lunes, 30 de enero de 2012

Podríamos llamarlo... ¿la escalera?

No hacen falta palabras ni más explicaciones. Cada uno que cuente lo que quiera y... ¡lo que pueda!
¡Ánimo!




domingo, 29 de enero de 2012

Adiós, señora cometa.

Cuando era pequeña, mi día favorito de la semana era el domingo. Mi hermana solía llevarme al Rastro y, luego, paseábamos por ese Madrid al que nunca van los padres, el Madrid antiguo de calles estrechas, olores exóticos y adoquines ennegrecidos. Entrábamos en tiendas de trapero a buscar tesoros, comíamos en locales diminutos, apoyadas en la barra -a la que yo nunca llegaba- y volvíamos a casa exhaustas y completamente felices. Yo admiraba a mi hermana con la inocencia absoluta de los niños y me prometía que, de mayor, no sería normal y aburrida, sino que recorrería el Madrid de los domingos, al que nunca van los padres.
Había una tienda en especial que me encantaba. Tenía un escaparate diminuto y sucio atestado de trastos viejos, rotos e inservibles, que hacían preguntarse cómo aquel antro podía seguir abierto. Y en medio de toda aquella basura, como si fuese un milagro, había una cometa. Destacaba en el escaparate con un brillo de irrealidad y era para mí un misterio que siguiese allí cada vez que pasábamos por delante del escaparate. Me parecía totalmente imposible que sólo yo me hubiese enamorado de aquella maravilla. Desde el momento en que la descubrí, los paseos de los domingos estaban volcados al momento en que podía ver a mi cometa. Cada vez inventaba una excusa -un traspiés, atarme los cordones, rehacerme la coleta en el reflejo del casi opaco cristal- para robar unos preciosos segundos ante ella. La contemplaba, me la bebía con los ojos, y cada día descubría un nuevo detalle que me confirmaba que era perfecta.
Sin embargo, nunca se lo dije a nadie. Sentía que algo tan bonito no podía ser para mí y temía que, si le confesaba a mi hermana lo mucho que ansiaba aunque sólo fuese sostenerla en mis manos, me diría que no me la compraba. Sabía que también podría decidir conseguírmela, pero el miedo a que machacasen mi sueño me paralizaba y hacía que, cada vez que cogía aire y valor ante la roñosa tienda, acabase hablando del tiempo. Así, guardé durante mucho tiempo mi secreto deleite, conformándome con observar sus brillantes colores a través de un polvoriento cristal, y me acostumbré a la idea de que nunca volaría una cometa. No debía ser, sin embargo, tan buena actriz como yo creía, porque un día mi hermana llegó a casa con un paquete en las manos y, sonriente, me lo entregó. Yo lo cogí con manos temblonas y quité el papel de estraza poquito a poco, no queriendo creer lo que tenía delante. Y ahí estaba. Emergió del vulgar papel como una aparición, de seda suave y caña ligera, hecha para pertenecer al cielo. La deposité en mis piernecillas y la contemplé durante mucho tiempo, sin saber cuándo me despertaría. La acaricié con las yemas de los dedos, asombrada de que tuviese el mismo tacto que había imaginado tantas veces al verla ahí, al otro lado del cristal, apenas a veinte centímetros y tan inalcanzable. No me había dado cuenta de lo mucho que me dolía no tenerla hasta que estuvo en mis manos.
Durante días, la cometa estuvo en mi casa y yo no me atreví a sacarla. Temía que se manchase o rompiese o que alguien, llevado por la envidia o la codicia, me la arrebatase. Creía que cualquiera que la viese la querría tanto como yo. Sin embargo, pronto comprendí que mi cometa se ahogaba encerrada y, armándome de valor, bajé con mi hermana a una pradera a las afueras de la ciudad, donde había ya algunos madrugadores volando sus propios espantajos. Eran todas cometas demasiado pequeñas, pesadas o estridentes; no había ninguna como la mía, y me hinché de orgullo. La sujeté con cuidado con la punta de los dedos e, insegura, comencé a correr. Pronto noté cómo el viento la tomaba en sus brazos y la solté. Mi cometa ascendió como una flecha, rauda, elegante, bellísima. Yo cogí el carrete de hilo y durante mucho tiempo me limité a mirar cómo se mecía en el cielo, alejándose según las corrientes de aire, destacándose contra las nubes, con su seda vibrando como si riese. A veces parecía recordar que algo la unía a la tierra y, rápidamente, viraba y planeaba, proyectando su sombra sobre mí, aunque enseguida volvía a irse.
Al cabo de un rato, noté que algunos de los que allí estábamos, todos con los ojos clavados en lo alto, movían sus hilos, los levantaban y giraban y, apenas con un movimiento de muñeca, sus cometas respondían y giraban, reproduciendo el trazado en el cielo. Decidí intentarlo y, tímidamente, moví el brazo a la derecha. Justo en aquel momento, un remolino atrapó mi cometa, que ascendió bruscamente. El cordel corrió como un latigazo tras ella, quemándome la palma de la mano y clavándoseme en la muñeca. Yo la disculpé, ajusté el hilo entre los dedos y volví a probar, una y otra vez. Y todas y cada una de las veces, mi cometa se resistía, se escapaba y el hilo dejaba una dolorosa marca, recordatorio de mi arrogancia. Por fin, con las manos destrozadas, me resigné. Mi cometa nunca me haría caso, porque no era como las demás: estaba hecha para volar libre, sin ataduras, como un pájaro de seda que poseyese libre albedrío. Y, aunque todavía me escocía la piel y notaba lágrimas en mis mejillas, decidí que por aquello mismo me gustaba tanto mi cometa y no me enfadé.
Pero entonces, de pronto, se desató el vendaval. Las nubes iniciaron un sprint en el cielo y mi cometa fue tras ellas, viendo su oportunidad para ver el mundo y alejarse de los vulgares límites de mi Madrid. El hilo tironeó en mis manos y la cometa se fue quedando sola en el cielo, pero no por ello se rindió, sino que siguió tirando y tirando. Yo no quería perderla, porque apenas entonces aprendía a conocerla, pero nunca nadie me había enseñado a volar. Yo tenía huesos pesados y brazos inútiles, sin plumas que me elevasen. Tenía los pies desgraciadamente anclados al barro, aunque hiciese horas que no cesaba de mirar hacia arriba. Y cuando vi que, incluso calmado el viento, el cordel seguía pegando violentos tirones, entendí que sólo me quedaba una alternativa, pues nunca conseguiría que mi cometa fuese feliz en el suelo y yo nunca había pertenecido al cielo, Lenta, muy lentamente, con el dolor tatuado en cada articulación, abrí los dedos lentamente y la cuerda se deslizó entre ellas, acariciándome. Una vez libre, susurró "suerte" y mi cometa escapó con el viento, en dirección al pathos que algún dios caprichoso le había escrito. La vi caracolear y desaparecer en el horizonte, brillante y más bella que nunca, ahora que me abandonaba.
Me senté en el suelo, desconcertada. No entendía cómo se me había concedido el único deseo que me había surgido de lo profundo del corazón, de la sinceridad del alma, sólo para acabar quitándomelo. Se me antojaba de una dulce crueldad haberme prometido tanto para dejarlo en el recuerdo de su imagen desapareciendo. Me deshice las entrañas en lágrimas, me mezclé con el dolor hasta que fuimos una sola cosa. Me desprendí de tantas cosas que, ahora sí, habría podido volar. Pero no lo hice. Entonces llegó mi hermana, me tendió un clínex para secarme las lágrimas y, cogiéndonos en brazos a mí y a mi infinita tristeza, nos llevó a casa.

