domingo, 6 de diciembre de 2009

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Cuando nació los pájaros entonaron baladas y los planetas se volvieron locos. La luna era llena y el mar estaba en calma. La hierba la inundaba un leve rocío. Y sus sollozos al nacer se contrarrestaban con dos enormes sonrisas de sus padres.. Parecía las torcidas líneas y cubiertas de lágrimas de una carta de amor y tristeza de un soldado en la Segunda Guerra Mundial que nunca llegó a su destino.

Cada vez que sonreía mil palomas mensajeras se extraviaban, confundían sus mensajes escritos con mensajes radiofónicos. Cada vez que sonreía se producía un eclipse de sol, brotaba una semilla, resucitaba un hada. Aunque su carroza nunca fue una calabaza, ni sus zapatos fueron de cristal nunca quiso tocar una rueca, ni morder una manzana roja. Tal vez no fuera una princesa, tan solo un peón que se corono reina de corazones. Nunca conoció a su príncipe azul pero a lo mejor fue porque no lo necesitaba, se contentaba solo con que la quisieran, no era necesario el título nobiliario ni el color.

Se escondía entre arbustos, entre jarrones japoneses y flores de loto, entre hoy y mañana. Corría por el jardín radiante y feliz cuando nevaba. Si la daban cancha hablaba sin parar y tenía una facilidad especial para mantener en tensión a su público. Si hacer reír era una virtud, ella era todo un prodigio. Solía imaginar que viajaba a otros lugares, a otros países. Imaginaba los olores, los colores de las luces, los distintos idiomas y culturas acariciando sus oídos. La lluvia en Paris que mojaba sus pestañas mientras veía la Torre Eiffel desaparecer y aparecer en plena noche. El sofocante calor de agosto al pasear por una Roma reservada solo para ella. Soñaba con pisar el océano Pacifico viendo cómo las olas gigantes solo hacían el amago de llevársela consigo y caminar por Hollywood pensando que era Marilyn Monroe. Soñaba antes de dormir y mientras dormía. Y soñando se la paso la vida, como se consume una vela que no se ha apagado a tiempo, como una montaña se va gastando poco a poco por la erosión. Se la paso la vida sin apenas enterarse, no la dio tiempo a reaccionar ante el lento pero a la vez fugaz paso de los años. En el tiempo en que un enamorado tarda en suspirar a ella se le pasaron cuarenta y cinco años.
Un día se miró al espejo y en vez de encontrarse a esa chica de veinte años se vio de bruces contra el rostro de la vejez. No podía comprender qué había ocurrido, ayer mismo saltaba entre azoteas y confeccionaba atardeceres. Fue como si algo hiciera crack dentro de su cuerpo. Y una lágrima broto de sus ojos y calló por su mejilla, como si un torrente bajara por una montaña agrietada y seca. Solo fue una lágrima, pero una lágrima que condensaba una terrible tormenta, un mar embravecido y furioso, una catástrofe natural. El reflejo de lo que ocurría dentro de ella, en lo más profundo de su corazón. También tomo consciencia de todo lo que tenía alrededor. Como aquella película en la que alguien se acuesta y cuando se levanta tiene una vida totalmente distinta. Vio que era viuda, que tuvo hijos y estos la dieron nietos. Nietos que habían heredado de ella la magia de soñar y el don de la risa. Y abrazó su nueva vida, como el abrazo que se da a un amigo de la infancia al que hace años que no se ve, como una pareja se abrazaba mientras Pompeya se tapaba con un manto de cenizas. La atención que no pudo dar a sus hijos lo invirtió en sus nietos, les conto historias, les enseño todo lo que sabía, les crió como a ella la hubiera gustado ser criada. A sus hijos les mostró el amor que no pudo mostrarles. Ella lloraba a cada anochecer, viendo las fotos de su boda. No recordaba nada de eso, nada de su matrimonio. Solo se recordaba mirándose a un espejo, y más hacia atrás solo había niebla, hasta que volvía a encontrarse con la joven soñadora y feliz, que escribía poemas en las servilletas de los bares, y lanzaba besos a las flores.

Murió mientras dormía unos años más tarde, rodeada de sus hijos y de sus nietos. Ellos siempre la guardarían en su corazón. La herencia más importante que les dejó a todos es que debían tener cuidado con los sueños. Mejor centrarse en cumplirlos y no imaginar cómo sería haberlos cumplido, o te mantendrás en pause hasta darte cuenta de que te has perdido lo mejor de la vida. Y mañana siempre es demasiado tarde para arreglar las cosas y cumplir los sueños. Y mañana siempre es demasiado tarde para volver a hoy.

4 comentarios:

Daniel Rosselló Rubio dijo...

Genial mario, es como una declaracion de intenciones vital (y en tercera persona XD)

Mario Sánchez dijo...

xDDDD

C.S dijo...

Eres un genio de la asociación, magnifico ritmo. al final es una fabula llena de ternura ;)

Pura dijo...

Perfecta la tercera persona; es fácil identificarse con ella. Un relato excelente que deberíamos aplicarnos todos un poco.

Atención a los laísmos (hay varios) y a un cayó (del verbo caer, por lo tanto con y).