Otro día con sol, con luna y con estrellas que brillan y parpadean sin enterarse de lo que ocurre alrededor, como si no supieran que por mucho que iluminen el universo va a seguir oscuro, tan oscuro que ni los búhos ven. Otro día plagado de gritos y plantas marchitas, de pánico y fobia a los espacios pequeños. Otro día que me intento esconder en tu buhardilla. En esa buhardilla donde el odio se mezcla con miel, donde la muerte se olvida de dormir y la vida se autolesiona mientras sonríe embobada, donde el dolor se confunde con signos de exclamación y tu saliva con tequila. Una buhardilla no apta para todas las edades, de esas que si entras sin querer a lo mejor te pierdes y no sales, como un laberinto en continuo cambio, sin pistas ni suerte. En esa buhardilla donde sé que estás pero no te veo, tan cerca pero irremediablemente lejos, como todo lo que está pero no está, como todo lo que creemos tener. Una ilusión, una confusión a largo plazo, otra de esas esquirlas metálicas que no duelen cuando cortan la piel pero que poco a poco se abren paso entre músculos, tendones y huesos. Sé que estás ahí, en alguna parte, entre todos esos abrigos de piel llenos de polvo, entre esa colección de fotografías en blanco y negro y medio quemadas de hace cincuenta años, entre esos colores tan apagados que ya no se encienden ni conectándolos a la corriente eléctrica, tan muertos de hambre que se comieron sus propios dientes.
Otro día con nubes, con soplidos de viento que se cuelan por las grietas de mi piel, otro día como el de ayer pero con un poquito menos de interés por saber el desenlace. Otro día, de esos en los que la suerte ya está echada y coger el coche no es un buen consejo. Otro momento de cólera y ceniza, otro momento en el que es mejor no estar despierto pero si listo para correr. Y entre calles y llaves que no abren, todo sigue siendo tan mortal como siempre, tan rápido y tan lento, tan extraño y complejo que es hasta fácil de entender. Todo sigue siendo tan mortal y tú con ganas de matar. Como matas con tu sonrisa si se entrecruza con una buena canción en el que los solos de bajo y guitarra son la energía que desprendes y la batería el ruido que haces al caminar. Ya ves, a falta de ritmo me refugio en tu saxofón plagado de salas de estar donde no para nadie quieto, plagado de lágrimas y calamares gigantes y risueños, plagado de columpios y parques llenos de sauces llorones. Ya ves, yo con mis pulmones bajo tierra y tú con tus pestañas camufladas en los rincones oscuros de los bares. Yo con mis ganas de causar incendios forestales y tu cansada de toda esa agua que cala tus zapatos rojos.
Otro día entre la espada y la pared sin saber muy bien que elegir. Otro día entre el suspense y el terror, y el continuo pensamiento de que cada vez que te veo sabes más de mí que yo. Con el continuo pensamiento de no saber qué hacer pudiendo hacer lo que quiera. Mala fortuna en esa moneda de dos caras. Tan mala fortuna que siempre apuesto a que sale cruz. Y ya ves, por lo menos si todo sale mal sigue habiendo sitio en tu buhardilla, donde se alojan los cuervos y las medusas, las letras vocales y alguna que otra consonante. Ya ves, repitiendo siempre el mismo error de dejarme caer en esos brazos que queman al contacto con la piel, en esos ojos que congelan, en esa estela de veneno que cubre tus sabanas, en esa estampida de abejas reina que no termina de acabar. Otra vez en tu buhardilla, como el ángel caído que no sale de la iglesia, como el gato callejero con frío en busca de hogar y comida, como todas esas decisiones que aplazamos aplicándole a lo que sea un aplastante y demoledor beneficio de la duda. Otra vez en tu buhardilla pero con ganas de salir corriendo, otra vez en tu buhardilla con las manos atadas y con la mente perdida entre los muebles viejos, entre los espejos rodeados de bombillas, entre todos esos botes de cristal que guardan corazones de necios sumergidos en formol, barajas de cartas marcadas, sueños y promesas escritas en papel, tu alma encerrada en una caja fuerte a prueba de trucos y palabras.
Otro día, otro día más.
1 comentario:
Jo, Mario, qué gran escritor eres, qué preciso, qué sensible, qué atroz... Me gustan tus escritos, ya lo sabes.
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