viernes, 27 de enero de 2012

Brighton.




La monotonía de los cuerpos a veces es pura poesía, un poco como las gotas de lluvia al romperse contra el suelo.

Me bajo del autobús justo cuando empieza a llover y maldigo en silencio la suerte que me depara la tarde, mientras la luz se declara en huelga dejando paso poco a poco a la noche. Si miras hacia el mar, al final de la empinada calle, las nubes se están deshaciendo mientras el agua cae del cielo sobre el océano del Canal. Es una visión espectacular, como la del atardecer rojizo los días sin niebla. Corro hasta una enorme tienda para resguardarme del aguacero y me pruebo todo lo que no puedo comprarme, abrigos, zapatos y vestidos, en un alarde de imprudencia y estupidez, las manos siempre pueden acercarse a la tarjeta y estaría todo perdido. Al final me compro un gorro de lana sedosa y me lo pongo nada más salir, tirando a un papelera la etiqueta. Ya no siento ni la llovizna ni el haberme dejado el paraguas en casa. ¿Quién se olvida el paraguas en este país? Ahora llueve cada tarde, aunque por la mañana sale un sol suave y frío. Cruzo la calle hasta el Café, dentro se está tan calentito... pido un mocha pequeño para llevar. Qué delicioso. Salgo a la calle con el sabor en la boca y el calor en las manos, que rodean el envase de cartón forrado. Bajo la calle y decido perderme por las perpendiculares, algunas con tiendecitas tan estrechas que cabe preguntarse si se puede entrar en ellas. La noche ha caído ya, y las luces de navidad ya no volverán a encenderse, aunque estén allí, como silenciosos fantasmas. Tomo la calle de la estación y giro a la derecha, hasta alcanzar esa gigantesca iglesia que parece una antigua fábrica, St. Bartholomew, es católica y da bastante miedo, no por el credo, sino porque su interior es alto, imponente y frío. Sigo bajando hasta alcanzar Old Steine, allí hay otra iglesia, St. Peter, más pequeña, protestante; allí está también la parada del autobús, corro porque ahora diluvia. Me termino el café, me pongo los guantes y la música en los oídos. Delante mío tengo uno de esos edificios tan populares por aquí, bajito, sólo con un par de plantas, con escaleras en la entrada, de ladrillo blanco desgastado por el clima, con dos enormes ventanas de esquinas redondeadas junto a la puerta de color verde, o rojo, o blanco. Siempre imagino que un día viviré en una de ellas, con su pequeño jardín trasero. Me imagino sentada en la mesa de la cocina, tomando un chocolate mientras observo a la gente de la parada, cada vez más llena, refugiándose de la inclemencia. Veo las gotas en el cristal, debe de hacer frío, pienso, pero yo estoy en casa. Llega el número 25, casi vacío. Me subo, me siento y me dejo llevar. También hay gotas en el cristal del autobús, el que ya se está moviendo, para llevarme a mi otra casa, con mi otra ventana, la de verdad, desde la que se ve el bosque y el cielo. Y la noche.

Sigue lloviendo.

jueves, 26 de enero de 2012

El tigre que devora al ciervo.

Ella me contó que en otra vida debió de ser un tigre, y, que ahora, su alma despedía el aura salvaje del felino. Me lo dijo mientras comíamos en un restaurante, ella carne roja poco hecha y yo un simple plato de pasta, solo coincidíamos en el vino y la ensalada. Yo me reía, y ella me daba más argumentos sobre su vida pasada. Me decía que tenía un gran sentido del oído y del olfato, luego abrió la boca para enseñarme unos pequeños colmillos ligeramente afilados. 

-Y, por si fuera poco, sé cuándo la gente tiene miedo.

-Y te encanta la carne roja poco hecha.

-Y me encanta la carne roja poco hecha. 

Me contó que muchas veces soñaba que era un tigre. Avanzaba con cautela, corría detrás de las presas. Yo la escuchaba, su mirada se clavaba en la mía y la intensidad de su perfume, cuyo aroma no sabría explicar, me embargaba y provocaba que el mundo desapareciera a mí alrededor y que sólo quedáramos nosotros y la mesa con los platos y los cubiertos. 

