Cierra los ojos y piensa “dejémonos llevar”. Sus manos oscuras se calientan. Su ropa ondea y se ciñe al cuerpo empujada por un viento que no existe. Al volver a abrir los ojos estos han cambiado de color, ahora son de un rojo muy vivo. Con un chasquido de dedos enciende una llama. Con movimientos lentos la amasa entre las manos dándole la forma que quiere. Doma el fuego como si fuese cera dejándolo gotear de una mano a otra.
Pero a su vez el fuego le calienta a él. Poco a poco va despertando su furia y sintiendo como le quema por dentro. Al dejarse llevar por las llamas sus odios le dominan sintiendo la necesidad de expulsarlos y desterrarlos lejos. Cegado por la ira el fuego le empieza a rodear quemando todo a su alrededor. Lentas lenguas rojas chorrean de su cuerpo formando riachuelos, largas llamaradas se elevan al cielo y bolas de fuego vuelan en círculos enfurecidas.
Cuando recupere el control solo quedarán cenizas. Todo lo que estuviese cerca habrá quedado calcinado. Y lentamente su cuerpo volverá a congelarse.