miércoles, 18 de enero de 2012

Sin espacio.

-Papá, papá, ¿quién es ese?
-Antonio Machado. Es un escritor, ¿quieres que te lea algo suyo?

-Eh… No, gracias.

Y así acabó todo antes de empezar. Nunca llegué a cabalgar sobre un poema interminable, nunca hubo caminantes ni recuerdos de Sevilla, limoneros de una infancia ajena.

Nunca llegué a aprender que un libro pesa más conforme pasan los años, y que cuanto más los relees más gordos parecen, porque se hinchan de lágrimas, de recuerdos, de lo que pensabas y sentías mientas lo tenías en tus manos. Nunca supe que, cuando abres un libro, te encuentras a ti misma la última vez que lo leíste y la misma historia ejerce de puente infinito entre tu pasado y tu futuro.

Nunca llegué a leer cincuenta y dos libros en un año, porque estudiar medicina quitaba demasiado tiempo. Nunca me pasé una tarde entera vagando por la FNAC, prefería ir a tomar algo con mis amigas. Nunca soñé con paredes enteras de estanterías y ni siquiera me hice el carnet de la biblioteca.

Nunca supe nada de la vida y, cuando heredé el cuadro de mi padre, fue a la basura. No tenía espacio para la poesía.

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