-¿Tú fuiste algún animal en una vida anterior? 

Regresé al mundo. No tenía muy claro lo de las vidas pasadas y me tomaba el tema de conversación medio en broma. Además, no tenía ni idea de que animal podría haber sido y se lo dije, añadiendo, que si ella es un tigre, preferiría no haber sido un ciervo. Ella sonrío, ahora comíamos juntos, pero en otra vida tal vez podría haber sido yo el plato principal. Por un momento ella fue un tigre y yo un ciervo. Sus ojos brillaban con la luz del peligro y su pelaje a rayas centelleaba entre la espesura. Miraba a los ojos al tigre como hipnotizado. Los demás ciervos huían despavoridos y el tigre se abalanzaba sobre mí, me mordía el cuello, me daba zarpazos y me rompía la cornamenta. Mi vida como ciervo llegaba a su fin.

-A lo mejor fui un ciervo y tú me devoraste. 

Bromeé con que en ese caso, ella tendría que pagar la cuenta. Sin embargo, ahora no podía parar de pensar en haber sido un ciervo. En esa imagen perdiéndome en los ojos del tigre. Me pasaba lo mismo ahora, al mirarla a los ojos. Tenía la carne de gallina, debió de darse cuenta, dejó el tema y se centró en su plato. Miraba como se terminaba el filete, con que pasión lo hacía. 

Después de un par de cafés y de pagar la cuenta, decidimos salir a dar una vuelta. No hacía mucho frío y no era tarde. Hablábamos de otros temas, de política, películas de cine, noticias importantes, y de trabajo. Ahí estábamos, la mujer tigre y el hombre ciervo, paseando tranquilamente por la ciudad. Los gatos se alejaban y se escondían. Seguía invadiéndome su perfume. Me sentía frágil y a gusto, como mecido por un mar con oleaje. Estaba contento, ¿quién no quiere pasear con un tigre sin temer sus zarpazos? 

-¿Si fuera un ciervo me devorarías? 

-Quién sabe. Probablemente, si fueras mi presa. 

-A lo mejor estamos condenados a encontrarnos en cada vida que vivimos.

-¿Condenados? 

-Sí, porque al final acabas devorándome. Me lo imagino así, me pierdo en tus ojos y cuando quiero darme cuenta ya es tarde, no puedo escapar. 

-Puede que esta vez sea distinto. No pretendo devorar humanos- bromeó.

-Ya lo sé- sonreí- pero da igual, te miro, me pierdo en tus ojos y cuando quiero darme cuenta ya es tarde, no puedo escapar.

miércoles, 25 de enero de 2012

El círculo de cipreses

Una fria mañana de enero me encuentro en un paseo tachonado con glicineas secas, de las que aún penden las vainas de las semillas.
Bajo estos esqueleticas ramas mi mente vuela y todo a mi alrededor desaparece excepto el paseo, cubierto de musgo y hojas muertas, y el círculo de cipreses que se situa a su entrada anunciando desde lejos el mágico espectaculo uqe espera a cualquiera que se digne a gastat unos minutos recorriendos estos ,casiabadonados, senderos.

Alguién dijo una ves que seria un buen lugar para hacer una fotos artistica y ciertamente lo es: sin tan siquiera hacer le esfuerzo de cerrar los ojos, las fotografias se superpones con la vision original.
Puedes ver sin esfuerzo al modelo , vestido de epoca e illuminado por un rayo de sol fortuito, sentado sobre el muro a un lado del paseo con un pequeño libro entre las manos y la quietud del jardin envolviendole...
Puedes ver a una dama caminando entre las hojas muertas aireando su podredumbre a cada paso y dejando que el frio viento le remueva el pelo...
Tambien puedes ver a la pareja de enamorados jugando a encontrarse entre los cipreses o celebrando su encuentro en el centro mismo del círculo bajo la atenta mirada de los imponentes arboles...

Podria pasar bajo este tachonado de glicineas secas todo el día viendo y sintiendo la paz que respiran estas plantas marchitas, pero el frio de enero atenaza mis dedos y los minutos que me he dignado a pasar recorriendo estos senderos casi abandonado han llegado a su fin.
Sin mas, me voy y regreso a la realidaddejando la magia del círculo de cipreses esperando a que cualquier otro se digne a pasar por alli.

martes, 24 de enero de 2012

El objeto oculto

 


Debajo del pañuelo que estará sobre la mesa habrá un objeto, que será el protagonista de nuestro relato o, por lo menos, su generador. Podemos mirar el conjunto desde cualquier ángulo que elijamos, podemos olerlo, sin acercarnos demasiado, pero NO lo debemos TOCAR ni tampoco DESTAPAR. 

Es la imaginación nuestra única aliada. 

¡Buen trabajo!

domingo, 22 de enero de 2012

Alicia:

