Caían las hojas de los árboles, el cielo se nublaba y se llenaba de amatista. Temblaba la vida encerrada en un hospital. El amor se quemaba vivo aposta. Caían lágrimas de los ojos de una estatua de mármol blanco, el sol se marchaba de viaje en globo por las venas de un perro lazarillo. No me quedaba voz, ni tacto, ni vista. Sólo medio botiquín y un poco de veneno. Un sueño, una postal medio quemada, algunas pocas normas por romper. Y el tiempo pasaba y no avisaba de su presencia, nos echaba su aliento fantasmal en la nuca y nos hacía dudar de las cosas que nunca ocurrían, de todo lo pasado, del continuo presente. Kilos de decisiones y litros de rabia reventaban en mi estomago, me cortaban la respiración.
Y los duendes, las hadas, los dragones negros y las brujas de fin de semana me miraban y huían dejando a la alfombra con la columna vertebral rota, dejando sin tuercas ni tornillos las puertas. Huían y todo era un lío ahí fuera. El jardín se quejaba y no dejaba de tejer con hilos de saliva prendas de odio, pintaban un paisaje lleno de color muerte y agua no potable. Contaban entre carcajadas las consecuencias de los impactos de los meteoritos. Y entre tanto, entre impacto e impacto, surgían llamaradas moradas en mi lengua y me pasaba el mes atado al hielo. Congelándome sin moverme del sofá. Y si tenía demasiado frío rompía más y más promesas, hacía hogueras con mis libros favoritos, con mis mediocres poemas de estaño y extraño pelaje. Si tenía demasiado frío la iba a buscar a su vida de flor perdida entre paramos y no me atrevía a llamarla a gritos. Rompía a llorar y rompía el suelo con una mirada impregnada de locura, legañas, pasión mortal.
Y dando saltos mortales volvía al mundo real y abrazaba las semanas sin demasiada ilusión, sin descanso, sin buena música, lleno de complejos y de poca seguridad. Y las vías del tren me obligaban a dormir, y los regalos de cumpleaños a sentirme cada vez más joven, y la noche a ser un gato, y el día un lagarto. A cada golpe de tambor un golpe de gracia en un latido. A cada golpe de soplo de viento una brisa que talaba bosques, que llenaba de pereza a la ilusión, que no decía la verdad y siempre acertaba. Y entre escombros, hecho un lío, sin saber salir de mi propia jaula, sin las llaves del coche, sin gasolina en los labios echaba andar y hasta donde me depararan las piernas. Tal vez en un bar donde el tiempo no pasa y el alcohol nunca acaba, donde la tristeza era un compañero fiel, donde el silencio se veía a veces interrumpido por invocaciones y rituales para obtener más vino, más tristeza, más propina. Tal vez acabara despierto en una cama de arbustos y comadrejas, de tejas de pizarra y tizas invisibles. Y si no ando me quedo plantado en cualquier sitio y echo raíces sin pensarlo. Y miro al mundo con una sonrisa de incomprensión. Un mundo con una marca de carmín en una mejilla y en la otra la marca de un mordisco. Un mundo deformado y desigual sin suficiente cinta adhesiva para arreglarlo todo. Medio mundo lleno de escarcha, medio mundo acatarrado, medio mundo infeliz. Y la otra mitad o no sabe o no contesta.
Y como para contestar están las cosas si ella no está cerca para torturarme, para guardarme bajo llave, para encerrarme en mí mismo, para clavarme en los pulmones los clavos de la emoción y en las pupilas un puñado de afiladas interrogaciones. Y sin sentido, empañado por el humo y el vapor de agua, no veo nada, demasiada luz y demasiada tiniebla, demasiado acero y demasiado cristal, demasiado viento en la médula y demasiada tentación en su perfume, demasiado alquitrán en mis neuronas, demasiados cocteles entre semana, demasiados secretos que escuecen y marchitan ,demasiado odio, demasiada piel que centellea y escapa, demasiadas ganas de estallar en mariposas de petróleo y carbonizarme en alguna luna de Júpiter mientras el mundo explota en color y sobredosis de software y puntos de mira, en balas de plata y sargentos de hierro, en una graciosa expresión de sufrimiento, en una hoja que cae de un árbol mientras el cielo se nubla y se llena de amatista.
