domingo, 8 de marzo de 2009

Fénix

Mientras crecía, se iba apoderando de mi una ansiedad antes nunca vista que prevalecía hasta en mis más indómitos sueños; iba en persecución del tiempo, que parecía escapárseme por rendijas de silencio que se escondían entre mi propia rutina insustancial. La vida vacía era un cumulo de oportunidades perdidas que sin remedio me señalaban un único acontecimiento, un final de soledad y remordimiento que me asolaba cada parte del cuerpo como si una fina daga se hundiera en mi carne por segundos y un abstracto mal pudriera mi esperanza como un veneno aciago.

Era desolador para mi observar mi caída sin parecer tener fuerzas para evitarla, era como sentir la tristeza de un artista ante la combustión entre las llamas de su más bella obra maestra, yo no era una etérea creación pero al fin y al cabo, ir perdiendo la vida como aire sobrante de un tornado que perdió su fuerza y se consumió en su propio elemento, era para mí un dolor intenso y una pugna de mi alma por vivir sin que el cuerpo caminara hacia lugar seguro. Era como si mi sangre se descompusiera en agua y todo yo fluyera hacia un mar en el que acabar ahogándome.

Cada mañana sentía la punzante alarma del tiempo, que se me caía de las manos, que volaba, desaparecía, se evaporaba… solo tenía ansias de gritar y dejar que mi voz le arrebatara al destino una centésima de segundo; un alarido de angustia a cambio de un momento más para vivir.¿ Pero vivir de qué forma? Vivir por vivir, ¿como una senda que invariable te obliga a seguirla aunque sea tormentosa? No, eso parecía ya no tener sentido. Asique me dejé a merced de ese propio tiempo, le regale un año de mi vida en el que toqué fondo, llegué a confundirme con un objeto oxidado, olvidado, podredumbre de alma y habitante incierto de un mundo que me dejaba morir sin sentir un escalofrío de miedo ante esa perdida, nada. Me hundí en la oscuridad del alma humana sin una sola mecha. El fuego apartó de mí la luz y el calor durante tantos días que perdí la cuenta y dentro del calendario alojado en mi cabeza solo habitaba la espera.

Sin embargo un día, un día en el que el horizonte del firmamento tronaba como si el universo se peleara por su supervivencia y las calles eran tan grises como mi cuerpo, la lluvia cayó. Si el océano habitara el cielo, los mares se habrían quedado secos. Pero me mantuve firme sin nada que perder bajo aquella turbulenta tromba y me limpié de todo pasado, de toda seña de identidad de aquellos años que se alejaban con cada gota, que se descomponían con cada partícula de mi piel que quedaba limpia de la impureza de la amargura, y respiré.
Me tendí exhausto sobre el suelo, inmóvil durante un minuto y después caminé y tomé una decisión; y noté, mientras cavilaba sobre ella, como mis órganos revivían y se ensanchaban, la vida comenzaba a colarse por cada parte de mi mundo. Tarareé una canción y vislumbré su rostro, accedí a mi propia convicción, le di vía libre y eché a correr. Tan solo no perder un segundo más. Las piernas parecían salírseme del cuerpo, las venas estallar, la mente columpiarse entre la consciencia y el descontrol, quizás mis pensamientos también empezarían a huir.

Porque todo, todo lo que había sido, lo que me recordaba que no tenía ni era nada se había consumido, y sin su peso la libertad se hacía palpable. Podía volar sin separarme del suelo, podía eclipsar las barreras de lo posible, de lo físico y lo rítmico; fundirlo en ese momento en el que las cosas retomaban su sentido, el momento en el que mi existencia se activó y mi sentido de supervivencia, de querer vivir, sentir, nacer, morir, tener miedo y vencerlo, llorar, gritar, salvar mi vida, todo… me decía que corriera, luchara y ganara. De pronto el tiempo no se perdía, se ganaba, por cada segundo ansiado, otro renacía, se hacía fénix y llegaba hasta mi mirada, capaz de vislumbrar en la nada una extensa y vasta red de posibilidades con la que dar sustento al más mísero y postergado sueño; la vida, el tiempo, lo que sentía, lo que aún siento, eran ella, y si ella seguía a pesar de todo, yo seguiría con ella.

Si la felicidad, si la vida tiene un nombre… siempre fue el tuyo, Amelia.

Y yo solo podía pensar, corre, corre, corre hacia ella.

8 comentarios:

Wiz dijo...

Q temprano t pasas x aki!xD m gusta muxo,transmit mu bn la angustia dl sujeto,ese miedo a morir tan caracteristico dl ser humano...y el renacer s precioso!!^^

Mu bonito =)

Bea*

Irlya dijo...

Wau...!!
Solo puedo decir que me encanta! =P
Y q tengo q volver a leermelo más lentamente...=D
wau...


P.D. El miercoles hay taller?? Como estamos con examenes no creo q pueda ir...


Lucía

Daniel Rosselló Rubio dijo...

genial...qué sería de nosotros sin amor? qué sería nuestra vida??

precioso espeedika;)

eye in the sky dijo...

oh, Dios... demasiados matices para una mente como la mía, pero hermoso al fin y al cabo. Y aunque NADIE puede evitar a la muerte, supongo que es bella la idea de una reencarnación... En el mismo cuerpo. Lo que hace el amor...

C.S dijo...

jajaja si, muxos matices, me puse a tope kn ls matices. x cierto, reance la persona, pero q nadie muere eh, nadie xDDDD :P

PD si bea jejeje, me paso tempranito, las dos de la mñana es una hora magika jajaja :P

Pura dijo...

¿Y si en vez de escribirlo en 1ª persona lo hicieras en 3ª o en 2ª (el tú autorreflexivo)? ¿Que pasaría con los matices? Si aceptas el reto, dínoslo.
Enhorabuena, Carlota, tiene el relato grandes destellos, como el del océano y el cielo. Es una figura realmente bonita.

C.S dijo...

asias! pues acepto el reto!! (ais ais) jejeje. q es bonito eso de ponerse retos, aunq luego vete tu a saber si no me sale una sopa boba!

besos ;)

Al dijo...

En una escala del uno al diez esto... se sale de las escalas. Muy bueno, yo no cambiaría una palabra. Tengo que (como dicen por ahí arriba) leermelo otra vez, pero ya por puro placer, porque (desde mi humilde e insignificante punto de vista) está perfecto.

Me quito el sombrero.

Al