(Habitación de una casa. Dos personas: madre anciana y su
hijo rondando los cuarenta)
Madre: ¿Dónde has estado desde el jueves?
Hijo: En el campo.
Madre: ¿Qué es lo que haces allí?
Hijo: Cuando uno está en la ciudad, se divierte. Cuando uno
está en el campo, distrae a otra gente. Es extremadamente aburrido.
Madre: Y ahora, ¿te marchas?
H: Sí.
Md: ¿Al campo?
H: A dar un paseo.
(Cambio de escena. Un bar, el hijo sentado en la barra, a su
lado, una mujer bien vestida que desentona con el lugar. Habla la mujer.)
Mujer: ¡Eh! Alegra esa cara.
H: No puedo, soy un hombre constantemente enfadado, pero me
sé controlar.
Mujer: La vida es muy corta para estar enfadado.
H: La vida es muy corta para no estarlo.
M: ¿Enfadado con qué?
H: Con todo.
M: ¿Conmigo?
H: Puede ser.
M: Pero soy una desconocida.
H: En realidad todos somos unos desconocidos. Incluso para
nuestros conocidos.
M: ¿Quieres qué te cuente algo?
H: Quiero beberme la cerveza.
M: Te lo contaré igualmente: veo el futuro. Si me das las
manos y me miras a los ojos lo veré y te podré aconsejar. Puede que te ayude a
ser más feliz.
H: Está bien.
(Se dan las manos y se miran a los ojos. Tras unos instantes
se reanuda la conversación.)
M: ¡Ya está! Ya lo he visto. Sé cuál es la fuente de tus
problemas. Tienes que dejar la escritura. Si lo dejas serás feliz. Hazme caso.
H: Lamento decirte que eso no puedo hacerlo.
M: ¡Cómo son las personas! Nunca se dejan ayudar. Se piensan
que pueden ellas solas con todo.
H: Verás, quitarle a una persona su único pasatiempo es de
lo más cruel que existe.
M: Dime, ¿por qué escribes?
H: ¿Por qué ves el futuro?
M: Porque poseo un don.
H: Bien.
M: ¿Crees tú que tienes un don?
H: Creo que tengo algo más que no tener nada.
M: No sabes nada de la vida.
H: Sé de mi vida. Con eso tengo suficiente.
M: ¿Crees en Dios?
H: ¿A qué vienen tantas preguntas?
M: ¿Te molesta hablar de ti?
H: Solo cuando bebo.
M: ¿Eres vegetariano?
H: Prefiero comerme el animal antes de que me coma a mí.
M: ¿Y con los humanos?
H: Mejor ocultarse.
M: ¿Por qué?
H: léete un periódico.
M: ¿Qué voy a encontrar si lo hago?
H: Tú eres la adivina.
M: Sí, pero dime.
H: La barbarie.
M: ¿Te gusta viajar?
H: Sí y no.
M: ¿Cómo es eso?
H: Me gusta la novedad, pero me decepciona encontrar lo
mismo en todas partes.
M: Sin embargo, he visto que cuando escribes siempre hablas
de los mismos temas.
H: Los temas que me preocupan no me dejan de preocupar.
M: los temas son como ciudades.
H: Las ciudades desaparecen, se derrumban. Las dudas siempre
se alzan.
M: ¿Qué opinas de la guerra?
H: Que está por todas partes. ¿Por qué me haces tantas
preguntas?
M: Para comprender porque no quieres ser feliz. Si no me
haces caso serás muy desgraciado.
H: Bueno, lo tomaré como material nuevo.
M: te ríes de la desgracia.
H: Hay que reírse de todo.
M: ¿De uno mismo también?
H: Especialmente.
M: Me voy a marchar, no tienes remedio. Hay gente por ahí
que no dejaría pasar esta oportunidad.
H: Qué tengas suerte.
(La vidente pide la cuenta. Se marcha. Se cierra el telón.)