¡Suerte! ¿Suerte? Más bien, oficio.
martes, 22 de febrero de 2011
Premio Cervantes
viernes, 18 de febrero de 2011
Quiebros en el relato.
Prendió los recuerdos y los hizo bailar al son de las olas y de la marea, al ritmo de la música hace ya tiempo enmudecida. Se avivó con las voces de las musas que el hombre crea cuando ama e hirvió lava de pensamientos, que le quebró un poco las esquinas y le fundió las grietas del tejado.
Así el cerebro incendió su propio infierno de conexiones nerviosas. Las neuronas comenzaron a humear y algo se alzó desde el fuero más interno y convirtió el cráneo en cristal, y la mente en palabras luminosas que lanzó al infinito. Con la esperanza de que alumbraran algún lugar remoto.
Y ellas viajaron a través del aire y de los laberintos del destino. Se asomaron a la barrera del sonido y se sumergieron en la noche del mundo, en una esquirla perdida de la oscuridad del universo. Volaron en silencio, enmudecidas por el vacío. Merodearon por el abismo, donde se acaba la esperanza, girando y dejándose llevar por las líneas de caos que se esconden entre los átomos.
Las palabras se deslizaron por el espacio como cometas errantes, como estrellas fugaces deseando la inmortalidad, como fuegos fatuos. Se consumieron, ahogadas por la materia oscura que parecía llenarlo todo, que pretendía llevárselo todo a la nada.
Pero las palabras llegaron a su destino, al más allá de los labios, al otro lado del muro de los que escuchan. Las palabras se precipitaron en un planeta desconocido, en un océano de calma. Chocaron contra un orden perfecto de leyes preestablecidas, de relojes que marcaban el inicio y el final de cada instante. Redujeron a ruinas los castillos de naipes amontonados durante años. Dejaron sólo escombros de las nubes de tormenta que cubrían un cielo de malos recuerdos. Descolgaron el Sol para enjaularlo en el estómago y darle un vuelco al corazón. Despertaron un alma demasiado acostumbrada a dejar pasar el tiempo, a permitir entrar el aire en los pulmones. Demasiado cubierta con las vendas de la monotonía que cubrían las cicatrices de tiempos remotos.
Entonces el alma se revolvió en su jaula, se desprendió de sus cadenas y empezó a gritar. A gritar por el endiablado significado de las letras entrelazadas, a chillar por el afilado sonido de cada sílaba. El alma empezó a correr e hizo cascadas entre los dedos. Aceleró el aleteo del pájaro ciego que dormía entre los barrotes de las costillas y congeló los tifones, que sintieron morir al dejar de girar.
Electrificó la piel, derritió la espina dorsal y desmoronó el equilibrio. Y finalmente robó todos los tesoros que guardaban los dragones de las entrañas y los lanzó a ninguna parte, para hacerlos brillar de furor con la caída.
Entonces un lágrima cortó la carne y cruzó los límites del mundo de las pestañas y de los párpados. La lágrima tejió un río de agua marina a lo largo de las mejillas, un río que se perdió en el infinito, un río que se hizo lluvia cruzando una sonrisa de relámpagos al despegar.
martes, 15 de febrero de 2011
Quiebros en el relato
lunes, 14 de febrero de 2011
Reparar, Reutilizar, Reciclar
Un encuentro con Ana Ripoll
sábado, 12 de febrero de 2011
5 maneras de morir en la actualidad
7 de Abril de 2009. Me encontraba tomando un café en una cafetería próxima al centro. Acompañado de mi mejor amigo Rubén, pagamos y fuimos a dar una vuelta. Hablábamos de lo que nos gustaría hacer en nuestra vida adulta; el, viajar por todo el mundo y vivir en todos los rincones del planeta, yo, vivir en Madrid y buscar novia cuanto antes, aunque le seguí la corriente. Me sentía extraño y seguro junto a él. Ya nos conocíamos desde hace 7 años, desde 1º de la ESO. Cruzábamos por la calle Príncipe de Vergara cuando un autobús me atropelló, y fallecí en el acto.
Veinte de Agosto de2008. Miércoles. Mi novio me esperaría en el aeropuerto cuando llegase. No nos veíamos desde hacía un mes. Me moría por sentir mi cuerpo junto al suyo, por pasar noches de verano como antaño, en que me diera los buenos días con su voz dulce y melodiosa, en que charláramos largo y tendido durante horas con la puesta de sol. Pero por otra parte no quería dejar Madrid. Ahí quería hacer mi vida, y por el estúpido trabajo de Carlos tenía que coger un estúpido avión que por cierto ya iba en retraso. Señal de cinturones. Las alas se despliegan. Apagar móviles. Ruido fuerte de los motores. Despegue. ¿Despegue? Y estoy muerta.
3 de Marzo de 2004. Irak. Me encontraba descansando junto a mi pelotón formado por 15 hombres, la mayoría negros. Todos nosotros éramos norteamericanos. Dentro de una hora tendríamos que atacar un barrio chiita a unos 5 kilómetros. Me acordaba de mi hija pequeña, y de que dentro de un mes cumpliría 4 años. Me acordaba de mi mujer y sus cabellos rizados que desprendían un olor a almendra mezclado con olor a Johnson baby. Se me escapaba una lágrima pensando que tal vez dentro de una hora podría perder la vida y dentro de tres se lo comunicarían a mi mujer. Nos arrancan de nuestros pensamientos y nos indican que subamos al vehículo que nos llevara al barrio chiita. En el camino no pronunciamos palabra, no nos miramos, sabemos que si lo hacemos veremos el rostro de la muerte. Nos bajamos. Se oyen tiros cercanos a nosotros. Avanzamos deprisa, y no puedo evitar que me vengan a la cabeza imágenes de los mejores momentos con mi hija. Estoy Muerto.
