lunes, 29 de octubre de 2012

Razones de ventanas

Aquella mañana a finales de otoño, me desperté temprano por haberme caído de la cama. El golpe no fue fuerte, pero bastó para evitar que me volviera a dormir. Recordé donde estaba, pues desde hacía poco vivía sola. Me había independizado, ya tenía 18. Me senté en la cama y miré el despertador, lo apagué pues ya no lo iba a necesitar más. Me desperecé lentamente, y me metí al baño para ducharme. Tras veinte minutos bajo el agua templada, salí y me envolví en la toalla. De camino a mi cuarto, se me ocurrió encender el ordenador. Mientras se encendía, me metí en mi cuarto y me enfrenté al mismo dilema de todas las mañanas, la ropa que ponerme. Tras un minuto se me ocurrió usar la ropa de los viernes, pero al buscarla la encontré en la cesta de la ropa sucia. Hice una mueca de disgusto, pues la idea se me había chafado. Metí una vez más las narices en el armario, y cavilé durante un buen rato, hasta que harta decidí ponerme algo sencillo, unos vaqueros ajustados y una camiseta de mi grupo favorito de música. Con el pelo mojado me dirigí al ordenador, pero tras poner ''google'', se me atascó, así que mientras se cargaba, me sequé el pelo con una toalla seca, y volví a mirar el ordenador, nada, seguía atascado. Me entró hambre y desayuné unas tostadas con nutella y un café descafeinado. Tras acabar el desayuno lo metí todo en la pila, le puse agua, y pensé:
-''Ya lo lavaré esta tarde''.
Al entrar a mi cuarto ví que por fin se había cargado internet, así que miré el correo, y decepcionada, apagué el ordenador. Cogí el móvil y miré la fecha, era sábado. Con un gran bostezo cogí mi mochila, y hurgué hasta coger la agenda. Miré los deberes y me sorprendí al comprobar que tenía pendiente un trabajo para el lunes, y este era de literatura, y además era el último, y si no lo entregaba podía suspender, y eso conllevaría el problema de volver con mis padres. Había hecho un trato con ellos, yo me independizaba, a cambio de aprobar al menos las más importantes, y a este paso tendría que volver a casa. Miré el tema del trabajo en la agenda, pero no había nada, luego me acordé de que me habían dado una hoja. Me levanté de un salto para cogerla del escritorio, pero me tropecé con la mochila de piscina. Otro golpe, vaya suerte la mía, eso seguro que me dejaría un moratón. Entre los montones de folios la encontré. El trabajo consistía en describir o más bien expresar en un papel ''La expresión''. La leí una, dos e incluso tres veces, pero por más que pensaba no se me ocurría nada. Pasé toda la tarde del sábado intentando pensar ideas, pero cada idea que se me ocurría en ese mismo momento la desachaba. Al final de la tarde estaba sin ideas y de bajón monumental. Cansada entorné los ojos, y sin darme cuenta me dormí, ya era tarde cuando me desperté. Cuando me situé, escuché alboroto en la calle, me levanté a mirar por la ventana y ví unos pocos coches circulando y un grupo de borrachos cantando  ''la gallina turuleta''según ellos supuse. Miré al frente para observar una gran cantidad de ventanas. El edificio era de un feo marrón claro, con muchas y repartidas ventanas. Era muy triste que mi piso estuviera justo entre dos edificios. Mi consuelo fue mirar hacia el cielo y admirarlo. Me sorprendí imaginando que las estrellas eran pequeños puntitos blancos al lado de una enorme y grisácea luna. En ese momento me entró nostalgia y recordé mis momentos mirando por una ventana. A mi siempre me gustaba mirar más allá de mi casa. Entonces en mi cabeza sentí como se encendía una bombilla o como si esa idea que huia de mi derrepente me buscaba. Eso era, ese tema. Cogí el ordenador y plasmé la idea en el word del ordenador. Tras varias horas de trabajo, lo terminé, lo imprimí y lo guardé directamente en la carpeta. Miré la ventana y vislumbré más allá los primeros rayos de luz del día. Sonreí y me asomé a la ventana, me sentí libre al fin de todo, era una sensación tan agradable. Cerré los ojos y extendí los brazos hacia afuera, y fue un momento que me pareció eterno hasta que una risa me devolvió a la realidad, frente a mi ventana, ví a mi vecino de enfrente mirarme a través de su ventana. Avergonzada me metí dentro de casa, y cerré la ventana y la cortina, mientras sentía que se me subían los colores. Pasé el domingo hablando por el correo y demás, también estudié un poco y quedé en mi casa con mis amigas. El lunes no me sonó el despertador y corriendo hice las cosas. Llegué justo a tiempo, y me froté los sitios donde me había golpeado por el camino, y como siempre entre las prisas y mi mala suerte...Bueno el caso es que al llegar entregué el trabajo esperando al menos un cinco. Estuve ausente durante las demás clases. Cuando al día siguiente nos entregaron los trabajos se me dibujó una sonrisa en la cara, un ocho y medio, me había salvado. Cuando llegué a mi casa eufórica abrí la ventana y grité lo más fuerte que pude. Después de hacerlo me dí cuenta de que mi vecino estaba presente, avergonzada, le miré y me dedicó una gran y preciosa sonrisa. A partir de entonces todos los días miro por la ventana. Y por estas razones me encanta mi ventana.

1 comentario:

Pura dijo...

Nunca se sabe qué se puede encontrar en el sitio menos esperado.
¡Buen trabajo!