Los osos hibernan porque permanecen en letargo todo el invierno. Durante este tiempo reducen los latidos de su corazón a 10 pulsaciones por minuto. Y yo quería sumergirme en el más áspero de los letargos, en el gélido corazón del invierno más frío. Quería acorralar a mis latidos, envolverme en el abrazo irrompible de la escarcha que acompaña al olvido. Y dejar de respirar este oxígeno que pesa, esta inmensa oleada de mal tiempo. Tirar al vacío esa caja de dudas y secretos donde guardo mi mente. Barrer el mundo de un soplido. Estallar en oscuridad. Sucumbir al cansancio. Bañarme en la mirada de Medusa. Quería arrancar de mi organismo su presencia, esas pupilas que se colaban por las rendijas de mi memoria. Quería ahuyentar las imágenes pintadas al óleo de sus gestos cosidos en mis párpados. Aspirar la densa nube de su perfume que obstruye mis pulmones. Abalanzarme contra ese abismo donde el azar reina. Abrirme las venas con las llaves que abren las puertas de las vidas paralelas. Borrar del mapa el peso de los años que se aferran con fuerza a mi báscula. Crear un agujero por el que se caigan estos millares de palabras, estas eternas comas y puntos, estos numerosos signos de interrogación, estas hectáreas de signos de exclamación que me atraviesan el estómago.
Perdido como uno de esos señores grises de Momo entre interminables cuentas matemáticas de mi tiempo vivido y por vivir. Enterrado en las arenas movedizas de la rutina y en el huracán de lo mismo de siempre. En mi cuerpo se matan las ganas de expresar al mundo que me inquieta ese sol que ya no reluce, esa otra cara de la luna que no deja de esconderse, esa guerra que se ríe, ese aplauso que no recibe nadie, ese amanecer que ya no es capaz ni de gritar. Con la piel cubierta de voces que queman como el fuego. Que no dejan de balbucear cosas distintas, cuya prosa o verso tejen por mis arterias párrafos y estrofas que estallan contra mis vertebras. Que se enroscan en mi garganta y se clavan con sus garras de acero en mi cerebro inyectándome el amargo suero de historias que no tienen sentido, de mundos que no existen, de metáforas que duran un instante y luego se disipan como la chispa solitaria de una hoguera. Historias que llenan de noche mis sentidos, que me producen visiones de realidades que por desgracia existen.
Observando el inexacto horizonte de la nada, el amplio territorio donde mueren mis sueños. Intentando sostener esta lluvia de granizo y meteoritos, esas voces que no callan, que no me dejan en paz. Busco una salida, una pared infinita donde expresar con sangre y tinta tantas cosas. Busco kilómetros de asfalto donde relatar la biografía del odio y de la felicidad, el cuento de cómo la tristeza devoró entero al mar. Busco la medicina ilegal que cure este dolor que no hace más que aumentar, este dolor de cabeza, esta indisposición perpetua, este vendaval de burbujas de ácido sulfúrico que no deja de quemar mis huellas dactilares. Busco un papiro infinito donde relatar la historia del bien y del mal que no dejan de perseguirme, el manual de instrucciones de cómo impedir que la vida te coja por sorpresa, el recetario de cómo cocinar un día de lluvia y el reflejo de un rostro en el agua. Busco el cuaderno que soporte las lágrimas del diario de mi ruina y los dibujos que echan a volar sin permiso en mis apuntes. Busco una forma de librarme de por lo menos unas gotas de micro relatos, de un instante de novela, de un siglo de poemas.
Y busqué hasta encontrar una dosis de alivio, una forma de ir vaciando mi piel de voces, de desparramar esas historias, esos sentimientos, esa rabia. Encontré un lugar donde llenarlo todo de colores, donde expresar cualquier cosa. Por eso, asistir al Taller de escritura, fue la decisión más importante de mi vida.
Perdido como uno de esos señores grises de Momo entre interminables cuentas matemáticas de mi tiempo vivido y por vivir. Enterrado en las arenas movedizas de la rutina y en el huracán de lo mismo de siempre. En mi cuerpo se matan las ganas de expresar al mundo que me inquieta ese sol que ya no reluce, esa otra cara de la luna que no deja de esconderse, esa guerra que se ríe, ese aplauso que no recibe nadie, ese amanecer que ya no es capaz ni de gritar. Con la piel cubierta de voces que queman como el fuego. Que no dejan de balbucear cosas distintas, cuya prosa o verso tejen por mis arterias párrafos y estrofas que estallan contra mis vertebras. Que se enroscan en mi garganta y se clavan con sus garras de acero en mi cerebro inyectándome el amargo suero de historias que no tienen sentido, de mundos que no existen, de metáforas que duran un instante y luego se disipan como la chispa solitaria de una hoguera. Historias que llenan de noche mis sentidos, que me producen visiones de realidades que por desgracia existen.
Observando el inexacto horizonte de la nada, el amplio territorio donde mueren mis sueños. Intentando sostener esta lluvia de granizo y meteoritos, esas voces que no callan, que no me dejan en paz. Busco una salida, una pared infinita donde expresar con sangre y tinta tantas cosas. Busco kilómetros de asfalto donde relatar la biografía del odio y de la felicidad, el cuento de cómo la tristeza devoró entero al mar. Busco la medicina ilegal que cure este dolor que no hace más que aumentar, este dolor de cabeza, esta indisposición perpetua, este vendaval de burbujas de ácido sulfúrico que no deja de quemar mis huellas dactilares. Busco un papiro infinito donde relatar la historia del bien y del mal que no dejan de perseguirme, el manual de instrucciones de cómo impedir que la vida te coja por sorpresa, el recetario de cómo cocinar un día de lluvia y el reflejo de un rostro en el agua. Busco el cuaderno que soporte las lágrimas del diario de mi ruina y los dibujos que echan a volar sin permiso en mis apuntes. Busco una forma de librarme de por lo menos unas gotas de micro relatos, de un instante de novela, de un siglo de poemas.
Y busqué hasta encontrar una dosis de alivio, una forma de ir vaciando mi piel de voces, de desparramar esas historias, esos sentimientos, esa rabia. Encontré un lugar donde llenarlo todo de colores, donde expresar cualquier cosa. Por eso, asistir al Taller de escritura, fue la decisión más importante de mi vida.
3 comentarios:
De nuevo genial, Mario!
gracias daniel!
Estupendo el texto y mejor aún tenerte con nosotros de vez en cuando.
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