Tanto silencio, tantas llamadas de atención. Tantas antenas, tanta adrenalina, tantos rayos y centellas. Tanta angustia, tanto sinsentido, tanta calma, tantas emociones erradas, tantos caminos por recorrer, tanta alegría sin sentirla, tantos peces en el mar. Tanto que decir, tanto, siempre tanto que tantas veces no tuve, tantas lágrimas en mis vasos, tantos fracasos, tantos peros, tanta miseria, tantas incongruencias.
Obsidiana, como cada mañana que sale el sol y solo hace daño. Como cada año bisiesto, como cada astilla en el corazón. Obsidiana, como el veneno sobre tus labios, como la vida al alcance de la mano, como el arrepentimiento, como perder la memoria a cabezazos, como el dolor y el tiempo. Obsidiana, como los rayos del sol arrasando mi piel, como tus tatuajes, como tu saliva sin mí, como la ropa que te cubre. Obsidiana, como lo que no quiero que descubráis, como lo que en realidad es mi corazón, mi coraza. Obsidiana, como el tiempo atmosférico, como el “hasta nunca”, el “nunca volveré atrás”. Obsidiana, como cada una de mis escarificaciones que me recuerdan que no te olvido. Obsidiana, como cada madrugada helada buscando la luz, como cada hora en la cama, como cada salamandra correteando en busca de cobijo, cada madeja de hilo, cada dilema. Obsidiana, como tantas comas sin sentido, cada punto y aparte entre nuestros paladares. Obsidiana, como la ansiedad que se propaga en mi alma si pienso que no te volveré a ver, como los secretos que solo conoce mi almohada. Obsidiana, como el reflejo en el espejo que me dice adiós, como este silencio alrededor, como esa sangre que brota y brota hasta escribir a fuego “solo juego con el clima”. Obsidiana, como cada mañana al despertar y solo querer soñar con calma.
Amatista, como tú corazón y lo que mi boca busca. Amatista, tanto cuarzo alrededor y arenas movedizas. Amatista, mátame de sobredosis de balas en el pecho, de puñaladas en el espíritu, de ataques por la espalda. Amatista, como mis palabras buscando tus oídos aunque sean escritas, como los dragones azules que salen de mi aliento cuando fumo tus recuerdos. Amatistas, como todos los infartos reunidos en un sordo dolor eterno. Amatista, prendido al parabrisas mil misivas, mil toques de atención, mil ramos de flores secas. Amatista, entre tus sábanas mi perdición, en tu pensamiento mi alivio, entre tus costillas mi martirio. Amatista, estar sin ganas, pisar azulejos, caer a un pozo sin fondo. Amatista, el reloj me avisa de que aún no has vuelto. Amatista, pues más no es nada, pues las tazas de café no me dejan dormir sin ti a mi lado. Amatista, para cuándo quieras responder aquí ardo, aquí ruedo por el suelo, aquí trueno, aquí caigo, aquí lamentos, aquí fallo. Amatista, a lo lejos solo hay ruina, solo sol solo entre murciélagos. Amatista, rayos de sol que queman, meteoritos, rayos de luna que hielan, contactos que matan. Amatista, cada estatua que quiere salir corriendo, cada estigma, cada sacrificio que nadie siente. Amatista, púrpura mi corazón y mi mente en blanco. Nada más bello cómo romperse en pedazos. Nada más bello como el sol eliminándonos. Nada más bello como el mar rompiendo contra nuestros costados.
Tanta sangre en mis letras, tantas metáforas que no son nada. Solo polvo, solo viento, solo vacio. Un grito. Dos gritos. Griterío que se gasta, que se agrieta. Caminos solitarios, ruido en cada esquina. Malos adoquines, farolas que se retuercen. Y cuando amanece todo pasa. Cuando las horas pasan pasa la vida y mientras tanto, tanta cicuta en vena, tantos relámpagos, tanta tortura, tantas cadenas. Respiro hierro candente, respiro odio, diversión y mala suerte. Algo que se esconde, algo que sigue dentro gritando, tanteando el ambiente, escondido en algún sitio, en tazas de té, en el filo de cuchillos. Mañana llueve o eso dicen, mañana siempre es un triste día pues mañana siempre es tarde. Pues tanta obsidiana y tanta amatista escriben con fuego que todo se acaba, todo quiebra, todo ensalza las ganas de apagar las llamas que surgen de desear cualquier cosa. Todo acaba, todo se va despacio, las nubes pasan y se van, el tiempo no deja de correr, la luna mengua, tú prosigues tu camino. Y aquí solo queda obsidiana en vez de piel, amatista en vez de huesos. Días y más días para pensar sin quererlo de verdad, un final. Un final que chilla. Un millar de voces. Una tonelada de sobresaltos. Una noche que se esparce. Una llamarada de rabia y locura, una cueva de misterio, un púlpito de secretos. Algo que siempre acaba por escapar.