Y los duendes, las hadas, los dragones negros y las brujas de fin de semana me miraban y huían dejando a la alfombra con la columna vertebral rota, dejando sin tuercas ni tornillos las puertas. Huían y todo era un lío ahí fuera. El jardín se quejaba y no dejaba de tejer con hilos de saliva prendas de odio, pintaban un paisaje lleno de color muerte y agua no potable. Contaban entre carcajadas las consecuencias de los impactos de los meteoritos. Y entre tanto, entre impacto e impacto, surgían llamaradas moradas en mi lengua y me pasaba el mes atado al hielo. Congelándome sin moverme del sofá. Y si tenía demasiado frío rompía más y más promesas, hacía hogueras con mis libros favoritos, con mis mediocres poemas de estaño y extraño pelaje. Si tenía demasiado frío la iba a buscar a su vida de flor perdida entre paramos y no me atrevía a llamarla a gritos. Rompía a llorar y rompía el suelo con una mirada impregnada de locura, legañas, pasión mortal.
Y dando saltos mortales volvía al mundo real y abrazaba las semanas sin demasiada ilusión, sin descanso, sin buena música, lleno de complejos y de poca seguridad. Y las vías del tren me obligaban a dormir, y los regalos de cumpleaños a sentirme cada vez más joven, y la noche a ser un gato, y el día un lagarto. A cada golpe de tambor un golpe de gracia en un latido. A cada golpe de soplo de viento una brisa que talaba bosques, que llenaba de pereza a la ilusión, que no decía la verdad y siempre acertaba. Y entre escombros, hecho un lío, sin saber salir de mi propia jaula, sin las llaves del coche, sin gasolina en los labios echaba andar y hasta donde me depararan las piernas. Tal vez en un bar donde el tiempo no pasa y el alcohol nunca acaba, donde la tristeza era un compañero fiel, donde el silencio se veía a veces interrumpido por invocaciones y rituales para obtener más vino, más tristeza, más propina. Tal vez acabara despierto en una cama de arbustos y comadrejas, de tejas de pizarra y tizas invisibles. Y si no ando me quedo plantado en cualquier sitio y echo raíces sin pensarlo. Y miro al mundo con una sonrisa de incomprensión. Un mundo con una marca de carmín en una mejilla y en la otra la marca de un mordisco. Un mundo deformado y desigual sin suficiente cinta adhesiva para arreglarlo todo. Medio mundo lleno de escarcha, medio mundo acatarrado, medio mundo infeliz. Y la otra mitad o no sabe o no contesta.
Y como para contestar están las cosas si ella no está cerca para torturarme, para guardarme bajo llave, para encerrarme en mí mismo, para clavarme en los pulmones los clavos de la emoción y en las pupilas un puñado de afiladas interrogaciones. Y sin sentido, empañado por el humo y el vapor de agua, no veo nada, demasiada luz y demasiada tiniebla, demasiado acero y demasiado cristal, demasiado viento en la médula y demasiada tentación en su perfume, demasiado alquitrán en mis neuronas, demasiados cocteles entre semana, demasiados secretos que escuecen y marchitan ,demasiado odio, demasiada piel que centellea y escapa, demasiadas ganas de estallar en mariposas de petróleo y carbonizarme en alguna luna de Júpiter mientras el mundo explota en color y sobredosis de software y puntos de mira, en balas de plata y sargentos de hierro, en una graciosa expresión de sufrimiento, en una hoja que cae de un árbol mientras el cielo se nubla y se llena de amatista.
3 comentarios:
¡Qué bonito, Mario, y qué sentido!
es casi un poema en prosa.
Muchas gracias Pura!
Me ha emocionado, atista!
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