Ahí estás Leona, de nuevo en medio de esta manada con demasiados Leones, demasiado borrachos. Otra vez luchando por conservar la melena, porque las zarpas no pierdan su fulgor morado, porque tus ojos no pierdan su oro verde. Otra vez llegan los reyes de esta inmunda selva a quirate lo que es tuyo, a alimentarse de tu cacería, a darle cigarrillos a tus crías, a llenar de humo tu futuro. A dispararte palabras desalmadas, a quitarte la piel con balas de envidia, a pisotearte con sus botas despiadadas.
Ahí siguen las manchas de los Buitres ensuciando el cielo. Ahí siguen con sus cabezas rapadas, por dentro y por fuera, para no pensar, para no sentir. Ahí siguen odiando a los diferentes que son iguales, a los iguales que son únicos. Ahí siguen, entintados en la sangre de sus víctimas, dibujando cadáveres sobre la sabana del mundo. Ahí siguen, apuñalando con sus garras obscenas la mirada de los Perros salvajes, oyendo el miedo en sus hocicos pero sin escuchar nada, hablando al aire con sus voces contaminantes, pero sin decir nada, con sus banderas desteñidas, con sus cruces torcidas bajo el peso de la estupidez.
A pesar de todo estos Perros siguen aullando a la Luna, siguen lamiendo sus heridas y las notas musicales, siguen guardando tus amaneceres, leona. Siguen siendo fieles al Sol, y a sus huesos, y a las jaurías pacíficas. Siguen ladrándole al tiempo al pasar.
Y ahí Leona, sobre los baobabs, duermen los Monos, sin preocuparse por nada, empastillados por las pantallas de televisión, mirando al cielo, ignorando al mundo, aspirando las líneas de los aviones y las humaredas de las nubes de tormenta. Duermen sin sueños que traer al despertar, sin ronquidos con los que se les escuche, sin silencio para no oír nada, sin bostezos para que no se escape el vacío de sus mentes. Se dejan devorar poco a poco por las termitas de los segundos. Se desangran lentamente sin luchar, sin moverse, sin gritar ni correr, mientras sus derechos se escapan fuera de las venas, con la esperanza de encontrar la libertad.
Y las Hienas intentan despertarles con sus risas, con sus espectáculos grotescos, con sus teatros de carne y asfalto. Pero el encefalograma sigue plano, y el aliento no empaña los cristales, dejando a la vista los corazones muertos.
Y al menos quedan Jirafas, con la cabeza en las nubes, descolgando las locura tendida, escribiéndola en los Pájaros, pintándola en las Gacelas.
Mientras tanto, Leona, los Cocodrilos se aferran a sus saunas, se revuelcan en montones de zapatos, se sumergen en ríos de miedo, en mares de lágrimas. Ahogan a los débiles con mandíbulas de cadenas, beben su sangre y la devuelven con exceso de balas.
Mientras tanto los Caballos han optado por maquillarse de Cebras, para confundirse entre la multitud, para apuñalar por la espalda, para cocear a quién se niegue a vestir sus rayas.
De nuevo, Leona, los Rinocerontes cornean el aire, con la esperanza de reventarlo, y que el firmamento se desinfle de una vez y el globo terráqueo plastifique el espacio entero. Y que por el hueco entre las estrellas se escapen los Elefantes, sin más marfil que vender, y las Panteras, con la piel cuarteada como Leopardos de venderse en cada esquina.
A pesar de todo, ahí sigues Leona, rugiéndole a la soledad y a las horas muertas, dibujando sonrisas a zarpazos. Y aquí seguimos los Perros, caminado por las cunetas, sin leer los carteles, pues todos señalan a la muerte. Aquí seguimos, sin prestar atención a las malas Pulgas, sin gruñir a los gatos que perdieron su corazón, sino maullando con ellos para encontrarlo en las grietas del asfalto.
Ahí, y aquí, y en todas partes seguimos debatiéndonos contra esta vida salvaje, seguimos levantando nuestras pezuñas endurecidas por la rabia, seguimos combatiendo lo real a lametones, seguimos manchando las aceras con nuestras huellas, seguimos modelando el viento con nuestras voces, seguimos bailando alrededor del fuego. Porque nuestro deseo no es más que una utopía, y nuestra promesa no es más que un cambio, porque el Sol nunca duerme, porque todo día amanece alguna vez, y nuestro horizonte acaba de ser encendido.
