“…As I walk all I can see is you
As I breathe all I can feel is you
As I talk all I can hear is you
As I live all I can live for is you…”
Pero la canción se paró, tiró de los cables y los auriculares se mecieron y cayeron de sus oídos, pendiendo de los hilos a medio metro sobre el suelo. Esa es la sensación, existir, caer y mantenerse, todo en unos malditos auriculares. ¿Por qué tienen que hablar las canciones? Se maldijo, porque hablan de mi, de mi vida, de mis constantes miedos, los de vivir por y para otro, aunque le quieras, aunque esté muerto.
Quizá sea por eso, porque ya no está, pero está aquí siempre. Pensó. Aquí, en mi agujerado corazón. La bala le dio a él, y ella fue la que quedó herida.
Miró sus botas, allá abajo, sobre el suelo, más cerca de él que de ella. Por eso no podía seguir escuchando, porque él estaba en todas las cosas, porque todas aquellas frases eran tan ciertas como que su sangre ya no recorría igual su cuerpo, ahora lo hacía más lentamente, ya que no tenía razones para vivir. Había hecho de su cuerpo fuego, y de éste cenizas. Y ese montón de sueños sin dueño, se habían convertido en líneas perdidas flotando en el aire, trazando direcciones en medio del Cañón del Colorado, su sitio favorito del mundo, decía, porque le parecía contemplar la inmensa belleza del mundo.
Él decía, también, que en mis ojos veía Colorado, fue el cumplido más bonito que nunca me regaló, expresaba que yo era la belleza del mundo. No puedes olvidar a alguien así, y nunca podrías ser capaz de dejar de quererle. Hay cosas imposibles, y esa lo es.
Caminó, reanudo el paso. Su paso… tan firme antes, tan vacío ahora. Tan vacuo que podría echar a volar, pero no lo hacía, porque si subía y subía y subía luego caería y no sería capaz de parar, chocaría contra la realidad con todo su peso. Sería el todo contra la nada, y siempre ganaba el todo. Caminó sin rumbo, porque aquel paraíso de cemento sabía guiarla, pero siempre hacia aquellos lugares que habían compartido, aún lo hacían. Adoraba aquella ciudad como adoraba su casa, eran ambas cosas, y ya nunca podrían desunirse, allí había vivido. El resto había sido vida, pero no la había vivido. Miró hacia el cielo, aquello sí era la inmensidad, allí debería de estar él, no porque fuera un ángel, sino porque desde allá arriba lo vería todo, la mejor fotografía de la historia. Acarició su cámara como si le acariciase a él, pues hay algo en los objetos que pertenecieron a quienes amamos que supera toda lógica, ya que guardan para siempre el sabor al pasado. Sacó la cámara y empezó a disparar, casi sin medida, respirando el cliqueo del disparador, grabar esos instantes, el mundo en movimiento. Sólo le quedaban los recuerdos, los de su cabeza, y los de su cámara. Sin ellos se habría tirado por un puente. Sin tener esa parte de él, habría sido como perderle para siempre… más allá de la muerte, del frío del cuerpo cuando ya no hay alguien dentro de él. Habría sido como morir dos veces, morir sin remedio. Morir con una cadena atada al cuello.
Y luego se paró, se imaginó que, si se convencía a sí misma, sería capaz de parar el tiempo, y luego hacerlo girar hacia atrás. Que volvería a verle. Cerró los ojos con fuerza, sintió como su mente se quedaba en blanco, mientras pasaban a su lado todos los sonidos. Pero cuando los abrió, él no estaba. No estaría. No está.
Me estoy volviendo loca. Pero… ¿y si eso es lo único que me queda, la locura? Estaría bien, tan bien tenerle para siempre, aunque no esté. Tenerle alojado en el agujero de bala, imaginaré que está allí y cada vez que piense que estoy loca, pensaré que es el corazón, que me duele tanto que quiero morir, y no lo hago. Esa es mi locura, quedarme retenida en la nada, cuando él está al otro lado. Podríamos ser los dos recuerdos, recuerdos felices. Pero ya no lo seremos.
Son ese tipo de certezas, como la incapacidad de dar marcha atrás a los acontecimientos, las que hacen que nos estalle la cabeza, se nos inunde el alma, se nos muera la vista y dejemos de existir, cansados de no poder ser como queremos. Amar de esa forma es algo creado por el tejido acuoso y etéreo de las nubes, es polvo de Saturno, y la luz de un rayo. Es vida dentro de vida, y un pálpito, es el negro nocturno y el carmesí de la sangre corriendo tan rápido como un cometa, es la pérdida de la respiración, es la nada luchando contra el todo, es más que todo. Es blanco sobre blanco, inmensidad.
Inmensidad.
Eso era, él había sido su inmensidad. ¿Y cómo se vive en algo inabarcable?
Se ama.