Alicia, mi pequeña Alicia, buscas el camino de vuelta a la realidad, o para ser mas exactos, el camino a la realidad, pues nunca has estado allí y no puedes regresar.
Has nacido y crecido en tu país de la maravillas donde todo era perfecto hasta que viste que no era real y buscaste el camino de salida.
Ese camino tiene muchas direcciones y no todas son correctas: unas llevan a los abismos, otras te devuelven al punto de partida tras un largo rodeo, y solo una pocas te llevaran dónde verdaderamente quieres ir.
y en ese camino te has encontrado muchas cosas, muchos personajes dentro de tu fantasía. Encontraste reinas que gobernaron muy por encima de ti,que mas parecían brujas que verdaderas reinas, te encontraste también a sus esbirros y a todos los derrotaste o los dejaste atrás.
Encontraste compañeros que te mostraron las maravillas de tu país, que se asustaron al verte partir ( tu entendiste ese miedo como traición) y que mas adelante te los encontraste de nuevo en el camino, esta vez sin miedo, pues todos buscáis lo mismo, y aunque vuestros caminos se separaran el final será el mismo.
Encontraste, también, luces que alumbraron la oscuridad y te impulsaron a seguir, te allanaron el sendero y cuando tu dirección se alejo de la suya su luz siguió iluminándote y aún lo sigue haciendo.
Encontraste orugas estúpidas con las que discutiste a rabiar y a las que finalmente dejaste atrás entre sus ahumadas exhalaciones.
Como no podía ser de otra manera, se cruzo e tu camino algún que otro sombrerero que con sus locuras puso algo de cordura en tu mente y, una vez mas, iluminó y allanó el camino, aunque fuera por poco tiempo.
Finalmente apareció de la nada y sin hacer ruido el gato de Cheshire y se empeño en caminar a tu lado aún cuando eso no fuera lo mejor para su frágil gatuncidad.
Y aquí estas, mi pequeña Alicia, con gran parte del camino andado y con gran parte del camino por andar. Ahora sigues un camino distinto, que no sabes si esta en la dirección correcta, en el que te has encontrado nuevos personajes aún sin clasificar. Personajes que podrían llevarte directamente ala realidad, acortando el camino, o que pueden ser solo una luz mas que alumbre y facilite tus pasos. pero tu sigues caminando y cada paso te acerca un poco mas a tu destino.
¿Y sabes por que?
Porque una vez iniciado el camino y mientras sigas queriendo llegar al final, siempre iras avanzando. Porque si te equivocas de dirección solo tienes que regresar al camino principal, al cruce donde fallaste y elegir otro camino. Pero aún con todos esos pasos perdidos seguirás avanzando.
Tu mejor que nadie sabes que no hay camino eternamente llano, y que los camino de rosas también lo son de espinas; que la única forma de sobrevivir, de no caer, de llegar al finales caminando.
Caminando con paso firme y seguro y siempre en la dirección que tu desees, no en la que digan otros, o en la que parezca mas llana, o en la que siga mas gente.
Porque si sigues una que no es la que deseas, si te equivocas te arrepentirás y si llegas al final, no sera tu destino, sera el que otros eligieron por ti y eso mi querida Alicia, no es mas que otro país de las maravillas que te parecerá perfecto hasta que veas que no es real y busques el camino de salida.

sábado, 21 de enero de 2012

Sin metáforas (o la influencia de las extrañas flores japonesas)

Se llamaba Rosa, el apellido ya no lo recuerdo. Trabajaba en una floristería y regaba cada cinco minutos las plantas que allí había. Cuando algún cliente entraba le solía contar cualquier curiosidad sobre la planta o la flor que elegía. Hablaba sin parar, se iba por las ramas y cuando se daba cuenta abría mucho los ojos, dejaba de hablar y sonreía. Decía que como era muy nerviosa le encantaba bailar. Bailaba todo el tiempo. Movía los brazos y las piernas, a veces sin seguir el ritmo de la música, se dejaba llevar durante horas. Luego, cansada, volvía a casa y dormía. Odiaba no poder dormir. Odiaba estar durante horas dando vueltas por la cama, muriéndose de calor o de frío si se destapaba. Odiaba ese momento en el que sabes que ya por fin vas a dormir y resulta que es la hora de levantarse. 

La conocí en la floristería, necesitaba un ramo para regalar a una compañera de trabajo que estaba en el hospital. Yo no sabía nada acerca de flores ni de sus significados pero al parecer elegí unas extrañas flores japonesas relacionadas con el destino y sus accidentes, buenos y malos. Me di cuenta de que no solía haber mucha clientela, había varias floristerías en el barrio, además de un centro comercial, moderno y bastante concurrido. Probablemente, cuando terminara mi compra y me fuera, ella se quedaría sola hasta que diera la hora de cerrar la tienda, sentada detrás de la caja registradora, esperando a que sonara la campanita que estaba colgada detrás de la puerta.

Decidí volver al día siguiente. A la tercera maceta de geranios me dijo su nombre. A la quinta, nos tomamos un café. A Rosa le encantaba el café, sujetaba la taza con ambas manos y durante unos instantes aspiraba el aroma, luego, tomándose su tiempo se lo bebía a pequeños sorbos. Yo miraba cómo se tomaba el café. Cuando tomaba café y cuando bailaba era uno de aquellos momentos en los que estaba en silencio. A mí no me importaba, me agradaba su compañía de cualquier forma. 

También le gustaban las tormentas: los sonidos y los colores. Cuando llovía no parábamos quietos, íbamos de aquí para allá calándonos hasta los huesos. Ella contenta y yo feliz viéndola sonreír. Le regalaba flores que hacía de papel, ella se las prendía del pelo, luego la lluvia acaba deshaciéndolas. No me importaba, le hacía más flores de papel. Los días transcurrían así, ella en la floristería y yo en mi trabajo, nos solíamos encontrar al atardecer. Nos contábamos todo, nuestro día a día, nuestros sueños, nuestros secretos. Desde el más mínimo detalle a la más inimaginable historia. Había algo entre nosotros que nos hacía querer estar cerca. Nos comprendíamos. Ella necesitaba bailar y yo verla en movimiento. Ella necesitaba hablar y yo escucharla. Ella necesitaba vender flores, y yo hubiera comprado todas las del planeta Tierra. Así eran las cosas, sus historias sobre cactus, mi rutina de facturas, números y oficinas. 

