En lo alto de la torre, el viento chillaba en
sus oídos con una furia que parecía provenir del mismo infierno. El panorama
que se adentraba en sus ojos tampoco podía hacerla olvidar la realidad en la
que se veía envuelta, tan feroz como las olas que rompían contra las rocas
cortantes y tenaces. Un campo yermo se extendía a sus pies, con la luz del
atardecer haciendo relucir las armaduras doradas de cientos y cientos de
soldados. Su ejército, con sus poderosas banderas ondeando en aquella marea de
aire y olor a muerte. Las crines rojas como sangre sobre sus cascos y aquellos
escudos, con el nombre de la magia inscrito en el oro que los envolvía. Todos
ellos, todos sin excepción, habrían de perecer. No había forma de escapar al
destino cuando nos aguarda, se dijo, y ella nunca había echado a correr. Inspiró
hondo, tragándose aquel huracán como si fuera su último aliento de vida.
Sabiendo que quizá era así. Y cantó la última canción al cielo, mirando hacia las
nubes grises y el universo intrincado. Cantó lenta y suavemente la melodía de
un grito desaforado y al acabar, bajó uno a uno los escalones de aquella torre
hasta alcanzar el foso. El agua estaba quieta, estancada igual que todos ellos,
parados en aquel minuto que parecía extenderse para siempre. Recordó la luz y
se perdió en las sombras. Buscó una imagen feliz en su memoria, y la atesoró
entre sus manos como un pálpito de vida.
Y cuando el último rayo pareció esconderse tras el horizonte, aparecieron.
Miles y miles de caballos negros cubriendo los campos blancos como un magma lento y denso. Y a lomos de cada uno de ellos, un hombre de armadura tan oscura como las crines del animal. Tanto, que casi parecían fundirse en un abrazo que les llevase a las tinieblas de las que parecían haber sido arrancados. Poco a poco se irían acercando, pensó, hasta que las espadas fuesen desenvainadas y la sangre fluyera como agua, dibujando las huellas de una batalla que no debían perder, pero que no podían ganar.
Cuando su hermano la miró a los ojos y la
tomó de la mano, dispuesto a dar la orden, ella sonrió hacia la lejanía llena
de espectros al galope, acercándose, parecía, para devorarles a todos.
-Que vengan - susurró - estaremos aquí para luchar.
Y rozó suavemente el filo que sostenía entre
sus manos.
Que vengan.
3 comentarios:
A razón de lo que publicó Ulises, he escogido una canción y escritó lo que me surgió al escucharla. Me nació este texto y otro de estructura muy distinta pero oscuridad similar, que ya colgaré ;)
Contesto a tu relato con otra canción:
http://www.youtube.com/watch?v=d47gTUNY86k
¿Influida por el vídeo también? Es difícil sustraerse a la imagen.
Muy descriptivo. A ver cómo es el siguiente.
(El que puso la propuesta no fue Ulises, sino Guillermo que firma como Odiseo. Es para confundirse...)
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