Sólo conozco el tiempo y el espacio, y esa luz negra. Todos estables y monótonos. Mis constantes vitales siguen en orden, igual que cuando tomé conciencia de mí; aquí no tengo ni frío ni calor, tras estas paredes nada me puede tocar sin que salten alarmas.
Realmente no sé cuánto tiempo llevo aquí, tal vez horas, o días, o meses. Observo el reloj. Docenas de agujas y dos números: el cero y el infinito.
Observo los muros que forman mi realidad. Camino a través de la luz que emana de ninguna parte. Cuento las esquinas: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, ...volveré a empezar: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete,...catorce, diecisiete, veinte,...Me invaden las náuseas y se dobla el mundo y gritan las paredes.
Lo que me rodea no es ni roca, ni aire ni fuego. No huele, no sabe, no es áspero ni liso. Es niebla negra en bloques de hormigón. Es gelatina de madera y hielo.
En mi pecho siguen resonando tambores y se sigue alzando lo que aspiro, que podría ser el vacío o mi propia vida.
Desconozco el origen de la luz, aunque siempre me persigue una sombra del atardecer. Sigo parpadeando y sintiendo dolor. Sigo hambriento, y sediento. Pero sigo vivo.
Busco una grieta, un resquicio por el que filtrarse, una vía de escape. Pido aire, grito, nadie me escucha, tengo hambre y sed. Pero cuanto más quiero huir más densas son las murallas de oscuridad que me acorralan, más me ahogo, más muerde el estómago y sangra la garganta. Cuanto más grito más mudo me vuelvo. Intento escuchar, pero sólo consigo dejar de oír mi propio corazón. Deseo ver, ver lo que sea. Y me vuelvo ciego.
Deseo contar los pasos que mide mi mundo y todo resulta interminable.
Corro en círculos, lo golpeo todo, sangro, me agoto. Quiero ser libre, libre ,libre, libre. Pero todo es cada vez más y más y más y más pequeño. Rezuma cada centímetro de piel cubierto de moratones. Cruje cada hueso que he utilizado de ariete,
Sólo deseo ser coherente y pensar en algo. Pero sólo consigo volverme cada vez más loco y desquiciado.
Intento controlar mis nervios y repiquetean mis costillas de los temblores. Pienso en acabar con ésto que llamo vida, en degollarme con mis propias clavículas. Pero derrepente mi piel resulta impenetrable. Deseo frío de morfina que acabe conmigo en un sueño tranquilo. Pero entonces todo parece querer arder para despertarme.
Ansío un mundo. Un mundo de tres billones de años luz de punta apunta, sin esquinas, con luz y oscuridad, con sonido y sabor y olor.
Pero todo parece simplemente desvanecerse en mi mente, El perímetro que es mi universo se hace más diminuto que nunca, la luz menos luz y el tiempo más eterno. Y todo parece ser un decorado grabado en mis retinas. Sin movimiento, sin cambios. Ni siquiera hay vacío. Ni siquiera hay silencio.
Entonces pienso: pienso que pienso en un lugar ni oscuro ni luminoso. Ni caliente de frío, con límites por todas partes. Sin vacío ni aire que respirar. Pero con vida. Ensordecedoramente silencioso, pero sin silencio. De un material que no es gaseoso ni sólido ni líquido. Un lugar donde no se distinguen ni el fin ni el principio del dolor y donde se sangra infinitamente. Donde todo es miedo e infelicidad.
Entonces los muros desaparecen. Entonces el tiempo de mil millones de años se me viene encima y me hielo de frío y ardo de calor. Mis pulmones se llenan y todo son gritos sin sentido alguno, ensordecidos sólo por el latir de mi propio corazón. Entonces no hay límites, ni dolor ni miedo. Entonces me desbordo de felicidad. Entonces dejo de pensar y mi vida desaparece para siempre.
Realmente no sé cuánto tiempo llevo aquí, tal vez horas, o días, o meses. Observo el reloj. Docenas de agujas y dos números: el cero y el infinito.
Observo los muros que forman mi realidad. Camino a través de la luz que emana de ninguna parte. Cuento las esquinas: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, ...volveré a empezar: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete,...catorce, diecisiete, veinte,...Me invaden las náuseas y se dobla el mundo y gritan las paredes.
Lo que me rodea no es ni roca, ni aire ni fuego. No huele, no sabe, no es áspero ni liso. Es niebla negra en bloques de hormigón. Es gelatina de madera y hielo.
En mi pecho siguen resonando tambores y se sigue alzando lo que aspiro, que podría ser el vacío o mi propia vida.
Desconozco el origen de la luz, aunque siempre me persigue una sombra del atardecer. Sigo parpadeando y sintiendo dolor. Sigo hambriento, y sediento. Pero sigo vivo.
Busco una grieta, un resquicio por el que filtrarse, una vía de escape. Pido aire, grito, nadie me escucha, tengo hambre y sed. Pero cuanto más quiero huir más densas son las murallas de oscuridad que me acorralan, más me ahogo, más muerde el estómago y sangra la garganta. Cuanto más grito más mudo me vuelvo. Intento escuchar, pero sólo consigo dejar de oír mi propio corazón. Deseo ver, ver lo que sea. Y me vuelvo ciego.
Deseo contar los pasos que mide mi mundo y todo resulta interminable.
Corro en círculos, lo golpeo todo, sangro, me agoto. Quiero ser libre, libre ,libre, libre. Pero todo es cada vez más y más y más y más pequeño. Rezuma cada centímetro de piel cubierto de moratones. Cruje cada hueso que he utilizado de ariete,
Sólo deseo ser coherente y pensar en algo. Pero sólo consigo volverme cada vez más loco y desquiciado.
Intento controlar mis nervios y repiquetean mis costillas de los temblores. Pienso en acabar con ésto que llamo vida, en degollarme con mis propias clavículas. Pero derrepente mi piel resulta impenetrable. Deseo frío de morfina que acabe conmigo en un sueño tranquilo. Pero entonces todo parece querer arder para despertarme.
Ansío un mundo. Un mundo de tres billones de años luz de punta apunta, sin esquinas, con luz y oscuridad, con sonido y sabor y olor.
Pero todo parece simplemente desvanecerse en mi mente, El perímetro que es mi universo se hace más diminuto que nunca, la luz menos luz y el tiempo más eterno. Y todo parece ser un decorado grabado en mis retinas. Sin movimiento, sin cambios. Ni siquiera hay vacío. Ni siquiera hay silencio.
Entonces pienso: pienso que pienso en un lugar ni oscuro ni luminoso. Ni caliente de frío, con límites por todas partes. Sin vacío ni aire que respirar. Pero con vida. Ensordecedoramente silencioso, pero sin silencio. De un material que no es gaseoso ni sólido ni líquido. Un lugar donde no se distinguen ni el fin ni el principio del dolor y donde se sangra infinitamente. Donde todo es miedo e infelicidad.
Entonces los muros desaparecen. Entonces el tiempo de mil millones de años se me viene encima y me hielo de frío y ardo de calor. Mis pulmones se llenan y todo son gritos sin sentido alguno, ensordecidos sólo por el latir de mi propio corazón. Entonces no hay límites, ni dolor ni miedo. Entonces me desbordo de felicidad. Entonces dejo de pensar y mi vida desaparece para siempre.
2 comentarios:
Muy bueno Dani!
thanks, dude!
Publicar un comentario