La vida escindió nuestras miradas,
partiéndolas en dos y abriendo un terrible e inexorable vacío.
Como un océano inabarcable imposible de cruzar, el horizonte invisible al otro
lado. Nos perdimos en el lento abismo
del tiempo que no corre y enmudece el recuerdo hasta hacerlo desaparecer. Días desgranándose
lentamente con la cadencia de las horas. Supongo que desaparecimos, al final,
porque no había forma de encontrarse en el caos de las cosas.
Las cartas, como las palabras, desaparecen
entre el conjunto de los detalles, como retazos de un lugar imperfecto al que
siempre queremos regresar pero que nunca podremos alcanzar. Yo transito por el
pasado en los segundos que dejamos correr entre las yemas de los dedos. El
viento soplando tinta sobre frases muertas y el futuro alcanzando el final de
esta cinta métrica infinita.
E imagino tan sólo por imaginar que esto
llegase a tus manos pálidas y ajadas, y viejas. Y a tus ojos azules y cansados
y arrepentidos contra el tiempo que uno gasta mordiendo milímetros, aspirando
todo el oxígeno, caminando cada medida, y besando los únicos labios ausentes.
Las cosas nunca ocurren porque deban ocurrir. La gente no ama porque haya que
amar. La vida no espera ni se retrasa ni se desmarca. Hay que correr los
riesgos, hay que soñar la tristeza. Había que mentirse como nos mentimos
nosotros para robarle el alma al amor. Para secuestrar la felicidad perecedera
y efímera y solitaria.
Tenía que escribirte esta carta.
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