Ahí siguen las manchas de los Buitres ensuciando el cielo. Ahí siguen con sus cabezas rapadas, por dentro y por fuera, para no pensar, para no sentir. Ahí siguen odiando a los diferentes que son iguales, a los iguales que son únicos. Ahí siguen, entintados en la sangre de sus víctimas, dibujando cadáveres sobre la sabana del mundo. Ahí siguen, apuñalando con sus garras obscenas la mirada de los Perros salvajes, oyendo el miedo en sus hocicos pero sin escuchar nada, hablando al aire con sus voces contaminantes, pero sin decir nada, con sus banderas desteñidas, con sus cruces torcidas bajo el peso de la estupidez.
A pesar de todo estos Perros siguen aullando a la Luna, siguen lamiendo sus heridas y las notas musicales, siguen guardando tus amaneceres, leona. Siguen siendo fieles al Sol, y a sus huesos, y a las jaurías pacíficas. Siguen ladrándole al tiempo al pasar.
Y ahí Leona, sobre los baobabs, duermen los Monos, sin preocuparse por nada, empastillados por las pantallas de televisión, mirando al cielo, ignorando al mundo, aspirando las líneas de los aviones y las humaredas de las nubes de tormenta. Duermen sin sueños que traer al despertar, sin ronquidos con los que se les escuche, sin silencio para no oír nada, sin bostezos para que no se escape el vacío de sus mentes. Se dejan devorar poco a poco por las termitas de los segundos. Se desangran lentamente sin luchar, sin moverse, sin gritar ni correr, mientras sus derechos se escapan fuera de las venas, con la esperanza de encontrar la libertad.
Y las Hienas intentan despertarles con sus risas, con sus espectáculos grotescos, con sus teatros de carne y asfalto. Pero el encefalograma sigue plano, y el aliento no empaña los cristales, dejando a la vista los corazones muertos.
Y al menos quedan Jirafas, con la cabeza en las nubes, descolgando las locura tendida, escribiéndola en los Pájaros, pintándola en las Gacelas.
Mientras tanto, Leona, los Cocodrilos se aferran a sus saunas, se revuelcan en montones de zapatos, se sumergen en ríos de miedo, en mares de lágrimas. Ahogan a los débiles con mandíbulas de cadenas, beben su sangre y la devuelven con exceso de balas.
Mientras tanto los Caballos han optado por maquillarse de Cebras, para confundirse entre la multitud, para apuñalar por la espalda, para cocear a quién se niegue a vestir sus rayas.
De nuevo, Leona, los Rinocerontes cornean el aire, con la esperanza de reventarlo, y que el firmamento se desinfle de una vez y el globo terráqueo plastifique el espacio entero. Y que por el hueco entre las estrellas se escapen los Elefantes, sin más marfil que vender, y las Panteras, con la piel cuarteada como Leopardos de venderse en cada esquina.
A pesar de todo, ahí sigues Leona, rugiéndole a la soledad y a las horas muertas, dibujando sonrisas a zarpazos. Y aquí seguimos los Perros, caminado por las cunetas, sin leer los carteles, pues todos señalan a la muerte. Aquí seguimos, sin prestar atención a las malas Pulgas, sin gruñir a los gatos que perdieron su corazón, sino maullando con ellos para encontrarlo en las grietas del asfalto.
Ahí, y aquí, y en todas partes seguimos debatiéndonos contra esta vida salvaje, seguimos levantando nuestras pezuñas endurecidas por la rabia, seguimos combatiendo lo real a lametones, seguimos manchando las aceras con nuestras huellas, seguimos modelando el viento con nuestras voces, seguimos bailando alrededor del fuego. Porque nuestro deseo no es más que una utopía, y nuestra promesa no es más que un cambio, porque el Sol nunca duerme, porque todo día amanece alguna vez, y nuestro horizonte acaba de ser encendido.
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