advertir que, al día siguiente, iba a dar vida a veinte
pájaros de papel que había elegido con sumo cuidado para la fiesta. Al día
siguiente todos fueron hasta su casa. En aquella ventana, en la repisa, estaban
los veinte pájaros de papel. Uno a uno les fue dando un golpecito, y cuando
acabó, los veinte pájaros de papel eran veinte pájaros de plumas rojas que se
marcharon volando, seguramente, riéndose de las caras atónitas. Desde
entonces hemos visto como, de aquella ventana, volaban águilas reales y
grullas, correteaban distintos roedores, o subían despacio por la fachada
camaleones de colores vívidos.
-¿Y puede hacer todo
tipo de animales?
-Sí, cualquiera que se
le pase por la cabeza. Desde entonces, en las fiestas, siempre crea uno
diferente. Si es muy grande le vuelve a dar otro toque y se vuelve a hacer de
papel. Parece que le obedecen los animales que crea, y se dejan convertir en
papel sin poner ninguna dificultad.
-Bueno, estoy cansado
ya de andar ¿volvemos?
-Vuelve tú, yo ahora
voy, me apetece seguir paseando.
-Vale, pero no vuelvas
muy tarde.
Ella vio como se
marchaba. Se perdía su silueta oscurecida por la noche tras la curva que tomaba
la calle. Luego se quedó mirando la puerta de la casa solitaria. Al cabo de
cinco minutos ésta se abrió. De dentro apareció un señor mayor, de una ligera
barba canosa. Sus ojos eran azules y parecía cansado. Se acercó hasta ella. Se
miraron durante unos treinta segundos y después él le dio un ligero toque en la
frente. Cuando terminó el contacto, en el suelo había una figura de papel que
tras varios y precisos dobleces había adquirido la forma de una mujer.
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Mario Sánchez
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