Aquel día debía terminar mi novela. Sabía que, al contrario que los relatos cortos, un libro era un proyecto de largo alcance, y no podía exigirme acabarlo tan pronto, pero debía hacerlo. Me angustiaba no saber qué sería de mí mañana, no saber si podría escribir, y dejar mi novela inacabada.
Las ideas bullían en mi cabeza, se apelotonaban contra mi frente, asnsiosas por escapar; las palabras fluían rápidas, audaces, diciendo exactamente lo que querían decir. Era prácticamente perfecto. Pero entonces sucedió. La revolución.
Las letras del teclado comenzaron a trepar por mis dedos, como hormigas voraces y despiadadas, y enseguida penetraron en mi sangre. Como una droga un veneno, un ácido altamente corrosivo, avanzaron veloces hacia su objetivo: mi mente. Y a su paso iban dejando palabras, frases, sentencias infinitas, que intenté descifrar mientras era presa del horror.
Sabía ya que estaba perdido: el hombre no puede ser libro, ni la piel pergamino. Nadie podría haber resistido aquella revolución de letras.
Y entonces llegaron a mi cerebro, y allí estallaron en una supernova de tinta negra. Todas las palabras del mundo, todas las frases bellas, todo lo que yo había amado y que por falta de tiempo no había mimado lo suficiente, eclosionaron y me cegaron. Caí sobre la alfombra, agonizante, sabiendo lo que perdía y dejaba atrás, lo que no podría escribir y lo que había escrito mal y no corregiría.
En mi último suspiro, eché una mirada al ordenador. Las letras volvían a su lugar, cumplida su misión, conseguido su mezquino objetivo. El cursos aún parpadeaba en la pantalla. Mi libro no estaba terminado.
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Revolución de letras.2
La novela acaba hoy. Lo que empezó como un ensayo absurdo de algo que ni siquiera tenía nombre termina hoy, lo sientes cerca. Pero no sabes que algo se interpone en tu camino.
Por eso cuando las letras trepan por tus dedos y contaminan tu sangre no sabes qué hacer. ¿Huir? Demasiado tarde, ya están en tu piel. ¿Dejar de escribir? Hace tiempo que ellas te escriben a ti, aunque sea ahora cuando se revolucionan. Solo una cosa podrá alejarte de las letras malditas: morir.
Y eso haces, tirado en la alfombra, tembloroso y débil, sin poder apreciar las sublimes palabras que cubren tu piel de pergamino viejo. Te dejas ir, mientras ellas vuelven al teclado, aguardando al siguiente insensato que quiera escribir.
Lo intentaste, lo hiciste bien, casi lo lograste, piensas. Sí, estuviste cerca, claro. Pero, al fin y al cabo, solo eres mortal.
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Revolución de letras.3
http://www.fotolog.com/wordwizard/15662492 (ya que lo tengo ahí, no lo copio para no sobrecargar más xD)
2 comentarios:
Muy chulo Bea! cómo cambia todo y de forma tan determinante, me gusta! bs!
Hubiera estado bien ver las tres versiones seguidas, aunque entiendo que no lo hicieras por espacio. Siempre consigues buenos resultados, Bea, se proponga lo que se proponga. Eres una todo-terreno.
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