Algo había entre nosotros. Sabíamos desde el principio que no iba a durar eternamente, pero no nos importó. Nos bastaba con el tiempo que fuera, con el transcurso. Dejábamos a un lado nuestros problemas, nuestra soledad, nuestra monotonía. Conmigo su tienda dejó de estar casi vacía. Con ella, no me importaba trabajar ocho horas al día. Nuestra relación fue como cuándo bailábamos, corta, intensa y con una alegre melodía. Nos mirábamos a los ojos. Y ya está, no había que pensar nada más, no había que darle más vueltas. Yo había comprado las extrañas flores japonesas del destino y sus accidentes. Y ella fue la que me vendió esas flores. Pude haber elegido flores de cualquier otro lugar con un significado aburrido. Podría haber elegido cualquier otra floristería. Podría no haber vuelto al día siguiente. Y sin embargo, volví.

miércoles, 18 de enero de 2012

Mi mundo sin "S"



Hay cosas inimaginables en las que nadie quiere pensar, porque si fueran ciertas el maldito mundo no tendría el menor sentido. Todo sería tan yermo, tan insípido y árido como dicen que es la muerte aquellos que la han sobrevivido. Si desapareciera esa persona que es tu otra mitad, que es como una piedra que cae al suelo y se fractura en una rotura única, dejando dos piezas que sólo encajan la una en la otra; la realidad no sería suficiente. Si esa persona no hubiera existido, no notarías su falta, pero sería como zambullirse en el mar y no poder sentir las olas, caer en paracaídas sin tenerle miedo a la gravedad, soñar sin poder estar despierto. La vida sería una concha vacía.
Y nadie quiere vivir así.

Hay personas que están ahí de forma inexpresable. Personas que están junto a ti aunque te escuchen desde el otro lado del teléfono, personas que equilibran la balanza para que nunca te caigas por el borde del globo terráqueo, personas que, de no estar, no podrían hacerte feliz sólo con respirar. Hay algo peor que no tener a ese alguien, y es saber que no existe.

Cuando me pregunto cómo sería el mundo sin alguien así, me doy cuenta de que, sin esa persona... nunca habría sabido qué se siente al saber que tu mejor amiga tiene en su bolsillo el otro pedazo de roca junto al océano.

Y nunca habría sabido que las medias naranjas no son amores de libro, sino amigas para toda la vida.

mi mundo a oscuras

La oscuridad me inunda, poco a poco puedo sentir como penetra en mi piel, como anula los sentidos y congela mi mundo.
La luz se ha ido y me ha dejado solo sumido en frio.
Avanzo a tientas asustado esto es nuevo para mí, nunca antes me había pasado.
¡Oh! Dios mío creo que he muerto.
Joder que mal rollo y ¿ahora qué hago? Porque una cosa esta clara esto no es el cielo y si lo es la religión es una estafa aún más grande de lo que yo pensaba en vida.
No definitivamente esto no es el cielo pero entonces ¿dónde estoy?
¿El infierno? No, el infierno también queda descartado porque en el infierno hay brasas y aquí hace frío y también hay hombres cabra y yo aquí estoy sola.
¿Esto una abducción espacial? ¿Es así como viven los alienígenas? ¿A oscuras ? ¿y en silencio? No es posible.
Ah que asco! Acabo de pisar una cosa blandurria.
Oh no! Creo que es… ¿es? Si, definitivamente he pisado una mierda.
Vale voy a recapitular: no sé dónde estoy, no sé si estoy vivo, no sé si estoy muerto pero al parecer y por desgracia no me encuentro solo.

un susurro,un suspiro,(sara)


¿El mundo?, ¿la vida?, sin lo que efectivamente es esencial para mi mantenimiento vital…
Cada mañana ,como cuando el sol se levanta ,como cuando los pájaros cantan, tú despiertas en mi mente, así sin quererlo accionas mis sentidos  y me conviertes en quien soy…
Cada noche como sale la luna y como cuando  la oscuridad cubre mi ventana, tú, tú sigiloso me susurras al oído, me dices cosas bonitas, me dices lo que quiero, necesito oír…tú a quien yo tanto he idealizado, a quien yo tanto he puesto por la nubes, tú eres quien sin ti mi vida sería imposible de vivirla…
Pienso y me decepcionan todas aquellas cosas que un día a tu lado vivimos juntos, pero ahora que me he dado cuenta de que no existes, de que todo aquello que imagino, que recuerdo son momentos inexistentes, yo me ahogo de pena, me ahogo profundamente, me duele el ver así mi mundo solitario, sin que nadie me susurre al oído, se arme de valor y me diga lo que piensa…
Solo dormida me siento tranquila, serenada, porque es ponerme a pensar y solo me viene el saber que mi mundo algún día tuvo sentido, pero todavía no sé cuándo, porque tu  no has estado nunca y parece como si siempre me hubieras faltado, ya no sé vivir, es raro, las ganas, la pasión con la que me tomaba antes el mundo ha desaparecido y con ella mi sentido.
Mi mundo es triste mi mundo no es así....
Vuelve, y contigo mi mundo, mis ganas de vivir, de amar, de sentir pasión por lo que hago, vuelve y con un susurro dime algo bonito, duérmeme a tu lado y con un suspiro hazme volar.
Yo seguiré intentando no pensar, pero a la vez pensaré en que no pensar es lo mejor, pero aun pensado en no pensar, llegaré a la conclusión de que todo tenía sentido cuando tú por las noches me susurrabas al oído…
Vuelve, y contigo mi mundo, mis ganas de vivir, de amar, de sentir pasión por lo que hago, vuelve y con un susurro dime algo bonito, duérmeme a tu lado y con un suspiro hazme volar.

Un mundo sin movimiento

 Aún hoy,  viejo y decrépito, recuerdo la primera vez que viajé a la Noche.
Con motivo de mi dieciocho cumpleaños, mis padres y yo fuimos a Mongolia para ver las estrellas. Sí, soy tan viejo que por aquél entonces la contaminación lumínica no había devorado las estrellas.
 Aquello era un nuevo mundo, con una nueva atmósfera y un nuevo clima, un mundo sin Sol y sin Luna, un mundo oscuro pero salpicado por la belleza de miles de astros que lo llenaba todo.  En él, la vida botánica está reducida a los enormes, pero escasos, macroinvernaderos y la población es cinco veces menor que en El Día y El Atardecer, a pesar de poseer cinco veces más tierra. Los diurnos se niegan a vivir en la Noche, prefieren invadir el mar.
Incluso hoy, con un pie en la tumba, tengo el sueño infantil de viajar miles de años atrás en el tiempo, a la época en la que la Tierra aún rotaba sobre sí misma y los planetas giraban alrededor del sol. Maldigo al azar por haber querido que el universo se parase con la Tierra en posición un eclipse lunar, privándonos de su maravillosa contemplación para siempre.

