jueves, 22 de noviembre de 2012

Ejercicio



Arranco las notas musicales, el rugido gutural que retumba en la caverna. Es color amarillo llameante y escarlata y azul. Es azufre. Mis ojos ven oscuro y los rostros se muerden los labios para no decir más maullidos. Se creen libélulas y aletean sus desdichas crujiendo con cada crepitar de la hoguera. Mis manos no son tales y el vendaval de hojas me entierra. Este oleaje me devora, los barcos se anclan en tu lengua, así navego.

Disparo a las almas, me escondo en las grietas. Entre tus costillas me llega el rocío matinal, llama a mi puerta el caos de no ser más. De no ser hoy y de no ser mañana. Mis manos se grapan a la línea que te dibuja. Mueren los trenes y los susurros al arder rozando la tela que te viste. No hay hueco para respirar, enloquezco en visiones borrosas que no te recomponen. Hay jaurías de perros que aun me buscan y las nubes ya no me sostienen.

Debajo de la piel mantengo chirriante nicotina y sedosa absenta atada. Dejo escapar los globos y el color y salto de adoquín en adoquín burlándome de la madera. Hoy todo está en calma y aun así me siento como la ceniza. Abro las ventanas  y araño el sol hasta que desangra chispas. Caen los ruidos sobre mí como si fuesen lluvia. Todo tiene un matiz gris azul como de llanto. La noche es una sábana que me clava a tu balcón. Son sonidos atronadores y dramáticos cambios de sentido. Tigres sin dientes y la estela taquicárdica de mi prosa despedazando al verso.

Es la prisión que nos congrega, es el santuario que nos recuerda que somos motas de polvo en una enredada tormenta tropical. Tu sonrisa es una pecera de tiburones y no hubo más dolor que tu portazo derrumbando por décadas dentro de mí.

No respiro la tormenta ni desisto. Me apuntan las balas de cañón y el espejo se burla. La tinta se transforma en medusas. No hay justicia ni balanza debajo de tu maquillaje. Me clavan las agujas los ojos y en los pulmones guardo los dibujos de animales que realizó el humo blanco. Apago las estrellas con los dedos y regreso al fondo del océano donde aun guardo las ideas, llenas de algas y de conchas. Ya no me alcanza tu red, ni tu piel, ni las palabras. Mi corazón es arrastrado por caballos y el camino es pedregoso. No hay suspiro ni reloj ni batalla dulce. No hay milagro fuera de tus dominios. Intento no hacer ruido andando por teclas de piano. Se despierta el gato y me mira de reojo pero él prefiere la luna. Se produce el terremoto y en la huida el mensaje se pierde. Hay cien amapolas, un recuerdo, una bala. Hay un escondite y un juego y la altura de caer en tus pupilas y tragar agua. Hay pirañas en las bocas y hay amor parecido al láudano.  Hay una rosa roja muriéndose de risa y el monstruo que vive en el desván no se duerme hasta que leo en voz alta pero lo que quiero es leerte a ti en braille. 

No hay demasiada luz y la que hay tintinea, escondo algo en una pequeña caja y la promesa de que esta maldición no se contagia. Las mañanas las paso de resaca por no beber lo que quería y pájaros azules han salido de las puntas de los dedos y han traído el relámpago, el eco violeta y la ensoñación constante. Cierro los ojos de nuevo pero ya no hay forma de acercarte. Vuelvo a sufrir el infarto de despertar errante y sin tu aroma reptando por las paredes.  La explosión interna del desayuno frío y la tos seca. Me engancho a las patas de las palomas y me marcho de aquí. Constante búsqueda del secreto y de la jungla, del hambre de granizo y sed de corriente eléctrica.

El bolígrafo pierde el sentido cuando te escribo y a trompicones, a veces, consigo que el papel no se marchite y te lleguen mis palabras. El mundo me mutila un poco y en la ciudad no hay jazz pero si lágrimas solidas como ámbar deslizándose por mejillas de hormigón y ladrillo.

No me quiero aquí rodeado de cables y pesadillas. No te quiero aquí que la asfixia comienza por la visión de este soleado paisaje de jaulas. No quiero los colores del semáforo, el aire metálico, el aroma artificial. Me recluyo y duermo esperando despertar envuelto en el ruido  de tu televisor y tu sofá naranja.

1 comentario:

Pura dijo...

"Tu sonrisa es una pecera de tiburones y no hubo más dolor que tu portazo derrumbando por décadas dentro de mí"
Se puede decir más alto, pero no mejor.
No dejas de sorprenderme, Mario.