miércoles, 9 de mayo de 2012

Jazz y lágrimas... infinitos

Recomendación para la lectura: http://www.youtube.com/watch?v=V32pK_r-Zhg

A veces parece que la vida es un abismo que se abre ante una dispuesto a engullir todo futuro que pueda presentarse.
El cielo solloza silencioso, y ante mis ojos discurren sus débiles lágrimas. Un melancólico Miles Davis intenta consolarlo.
Los acontecimientos empiezan a sucederse, cada vez más rápido, cada vez más libres de las vanas cadenas con las que intentamos retenerlos. Corren, se deslizan burlones ante nuestra sorpresa, que siempre termina en resignación. Al final, abatidos por ese estúpido y pedante tic-tac, dejamos que el tiempo pase. Es lo único que podemos hacer. La rutina entonces se relame, porque sí, al final lo ha conseguido: nos ha metido en su bucle del que tanto nos cuesta salir.
La odiamos pero al mismo tiempo nos aporta seguridad. Es por eso por lo que tememos tanto esas tijeras que en algunos momentos repentinamente, cortan, el hilo, rompen la vida, nos dejan pendiendo de... nosotros mismos.
Miles Davis deja entonces la trompeta y se fuma un cigarro. Al cielo parecen acabársele las lágrimas en un solo instante.
Pero las lágrimas, como las canciones de jazz, son infinitas. El CD vuelve a comenzar y el cielo redobla su llanto con rabiosa intensidad.
Hay veces, que la vida se abre con una enorme grieta bajo nuestros pies, negando toda posibilidad de un mañana, pero, el tiempo, infatigable, tiende bajo nosotros una superficie sobre la que caminar. Unas veces, es una traicionera plancha de hielo, otras, una tabla de madera que cruje bajo nuestros pasos, pero al final, seguimos caminando. A la vida le importamos más de lo que quiere reconocer.

1 comentario:

Pura dijo...

Música y escritura, ¡perfecta conjunción!