miércoles, 21 de mayo de 2014

Un día al año

La ciudad baila a su ritmo particular. Día y noche se siguen en un ciclo eterno e irrompible a través del tiempo. Y la gente en su interior se mueve al mismo ritmo, en busca de ese sueño olvidado, de ese deseo que no podrán recuperar, y sin el cual perderán el rumbo de la vida.

El frío clima de invierno susurra mentiras en las orejas de las personas que recorren las calles hasta congelárselas, lo que causa que en seguida todos huyan al interior de sus casas en busca de ese calor que olvidaron con su primera pareja. Las noches son feroces, y muerden el corazón de todos aquellos que no han regresado al hogar a tiempo, o que se quedan en las esquinas en busca de trabajo para encontrar perdición. Gente desesperada, que ha olvidado el camino, y solo puede ver acercarse el abismo sin poder evitar la caída.

La navidad está en la siguiente página del calendario, pero la calidez de los regalos tan solo calentará el corazón de los más jóvenes, dejando a los más mayores sin dinero y sin esperanza, soñando con las sonrisas de los niños. Las calles están llenas de luces, pero en los callejones nadie espera que le des un abrazo, solo desean una limosna con la que sobrevivir el duro invierno, no saben qué día es, ni que cenarán esa noche, pero tienen muy claro que regalo pedir, aunque hayan perdido la esperanza en sus vidas. Ellos buscan en la basura, pero no precisamente el corazón de aquella chica que algún idiota tiró, ellos buscan un gramo de locura para el próximo anochecer. Y aunque amanezca en la ciudad, en su cabeza todo son tinieblas.

El interior de cada casa se llena con sonrisas y felicidad, aunque cada uno tenga que buscarla donde puede, aunque el niño solo la encuentre debajo del árbol, la mujer en la bebida, y el hombre entre las piernas de otra mujer. Después del pavo todo el mundo se relamerá los dedos y los labios sin pensar en lo bien que sabía aquel beso de su juventud, porque lo habrán olvidado debajo del montón de facturas, aquel lugar que nadie podrá alcanzar sin exponerse a un peligro mortal.

En lo alto de un rascacielos alguien mirará a todos los demás a través del cristal, con medio cuerpo dentro del jacuzzi y en los labios el sabor de un Martini. Y pensará en lo rico y feliz que es, para intentar creérselo, sin aceptar que es el más pobre en amor de toda la ciudad. Al llegar la hora de la cena buscará compañía entre los billetes y el lujo de su casa, y solo encontrará a un mayordomo arrugado, mas huérfano que él. Y así pasará la navidad, encerrado en el cielo sin poder abrir la ventana y tocar las nubes con los dedos.

El tiempo pasará, llegarán días más cálidos y quizás con ellos, la ciudad sonría sinceramente.

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