— Sí, estás perdido, a no ser que…
— ¿A no ser que qué? Habla, te lo pido, dime lo que estás pensando.
—Verás —le dijo Kalbum Dahabin—. No sé si sabes que la Muerte esconde un secreto que solo conocemos aquellos que en algún momento de nuestra existencia hemos estado cerca de ella. Hace ya bastante tiempo, le vi la cara a la muerte y su mirada profunda y cortante casi me liquida. Si no ocurrió así fue porque, aparentando el máximo de tranquilidad y fingiendo que su presencia no me importaba en absoluto, me puse a cantar con voz suave una nana que mi madre me cantaba cuando, de pequeño, tenía pesadillas. Mi voz, al principio, era casi imperceptible, a pesar de lo cual la muerte se paró en seco al oír el débil hilo de aire que salía de mis pulmones. Entonces yo me crecí y elevé el tono de mi canto (“A la nana, nanita, ea/ mi niño tiene sueño/ bendito sea”). Y la Muerte, clavada en el sitio, empezó a ovillarse sobre sí misma, buscando en su propio cuerpo el consuelo para la enorme pena que la canción le producía. Y una vez encogida, replegada en sí misma, la Muerte empezó a llorar, a llorar con tal amargura, con tal desconsuelo que me tuve que callar y acercarme a ella, todavía hecha un gurruño en el suelo, y pasarle la mano por los hombros.
Bruscamente, y en medio de un silencio que se oía, cesó el llanto y un grito entre de pánico y de dolor abrió las puertas de donde estábamos de par en par.
Entonces, recobró su mirada afilada que clavó en mí y me dijo:
—Apártate de mi camino inmediatamente y no cuentes nunca a nadie lo que acabas de ver. Si lo haces, nada bueno te sucederá jamás.
Nunca lo he contado hasta hoy por miedo, pero nunca lo he podido olvidar. Tampoco he vuelto a cantar la nana ni siquiera a mis hijos cuando eran pequeños, en la soledad de mi casa.
Supongo que, después de lo que te he contado, imaginas fácilmente cuál puede ser el plan.
—Pero… —le dijo el criado— las consecuencias te dañarán sobre todo a ti.
—No te preocupes, yo ya soy mayor, y canta conmigo. Esperaremos juntos que la muerte pase de largo al oírnos.
“A la nana, nanita, ea,
mi niño tiene sueño,
bendito sea.”