lunes, 7 de diciembre de 2009

Aún... pero nunca.

Hacía tiempo que no la veía, que no sabía nada más de ella que su nombre, aquel que una vez coronó con belleza cada una de sus frases. Amelia. No acababa de entender por qué razón la vida acababa separando a las personas, como si transitaran un túnel cuyo suelo no pudiera evitar moverse y no pudieran tampoco, evitar dejarse llevar. No tenía recuerdos de ella, porque nunca dejó nada material o inmaterial que recordar. Ningún libro, ninguna carta, ningún CD, ningún video donde pudiera escucharla reír de nuevo, nada. Sin embargo, a pesar de los años y del peso inmarchitable del olvido, podía ver con claridad sus ojos verdosos y brillantes regurgitar pequeñas secuencias de luz, dentro de aquella habitación de sombras que era su memoria.

Aún guardaba su sabor a menta y su perfume de tinta sobre hojas de papel. Guardaba su eco de sonrisa y su mirada en los espejos. Guardaba su tacto de agua, como un dulce arroyo. Su voz caliente, tostada. Sus pies descalzos y su rastro de arena. Su luz y su mirada al pasar de una novela a otra… Ella siempre fue un esbozo inacabado, una sorpresa constante, una canción rock. Fue el cielo nocturno en sus noches de insomnio y el paliativo de toda enfermedad. Fue angustia y miedo, fue amor, sexo, deseo y comedia. Ella fue pauta y camino. Ella lo fue todo.

Lo fue todo para él.

Y aún así, la olvidó.

Porque él no fue un hombro ni un apoyo, no fue un amante ni su poeta enamorado, no fue ni valentía, ni arrojo. No fue embrujo, no fue su mano resguardada en su mano, ni su mundo, ni sus ojos. No fue verdad ni mentira, no fue un abrazo ni una buena historia. No fue hipocresía, no fue un beso, no fue su esencia a menta, ni su alegría. No fue un amigo, no fue ni siquiera un desconocido. Fue un habitante de su universo, un transeúnte enamorado de su magia, de su suspiro. Fue un reflejo de sí mismo.

Y los dos existieron protagonizando el mismo cuadro, la misma página, la misma palabra de un renglón, la misma canción, la misma secuencia corta o larga, el mismo aire y la misma lluvia. Tocaron la misma nota y la dejaron suavemente volar. Viajaron al mismo lugar, más o menos veloces. Miraron un mismo horizonte, pero nunca se tocaron. Nunca fueron uno, uno del otro. Dos.

1 comentario:

Pura dijo...

Bien, Carlota. Seguimos por las profundidades humanas donde todo se mezcla, se junta y, a veces, explota.
Buenas noches.