¿Mi meta? La felicidad.


Quien sabe, tal vez nunca sabremos apreciar lo que tenemos entre las manos hasta que lo perdamos, tal vez pensemos que perder algo o alguien conlleva un sentimiento de tristeza, pero, tal vez, perder algo es quitarse un problema de encima, sentirse libre, deshacerse de algo que te creaba angustia o amargura. Tal vez algo que  en un pasado iba bien pero que hoy debes dejar ir, y es evidente que duele, duele muchísimo, y llorarás, sufrirás y lo pasarás mal, pero cuando acabe la tormenta, verás que el cielo está más despejado de lo que nunca pudiste imaginar, y que esa persona a la que esperaste durante tanto tiempo no era más que el motivo de tu tristeza, y aprenderás a separar los recuerdos malos y los buenos, podrás sacar lecciones y aprenderás de los errores. Te prometo una inmensa sonrisa cuando esto ocurra, te prometo fuerza y confianza, te prometo felicidad.

La vida está llena de metas, metas que solo tú decides, que tú pones en tu vida para hacerla más interesante e intentar encontrarle un sentido. Mi meta no fue recuperarla, no fue sustituirla, tampoco olvidarla, tan solo aprender a vivir con  su recuerdo, y aun así, ser feliz. Y lo cierto, es que cuando lo conseguí, cuando conseguí pensar en ellas sin llorar, cuando conseguí ver nuestras fotos sin que se formase un nudo en mi estómago, me di cuenta de que lo importante no es llegar a la meta, sino aprender de cada momento que vives hasta llegar a ella. La vida está llena de mentas, llena de opciones, llena de caminos, ninguno es incorrecto, solo tienes que aprender a escoger el tuyo, a esquivar las piedras del camino, y aprender a levantarte si tropiezas. Y es que tan solo tus errores y recuerdos formas la persona que eres realmente.

¿Ella? Forma parte de  mi pasado, es cierto, y para que mentir, suelo fingir que su existencia me es indiferente, que apenas guardo recuerdos de ella, que esos seis años son tan solo momentos borrosos en mi memoria, y que apenas recuerdo el nombre de esa niña que fue agarrada de mi mano durante toda nuestra infancia. Pero lo cierto es que aún guardo las fotos, las cartas,  y  por supuesto, cada uno de los recuerdos, para muy de vez en cuando, y sobre todo por estas fechas,  dejarles ver la luz y reírme como cuando era pequeña, y ella aún estaba a mi lado. Y me comparo conmigo misma y lo único que nos une a esa pequeña y a mi es nuestra meta, la felicidad.

Sin imaginación.

Sin imaginación no habría metáforas, y sin metáforas, el mundo sería hormigón. No habría excusas. Las historias sabrían a una realidad demasiado cruda y la poesía sería polvo. Seríamos una masa de un gris áspero, con el mismo rostro y la misma ropa, todos andando de la misma forma y a la misma velocidad. Ciegos, mudos y sordos. No habría colores, sólo una estridente expresión de amargura inundándolo todo. El misterio sería aburrido y el universo una sábana oscura. Moriría el tiempo libre de un disparo. Sólo existirían los números y el humo. La televisión sería una pesadilla y los museos serían cementerios. Adoraríamos el silencio en vez de las tormentas. Ni tatuajes ni aviones, ni coches ni mosaicos, destrozaríamos las ruinas que hubieran quedado en pie, nos darían igual los gatos negros y nuestros sueños no serían más que pozos sin fondo. El mar un charco, la Luna un satélite, las estrellas bolas de fuego, el alcohol aislamiento, y el amor un simple cuchillo. Las ventanas nunca cambiarían de canal. Estaríamos totalmente vacíos. Sin saber qué es lo que nos duele, de qué nos podemos quejar y qué debemos temer. Cada día, cada mes, igual al anterior. Mientras pasan estaciones que no tienen significado, mientras todo se mantiene exactamente igual.

Sin espacio.

-Papá, papá, ¿quién es ese?
-Antonio Machado. Es un escritor, ¿quieres que te lea algo suyo?

-Eh… No, gracias.

Y así acabó todo antes de empezar. Nunca llegué a cabalgar sobre un poema interminable, nunca hubo caminantes ni recuerdos de Sevilla, limoneros de una infancia ajena.

Nunca llegué a aprender que un libro pesa más conforme pasan los años, y que cuanto más los relees más gordos parecen, porque se hinchan de lágrimas, de recuerdos, de lo que pensabas y sentías mientas lo tenías en tus manos. Nunca supe que, cuando abres un libro, te encuentras a ti misma la última vez que lo leíste y la misma historia ejerce de puente infinito entre tu pasado y tu futuro.

Nunca llegué a leer cincuenta y dos libros en un año, porque estudiar medicina quitaba demasiado tiempo. Nunca me pasé una tarde entera vagando por la FNAC, prefería ir a tomar algo con mis amigas. Nunca soñé con paredes enteras de estanterías y ni siquiera me hice el carnet de la biblioteca.

Nunca supe nada de la vida y, cuando heredé el cuadro de mi padre, fue a la basura. No tenía espacio para la poesía.

Este-no-es-mi-mundo.