Obsidiana, como cada mañana que sale el sol y solo hace daño. Como cada año bisiesto, como cada astilla en el corazón. Obsidiana, como el veneno sobre tus labios, como la vida al alcance de la mano, como el arrepentimiento, como perder la memoria a cabezazos, como el dolor y el tiempo. Obsidiana, como los rayos del sol arrasando mi piel, como tus tatuajes, como tu saliva sin mí, como la ropa que te cubre. Obsidiana, como lo que no quiero que descubráis, como lo que en realidad es mi corazón, mi coraza. Obsidiana, como el tiempo atmosférico, como el “hasta nunca”, el “nunca volveré atrás”. Obsidiana, como cada una de mis escarificaciones que me recuerdan que no te olvido. Obsidiana, como cada madrugada helada buscando la luz, como cada hora en la cama, como cada salamandra correteando en busca de cobijo, cada madeja de hilo, cada dilema. Obsidiana, como tantas comas sin sentido, cada punto y aparte entre nuestros paladares. Obsidiana, como la ansiedad que se propaga en mi alma si pienso que no te volveré a ver, como los secretos que solo conoce mi almohada. Obsidiana, como el reflejo en el espejo que me dice adiós, como este silencio alrededor, como esa sangre que brota y brota hasta escribir a fuego “solo juego con el clima”. Obsidiana, como cada mañana al despertar y solo querer soñar con calma.
Amatista, como tú corazón y lo que mi boca busca. Amatista, tanto cuarzo alrededor y arenas movedizas. Amatista, mátame de sobredosis de balas en el pecho, de puñaladas en el espíritu, de ataques por la espalda. Amatista, como mis palabras buscando tus oídos aunque sean escritas, como los dragones azules que salen de mi aliento cuando fumo tus recuerdos. Amatistas, como todos los infartos reunidos en un sordo dolor eterno. Amatista, prendido al parabrisas mil misivas, mil toques de atención, mil ramos de flores secas. Amatista, entre tus sábanas mi perdición, en tu pensamiento mi alivio, entre tus costillas mi martirio. Amatista, estar sin ganas, pisar azulejos, caer a un pozo sin fondo. Amatista, el reloj me avisa de que aún no has vuelto. Amatista, pues más no es nada, pues las tazas de café no me dejan dormir sin ti a mi lado. Amatista, para cuándo quieras responder aquí ardo, aquí ruedo por el suelo, aquí trueno, aquí caigo, aquí lamentos, aquí fallo. Amatista, a lo lejos solo hay ruina, solo sol solo entre murciélagos. Amatista, rayos de sol que queman, meteoritos, rayos de luna que hielan, contactos que matan. Amatista, cada estatua que quiere salir corriendo, cada estigma, cada sacrificio que nadie siente. Amatista, púrpura mi corazón y mi mente en blanco. Nada más bello cómo romperse en pedazos. Nada más bello como el sol eliminándonos. Nada más bello como el mar rompiendo contra nuestros costados.
Tanta sangre en mis letras, tantas metáforas que no son nada. Solo polvo, solo viento, solo vacio. Un grito. Dos gritos. Griterío que se gasta, que se agrieta. Caminos solitarios, ruido en cada esquina. Malos adoquines, farolas que se retuercen. Y cuando amanece todo pasa. Cuando las horas pasan pasa la vida y mientras tanto, tanta cicuta en vena, tantos relámpagos, tanta tortura, tantas cadenas. Respiro hierro candente, respiro odio, diversión y mala suerte. Algo que se esconde, algo que sigue dentro gritando, tanteando el ambiente, escondido en algún sitio, en tazas de té, en el filo de cuchillos. Mañana llueve o eso dicen, mañana siempre es un triste día pues mañana siempre es tarde. Pues tanta obsidiana y tanta amatista escriben con fuego que todo se acaba, todo quiebra, todo ensalza las ganas de apagar las llamas que surgen de desear cualquier cosa. Todo acaba, todo se va despacio, las nubes pasan y se van, el tiempo no deja de correr, la luna mengua, tú prosigues tu camino. Y aquí solo queda obsidiana en vez de piel, amatista en vez de huesos. Días y más días para pensar sin quererlo de verdad, un final. Un final que chilla. Un millar de voces. Una tonelada de sobresaltos. Una noche que se esparce. Una llamarada de rabia y locura, una cueva de misterio, un púlpito de secretos. Algo que siempre acaba por escapar.
3 comentarios:
Bien, Mario. ¡Qué bonito!
WOW!:)
Me siguen encantando las frases en cursiva entrelazadas en el texto. Y no sé si consciente o insconscientemente, pero hasta consigues rima en algunos pasages. Incredibile! Yo me quedo con " Amatistas, como todos los infartos reunidos en un sordo dolor eterno".
Y..."escarificaciones"? Dioses!
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