Había abierto los ojos, y allí estaba, entre el humo y los gritos, el océano azul cubriendo el techo del mundo.
Luego, cuando consiguió erguirse, la realidad consumió el resto del aire y sintió el colapso de sus pulmones ante la imagen que tenía frente a sí: un enorme vagón de tren emergiendo o colisionando, no habría sabido encontrar la diferencia, en una casa que yacía ahora semi-derruida. El resto del tren caía desde las vías por un terraplén lleno de césped maltrecho y seco. Era un tren azul, el mismo que había tomado en la estación del Norte y que sin embargo le parecía ajeno ahora que lo miraba tendida allí, en el suelo, con la mano derecha subiendo suavemente hasta sus labios en un silencioso gesto de horror.
Debía de haber salido despedida por una de las ventanas. Aunque realmente no lo sabía. Pero tenía adheridos a los brazos restos de cristal, como si su piel estuviera ahora llena de escamas. La última imagen que aún mantenía en su cabeza era la de estar viendo el paisaje urbano, los edificios alejándose y las vías internándose en los suburbios para luego nacer en los vastos campos cobrizos de las afueras. Vio como el sol nacía, a lo lejos, desde detrás de una granja. Una casa de ladrillo y techumbre de madera, que colindaba con las tierras del ferrocarril y se pegaba al trazado de líneas metálicas que cubrían el país. Estaba casi adosada a la estación de la primera parada. Y en ella había acabado el trayecto.
Se levantó como pudo,
apoyándose en una roca, agarrándose a un arbusto. No veía a nadie alrededor.
Corría un aire plomizo, lleno de polvo. Sin saber qué hacer, su mente la dirigía
hacia el tren, pero su cuerpo la llevaba irremediablemente hacia la casa. Lentamente
anduvo un paso tras otro, con los zapatos de tacón llenos de barro, hasta que
tocó con las yemas de sus dedos los desechos ladrillos de la pared derruida. El
tren debía de haber entrado por el piso superior, lo había atravesado, y
descansaba abruptamente sobre el salón del piso inferior. Entró sorteando una
larga lámpara de pie y sintió sus pisadas sobre el suelo, mezcla de papel
mojado y piedra. Tampoco había nadie allí, y sin embargo, a ella le parecía
escuchar algo. Una melodía suave, entrecortada. Dejó que le guiasen sus oídos y
avanzó tentativamente, recogiendo alguna tela, moviendo una mesa para el té que
yacía boca abajo, deslizando su mano sobre un piano roto por la mitad. Cruzó la
sala, con aquel vagón en medio de ella, enorme y anormalmente silencioso. Sólo
se escuchaba una lejana melodía que ella intentaba rastrear como si fuera un
barco buscando la luz de un faro. Llegó hasta el otro lado de la habitación, y
al fin… allí estaba, resonando en una esquina, un vinilo viejo sobre un
tocadiscos intacto, dando vueltas, vueltas y vueltas sin parar.
Se quedó parada un segundo que se le hizo eterno. Luego, como impulsada de forma fortuita por una idea sin sentido, fue acercándose al tren, y volvió a subirse a él por la puerta desvencijada del coche número 2. El hierro chirrió un momento, pero después pareció fundirse con la letanía melódica. Se sentó como pudo, en un ángulo extraño, inclinado, pero plácido. Y se quedó allí, dando vueltas como el vinilo viejo en el tocadiscos intacto, vueltas y más vueltas aún sin mover los pies, girando y girando hasta que sintió su cuerpo caer y dejarse llevar por la música para siempre.
2 comentarios:
Me congratula que aunque no pudieras venir, hayas hecho "los deberes" xP
Me encanta "el aire plomizo", creo que describe perfectamente esa atmósfera. El piano partido por la mitad me ha matado, pero me gusta mucho cómo ella va entrando en la casa, apartando cosas a su paso, creo que lo convierte todo en algo muy real =) Me ha sorprendido ese toque tan nostálgico y melancólico del vinilo, que parece que no viene a cuento, y sin embargo, le da sentido a todo, de algún modo, es como si recogiera todo el relato y cerrase el círculo. Es un relato circular no? En realidad...porque si lo piensas, empiza en el tren, y termina en el tren =)
Uy! No he podido evitar que se me viniera encima todo el recuerdo del 11M. Ya sé, no te refieres a eso, pero ha sido inevitable: la vida se para, el silencio circundante permite que se oiga la melodía en un eterno girar... Después de esto ¿qué? La nada, el caos.
Me gusta mucho, Carlota.
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