Sin esto, yo no sería yo (o sí, quién sabe).
El mundo ―mi mundo, el de ahora― no sería igual de azul.
Y las tardes de algunos días serían más cortas, más triste, menos risueñas.
Seguro que dormiría la siesta plácidamente mientras veía los animalitos de la 2.
Pero sin duda habría perdido el hilo y andaría desorientada.
Porque sin vosotros, no sería igual mi mundo,
(quizá tampoco el vuestro, no sé, quién sabe),
Sin la red que nos enreda a todos en una maraña de sorpresas, confusiones y certezas
y que tejemos con el hilo azul semana tras semana, curso tras curso, año tras año.
Cabezas, ojos, manos, corazones, pensamientos y sentimientos, tristezas y alegrías,
Cuelgan de esta red, se atan, se mezclan, se enmarañan unos con otros.
A veces, sin conocernos, nos identificamos mutuamente y nos reconocemos como si todos juntos hubiéramos compartido cafés, meriendas, celebraciones, congresos, exposiciones, teatro.
Y es que donde han estado unos hemos estado todos.
El hilo azul nos ata suavemente y tiende lazos entre nosotros por encima de edades y de caminos.
Y, sin embargo, el hilo azul nos individualiza y nos enfrenta con nosotros mismos.
Por todo esto, sin vosotros, mi mundo no sería el mismo ni yo sería yo.

La vida sin almohadas.

Si no existiesen las almohadas, la vida seria del todo incomoda. La no existencia de estas supondría de igual modo la desaparición de sus primos los cojines, y por ende también de sofás y sillones, que tan buenos ratos nos hacen pasar. El dormir sin cojines ni almohadas derivaría en insoportables dolores de cuello para la población mundial, lo que acabaría llevando primero la molestia, después al malestar y por ultimo a la extinción de la raza humana, a menos claro que se utilizasen mantas o ropas apiladas a modo de almohada. Aunque claro, ellos no lo llamarían a modo de almohada, porque no sabrían lo que es, eso es algo obvio. Por otra parte se ahorrarían lo engorroso de escribir la palabra en sí, que trae de cabeza a más de uno en la actualidad. Aunque aún nos queda hablar de las guerras de almohadas, o, como las llaman las personas menos ambiciosas, peleas de almohadas. El placer de enchufar a alguien con algo que, pese a ser blandito, puede llegar a ser muy contundente. Privarnos vilmente de esa satisfacción sería un completo desatino. Definitivamente, el día que desaparezcan las almohadas, será el principio del fin.

Pues eso ...

-¡Para ya Nico! Me duele la cabeza.
-Lo siento tío, pero me aburro. No lo puedo evitar.
-Ya pues a mí me tiemblan los pelos, solo con oírte golpear la silla.
-Pero tienes un sentido tío. No son golpes, es algo más.
-Si ya… déjame adivinar, es algo astral.
-En efecto, es algo superior. Como si un dios divino moviese mis manos.
-¿Y ese dios tuyo también te las mueves cuando te pajeas?
-No tío. Esto es algo distinto, algo superior, algo…
-Algo poco silencioso. Mira, deberíamos dar gracias a los nuevos silenciadores para motor que han fabricado, ahora ya podemos disfrutar del silencio hasta en la ciudad.
-Cállate anda, que pareces un anuncio de televisión.
Sus manos se movieron solas, cogieron un boli y un lápiz de mi mesa y empezaron a golpear la mesa y la silla al mismo tiempo.
-¿¡Quieres parar!? Me estas hartando.
-Pero si es genial, mira como suena, y ahora con la grapadora ¡Cling! Más mejor tío.
-¿Cómo va a ser mejor si suena ha roto?
-Porque es distinto, otro timbre otro tono otro sonido.
-Ya y ¿Qué es?
-Es algo nuevo, una nueva forma de arte, como aquel hombre del teatro que se subía al escenario y gritaba. Es música.

Un rayo de luz

Me despierto. Pongo los pies en el suelo frío. Frío, como siempre, como todo.
Como cada mañana me invade esa terrorífica sensación de falta. Echo de menos algo que desconozco.
Preparo un café en mi pequeña cafetera. El líquido negro discurre abrasador y amargo por mi garganta.
Vivo en un mundo abstracto, sin sentido. Al menos, yo soy incapaz de encontrárselo.
Salgo de casa y voy al trabajo. Tomo entre mis manos el primer zapato de toda un día tedioso e interminable. La suela está salida por la puntera. Con la remachadora lo claveteo distraídamente, pero certera.
Salgo del edificio doce horas después, y el hombre que reparte la comida al final de cada jornada, me entrega una bolsa de café, una caja con fruta, un trozo duro de carne y un pedazo de pan.
El cielo está pálido, de un gris macilento y enfermizo. El sol apenas consigue iluminar tras la capota de suciedad que nosotros mismos mandamos al cielo. Tropiezo con un escombro, y caigo de bruces. La boca se me llena de sangre. Escupo al suelo y descubro una muela en el charco carmesí. Me siento sobre una piedra, frotándome la mandíbula. De pronto, una mano me sujeta el hombro por detrás.
-Tienes que venir conmigo. Tú eres la persona que necesito.
Lo miro asustada.
-Te puedo ofrecer eso que te falta, y no sabes qué es.
Mi cabeza se llena de preguntas, y sigo los pasos del anciano. Por un ventanuco entramos en una casa semiderruida. Allí descubro piedras con dibujos.
Le miro y explica:
-Esto son letras. Con ellas se puede dibujar lo que dices. Ésta es la alfa...
Un rayo de luz traspasa entonces con fuerza la nube que lo cubría.

