miércoles, 14 de enero de 2009

Escrito de Bea Velayos: Jugando con el tiempo.


Mi nombre es Marcelo. Aparentemente, soy un hombre normal, medianamente atractivo, ni alto ni bajo, culto, curioso y emprendedor. Pero, ¡ay los peros!, solo soy aparentemente normal pues, aunque en mi carné de identidad pone que nací en 1986, la verdad es que cuando vine al mundo tenía ya 50 años. Sumen ustedes y ¡voilá!, mi edad actual es 73 años. Voy a intentar explicarles este pequeño desbarajuste de aquí para atrás... O de atrás para aquí. La verdad, da igual. Pasado, presente y futuro tienen ahora poco significado para mí, que sé lo que sé. Pocas cosas tienen significado desde hace veintitrés años, de hecho, por eso intento explicar este pequeño (¡ja! Menudo eufemismo...) desbarajuste, al mundo y a mí mismo. Quizá, con un poco de suerte, pueda entender por fin el sentido de esta enorme noria que es la existencia...

¿Conoces la teoría indhuísta de la rueda de la reencarnación? Es fácil. Si te mueres, y has sido malo, vuelves a nacer en una casta más baja. Si te mueres y vuelves a nacer, habiendo sido bueno todo el rato, las suficientes veces, vas al cielo. Pues bien, yo fui malo. Muy malo. Me pasé cincuenta año sde mi vida siendo malo. Tenía un hermano gemelo al que, decía mi bendita madre, ya hacía la vida imposible en el útero, y al que seguí amargando la existencia hasta que se emancipó con dieciséis años recién cumplidos. Pegaba a los niños en la guardería, les quitaba los juguetes, la paga y el bocata del recreo en el colegio y les pasaba droga a los más pequeños en el instituto. Era una joyita.

Siempre había sido una persona que se hacía notar. Alto, ancho de hombros, atractivo y con una mirada que encandilaba a las mujeres y amedrentaba a los hombres. Creía que el mundo estaba ahí para ser mío, y lo cogía cuando y como quería. Si me encaprichaba de una chica, la tenía. Si se me antojaba un coche, lo conseguía. Si me apetecía robar, fumar, beber, pelear... Lo hacía.

Tras doctorarme en empresariales, cómo no con unas notas magníficas -y compradas-, entre a fomrar parte de la plantilla de la empresa de mi padre. Éste fue ascendiéndome todo lo rápido que pudo, mientras yo me deshacía de las malas miradas y las murmuraciones de "Enchufado" a base de amenazas y violencia desmedida. Cuando mi padre murió, yo quedé a cargo de una empresa líder en su sector, con dos proyectos para comprar empresas más pequeñas en mis manos y el mundo a mis pies. Era guapo, era joven y era rico. No se podía pedir más.

Y mientras yo me dedicaba a cumplir mi sueño (vivir como un rajá trabajando... Pues eso, como un rajá), mi hermano era despedido de un trabajo tras otro, vivía en pisillos tamaño caja de pantuflas (ni siquiera de zapatos) y luchaba para sacar adelanta a su mujer y a sus gemelos. Vino a pedirme ayuda varias veces, pero yo, fiel a mi carácter, lo aparté de mi vista como se quitaría a un mosquito aplastado contra el parabrisas: accionando el limpiaparabrisas (también llamado guardaespaldas de lujo).

Mi hermano acabó en la cárcel tras tratar de robar antibióticos para uno de los gemelos, enfermo de pulmonía. El niño murió un mes antes que yo. Mi Jaguar se estrelló contra un muro el día de mi cumpleaños, cuando volvía a casa borracho como una cuba tras la fiesta de rigor. Lo último que vi antes de saltar en pedazos fue la pared de ladrillos, y una pintada: "MUERETE, CABRON!!"

Lo primero que vi fue la mascarilla verde de un médico del hospital público más cochambroso de la ciudad. Había muerto siendo un rico y exitoso hombre de negocios de cincuenta años, y había vuelto a nacer como un crío flacucho abandonado por su madre -alguna adolescente conflictiva, supuse después- al minuto de nacer. Desde entonces he estado dando tumbos por más de veinte casas de acogida distintas, tratando de olvidar mi pasado, mi futuro y mi presente, que no dejan de ser lo mismo. Soy una mala persona, lo sé, y por eso estoy aquí otra vez. Pero, como si no fuera suficiente castigo dejar que un chico de veintitrés años recuerde su vida anterior como adulto, trabajo en lo que debe ser lo más parecido al infierno en la tierra...

- Dos BigMac, refresco gigante y patatas deluxe... Son 9€, siguiente...

1 comentario:

Pura dijo...

Estupendo, Bea. Y qué rapidez. Da gusto.