domingo, 18 de abril de 2010

Sueño

En el momento en el que abrí mis ojos noté que algo había cambiado a mi alrededor. No encontré sobre mi cuerpo la manta que me cubría mientras dormía, ni la blanda almohada que soportaba mi cabeza. Es más, estaba tumbada sobre algo demasiado rígido para ser mi cama. Supuse que me había caido al suelo en la noche y no me había despertado, pero al intentar incorporarme, montones de piedras se clavaron en mis palmas.
Sorprendida, me miré las manos, pero en en vez de eso unas patas peludas ocupaban el lugar de mis brazos y garras donde debían estar mis uñas. Parpadeé un par de veces, y me quedé mirando mis extremidades por un tiempo indefinido, hasta que comprendí que era demasiado real para ser un simple sueño.
Asustada, intenté llamar a mis padre, mas el único sonido que salió de mi garganta fue un rugido que parecía 10 veces más atronador por el eco. Miré a todas partes y logré vislumbrar un punto de luz en la lejanía. Como pude, me levanté sobre 2 de mis nuevas patas, pero no conseguí mantenerme erguida y caminar al mismo tiempo, asi que me puse a 4 patas y salí corriendo hacia la luz.
A medida que iba avanzando, el foco de luz se volvía más grande, y podía distinguir con mayor claridad el exterior. Salí de lo que parecía ser una cueva y respiré hondo. Al parecer, me encontraba en un bosque, pero lo notaba distinto a cualquier otra vez que hubiese venido.
Los olores del bosque me llenaban ... Podía oler el rocío de la lluvia que habia caído hace poco, oir millones de sonidos que antes hubieran pasado inadvertidos que hubieran pasado desapercibidos antes ... Nuevas sensaciones me inundaban. Estaba embelesada con la belleza tan peculiar que me ofrecía el medio en el que me encontraba.
Sin previo aviso, mi cuerpo me pedía correr, atravesar todo el bosque con rapidez hasta quedarme sin aliento ... Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí feliz. Me dirigí hacia ninguna parte, a toda la velocidad que me permitían mis nuevas patas.
Al cabo de un rato, llegué a la orilla de un pequeño río. Estaba sedienta, asi que me acerqué y comencé a beber con avidez. Para cuando terminé, el agua me devolvía el reflejo de una osezna, de pelaje espeso castaño oscuro y ojos negros como la noche. Mi nuevo yo. Me sentía cómoda con mi nueva apariencia. Podía hacer lo que quisiera, ser libre ... sin horarios ni órdenes ni responsabilidades ... Era pefecto.
Un ruido atrajo mi atención. A mi espalda algo se movía. Me giré, pero solo ví arbustos y más árboles. La alarma saltó en mi interior. Justo en el momento en el que creí que eran imaginaciones mías, una bala pasó rozando mi oreja. De los arbustos salieron un par de cazadores con una escopeta cada uno. Me dí la vuelta y huí. Pero antes siquiera de que atravesase el río, volvieron a disparar y me dieron en una de mis patas traseras. Aullé de dolor y tambaleándome, me derrumbé en el suelo. Para asegurarse de que no me volviera a incorporar y atacarlos, se acercaron a mí y me dispararon en mi pata delantera derecha. Aullé de nuevo, pero a ellos no parecía producirles lastima mis quejas, y me ataron las cuatro patas con una cuerda sin contemplaciones. Sentí una rabia desmesurada hacia ellos, e intenté morderles cuando uno de ellos me quiso poner un bozal. El cazador del bozal retrocedió, y le dijo algo a su compañero, pero descubrí que no conseguía entender lo que decían. Hablaban en un idioma desconocido para mí. Este hecho me desconcertó. ¿Podría estar perdiendo mi parte humana despues de todo? ¿Significaría que ya no volvería a ver a mis amigos, mi familia y me quedaría en ese cuerpo para siempre? Todas esas preguntas sin respuesta me volvían loca, aunque lo primero que era recomendable hacer era salir de allí, ya que los cazadores no parecía que fuesen a ser compasivos y dejarme en libertad así como así.
El cazador del bozal se había dado la vuelta y hablaba con su compañero, mientras que sus dos escopetas descansaban apoyadas en un roble. Bajé mi cabeza y empecé a mordisquear las cuerdas que me ataban. Por suerte, los cazadores estaban demasiado seguros de que no me soltaría, ya que me dió tiempo para romper las cuerdas sin que ellos se dieran cuenta. Al soltarme, me levanté y les ataqué con mis garras antes de que pudieran coger sus escopetas de nuevo. Uno cayó al suelo bañado en sangre, y al otro le dejé demasiado malherido para caminar.
Tras eso, volví a huir. Atravesé el río y fuí todo lo rápido que me permitían mis patas heridas. Pero otro tiro me alcanzó, esta vez en la espalda. Caí estrepitosamente al suelo. Mi sangre comenzó a hacer un charco más grande a cada segundo que pasaba a mi alrededor. Cansada de correr, de luchar y de escapar, cerré los ojos.
Esa vez no los volví a abrir.

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