Me encontraba en la cama de un mugroso hospital en la capital de mi país, Kinshasa, en el Congo. Les pregunté a los médicos una y otra vez que tengo, a voces, a gritos, pero no obtenía respuesta. Ya me rendí y pedí por favor que salvaran a mi hijo, y que si le salvan un día pueda ir a la escuela y ser un gran hombre. Con muchísimo esfuerzo me levanté e intenté leer la placa de diagnostico que se situaba a los pies de mi cama. Ahora estoy muerta.
8 de Febrero de 1997. Estados Unidos. Washington. Otra vez llegaba tarde al trabajo, no me lo podía permitir. Además en esa mañana tenía que exponer el trabajo de 2 meses enteros. Cojo el coche y me desvío hacia la interestatal 395, giro a la derecha y ahora por autovía normal. Me encuentro con un viejo camión que llevaba parecían hierros. Un frenazo. Estoy muerto.
jueves, 10 de febrero de 2011
La duración de las hojas al caer.
En mis pensamientos andaba sobre teclas de piano intentando no hacer ruido, escalaba el asfalto de las carreteras, perdía las llaves de mí mismo, no encontraba la salida de emergencia. Y al final siempre me quedaba a solas, viendo desde la venta las migraciones de los pájaros, y en realidad, lo que veía era el tiempo. Me enredaba con las palabras que echaban raíces en mi paladar y ya no salían. Las estatuas me miraban medio absortas, infelices de no poder hablar y yo de no saber qué decir ni cuando callar. Estrellé las copas de cristal contra mi lengua, bebía del recuerdo endeble de saber que en algún lugar existes. Arranqué de mi piel la tinta que dibujaba sobre mis costillas frases carentes de sentido. Observo los pasos que he dado con dudas, sin saber si cambiarme de zapatos o amputar cada razón por la que andar de más. Intento despejar las tormentas que se desencadenan sobre mi cabeza, utilizando mis pestañas de pararrayos, inundando mis pensamientos de ríos de lava.
El hielo me recuerda a tu piel y cada espina a tu sonrisa. Tal vez por eso los precipicios me hablan bajito, los laberintos bailan en círculos para no dejarme una huída fácil. Arrinconando el dolor contra mis manos y estampidas de elefantes contra mis pulmones, las consonantes se fugan, golpean mi memoria que es tan frágil como el alambre. Y navego entre enjambres de avispas que me miran, entre libélulas que no dejan de revolotear. Las acuarelas me aprisionan, el óleo me encierra en un lienzo pero me libera saber que detrás de los barrotes no hay nada más. Y las agujas del reloj pinchan las venas de los incautos, y las termitas devoran los corazones de madera y las ganas de sonreír sin ganas. Poco a poco solo queda un mar encerrado en una pecera, una llama que se apaga en una hoguera destinada a mil brujas. El cansancio aumenta y las lágrimas abundan detrás de cada historia, detrás de cada puerta, espolvoreadas sobre secretos.
Y llaman locos a los que se conforman con soñar, con pintar otra realidad sobre las hojas de un cuaderno, a los que se cansan de escuchar historias para no dormir y los logros de otros. Nos perdemos en un inmenso torbellino, nos arrojamos a arenas movedizas llenas de manos que agarran. Cubiertos de desconcierto, las flores se marchitan, el sol no calienta. Y el fuego nos alimenta y también el odio. Se libran guerras de las que no se libra nadie, el tintineo de monedas nos convence, los discursos se encierran tras escaparates. Y no hay forma de arrancarse las heridas, ni de desprenderse del miedo. Ni lugar donde esconderse ni clima que resguarde. La galaxia son tus ojos que están a años luz de distancia. Y el despertador es un castigo, el transporte público una gran laguna que dura lo que dura un largo pestañear. La primavera ya no existe, todo tiene demasiada sal, demasiada lejía. Todo es demasiado extraño. El musgo crece debajo de la piel, el líquido que contienen los vasos de tubo no me aportan más ideas, cada camino es demasiado largo y los huracanes no son nada nuevo. Se agrietan los labios, las cometas, el alma. Y al final, lo único que queda son montones de hojas secas, que se agrupan alrededor prometiendo desaparecer un día para volver a aparecer.
martes, 8 de febrero de 2011
Reparar, Reutilizar, Reciclar
Siguiendo la consigna de las 3 R, vamos a aprovechar el material que han elaborado otros; en concreto, hoy usaremos una página de la novela de Carmen Martín Gaite Irse de casa.
Sobre la marcha os contaré cómo lo haremos. Os espero en el Taller.
viernes, 4 de febrero de 2011
Not a single word
Y después, ya no se podía describir. No había nadie que hubiera podido escoger las palabras para aquel evento planetario. Todo su mundo, estaba sangrando y gritando y brillando a su alrededor, como un beso que se expande hacia dentro y luego genera una honda. Como una piedra rozando la superficie de un lago. Si las aguas son la vida, y él aquella roca redondeada, su fricción inventó el nuevo comienzo de todas las cosas.
Un lugar donde las palabras tenían más sentido calladas. Dibujando sus contornos en el fondo del mar, viendo a las estrellas del cielo explotar en maravilla.
Su indescriptible maravilla.