Borrar. Vivir. Borrar -(mi mundo sin memoria)

¿Cómo es el mundo? Vaya, que complicado. Frágil. De un cristal muy, muy fino. Brilla, porque es un cristal bonito. Pero brilla en su opacidad. No puedes ver a través de él, ni quedarte con su imagen. Se parece un poco a la noche, oscura y caótica, pero elegante. Incomprensible, siendo esa es su esencia. Es confuso, no entiendes lo que te rodea. Pero es esa confusión lo que da el don del asombro y ese es don lo que le da valor. Vosotros no lo entendéis, por eso vivís en un caos. Mi mundo es una anarquía de sensaciones pero vivir en ella me hace amarlo. Yo me sorprendo. Y la rabia que sentís... yo no lo puedo odiar, pues lo efímero se contempla con ternura.
Si, vosotros exhaláis un sentimiento contaminado, y yo suspiro. Feliz, pues aquello que he respirado jamás lo podré retener. No, no vivo en desgracia, porque se contemplar aquello que se escurre de mis manos. Tenéis el mundo enjaulado, yo lo tengo vivo, rebelde, batiendo alas hacia dios sabe donde.
Quiero tocarlo y claro que quiero agarrarlo y contemplarlo más de cerca, admirar el detalle. Se, de todas formas, que vosotros podéis y por ello ya no veis su belleza. No os maravilla. Para mi se esfuma y es él quien decide si rozarme. Su belleza es esa libertad. Cada sonido, cada sensación es nueva. Como si pasase la mano por una pared irregular. A mi me inunda, a ti te empapa.
¿Quién eres? Ah, perdona. ¿Y que me habías preguntado?

Sin alegría.

Hoy he viajado, no sé como, a un mundo paralelo. Le relataré por qué supe que no era mi mundo donde estaba.

Aparentemente todo lo que veía era, por así decirlo, correcto. El bar en el que anteriormente me encontraba era prácticamente idéntico al de mi “tierra”. Incluso las personas que allí se hallaban eran prácticamente iguales a las que conocía. Los mismos parroquianos, los mismos camarero,... Sin embargo, había algo que me inquietaba. Nadie sonreía. El jolgorio y la animosidad que hace a unos segundos inundaba el local ahora estaban muertos. Pagué mi bocadillo y corrí hacia la calle. En el colegio de enfrente los niños salían por la puerta en silencio y ninguno de ellos sonreía. El único sonido que llegaba a mis oídos era el de los coches. Era desquiciante. Luego imaginé como serían los días encerrado allí, en ese mundo donde la felicidad era inexistente, y quise chillar de desesperación.

Dejo estas líneas por si alguna vez alguien que lea esto y sepa como regresar a mi dimensión, contacte conmigo. Porque, a pesar de ser alguien que nunca fue especialmente alegre, no creo que sea capaz de vivir en un mundo donde no exista la alegría.

Aparentemente inútil-carlos

¿Que sería el mundo sin olfato? Ese sentido al cual no le damos demasiada importancia nunca, el que menos nos importaría perder. El olfato, como si fuera un actor secundario en nuestra personalidad si esta fuese una película o una obra de teatro, siempre en un segundo plano, discreto pero imprescindible. El olfato nos acompaña desde que existimos. Nos acompaña a todas partes, y muy pocas personas lo han convertido en uno de sus mejores amigos.

Un día me levanté a eso de las 9 de la mañana en un domingo. Lo que parecía un día normal a los primeros cinco minutos de la jornada, fue absolutamente lo contrario para el resto de nuestras vidas. El ser humano había perdido por completo su capacidad olfativa.

Me di cuenta cuando empecé a hacer el desayuno. Cuando puse a calentar la sartén para hacer las tortitas, y a disponer todos los ingredientes en la encimera, siempre embriagaba el ambiente un olor a café y mermelada.

Al principio pensé que estaba resfriado, pero no podía ser, porque podía respirar perfectamente. Tampoco le di mucha importancia, pero ahora, 60 años después sin disponer de ese sentido, siento que me he perdido una quinta parte de mi vida.

Este no es mi mundo: Candela

No es, en realidad, algo que perdí, a no ser que quieras verlo de esa manera, es algo que regalé, doné… a mi primo pequeño de cinco años. Estas Navidades, en concreto el día de reyes, vinieron a mi casa a tomar el chocolate y el roscón mis dos primas, mi primo, mis tíos, y mis abuelos. Esa mañana habíamos estado haciendo recopilación de disfraces pequeños para dárselos. Entre ellos estaba mi disfraz del Zorro. Me lo regalaron cuando tenía seis años, también por reyes, el año que se estrenó la Leyenda del Zorro. Creo que esa película es mi favorita de todas. El día que fui a verlo, mi nuevo amor platónico fue Antonio Banderas. Si, si, es viejo. Bueno el caso. Mi parte favorita de ese disfraz era el sombrero. No era nada fiel al sombrero real, pero me encantaba, y me encanta. Bueno, el sombrero negro y con una gran zeta blanca, lo tenía colgado en el flexo de mi cuarto, y, como había estado conmigo durante gran parte de mi infancia, cuando estaba triste, me lo ponía. Eso me hacía sentir más fuerte… me hacía sentir que era como la mujer del Zorro o algo así… Era una sensación difícil de definir.
Hace ya 12 días que mi objeto favorito de todos, ya no está conmigo. Le regalé mi sombrero del Zorro junto con el resto de mi disfraz, a mi primo Miguel. Me siento muy orgullosa de mi fuerza de voluntad. Parecerá infantil y todo lo que queráis, pero algo que te ha acompañado toda la infancia, y al que tenías mucho cariño, sea un peluche, un reloj, o, en mi caso, un sombrero del Zorro cutre del chino, se lleva parte de ti cuando lo pierdes o como hice yo, lo regalas.

lunes, 16 de enero de 2012

Este no es mi mundo



Este miércoles próximo hay que contar en 200 palabras (una más, una menos no importa; veinte más, veinte menos, sí) un relato sobre cómo sería el mundo —el de cada uno— si no existiera algo que ahora es determinante en él, ya sea para bien o para mal.
Cuelgo la propuesta el lunes para que vayáis pensando. No es fácil, pero por eso es más interesante. ¡A trabajar!