–Sofi, ¿dónde vas?
–No me llames Sofi.
–Pero, ¿dónde vas?
–Me acaba de llamar Rosa. Está con Sergio y éstos en la plaza de los yonkis. ¿Qué, te vienes?
–Vale, pero… ¿te sigues llevando con Rosa y éstos? Quiero decir…
– ¿Por qué no me iba a llevar con ellos?
–Porque… Bueno, no sé. Por lo de… Jorge y eso…
–No es que fuese la culpa. Y aunque la fuera, cabrearme con ellos no le va a resucitar, ¿o sí?
–Tía, no te pongas así… Todos entenderíamos que no quisieses ver a nadie que… Ya sabes, que fuese su amigo o que te lo recuerde…
–Todos éramos sus amigos. ¿Por qué yo no iba a querer veros?
–Vale, Sofía, no seas así.
–Soy como me da la gana. Estoy borracha, estoy de vacaciones y me lo quiero pasar bien, ¿vale? Vale. Pues ya está. Vamos por aquí, que acortamos.
–Vamos a cruzar por un semáforo por una vez, Sofía.
–Qué más da… A estas horas no hay nadie. Y aunque lo haya, ¡no nos va a pasar nada! Vamos, gallina, ¡Ven!
Empieza a dar vueltas sobre sí misma en medio de la carretera. Se oye el viento chocando contra el asfalto y despeinándole las ideas. Por primera vez en mucho tiempo, se siente libre. Se ha sacudido el hálito de la muerte y ya no le pesan las articulaciones como si fuesen de plomo.
–Sofía. ¡Sofía!
–Déjame. Mira, no pasa nada. Nada de nada…
– ¡Sofía, joder! Deja de hacer el gilipollas, anda.
–Vamos, ven aquí conmigo. Corre un pequeño riesgo. Una carretera a las cuatro de la mañana… Uuuh, qué miedo.
– ¡Sofía! ¡Ven aquí! ¡¡Sofía, mierda!!
Explotó. Se convirtió en una supernova, en un conductor de energía. Su cuerpo se hizo demasiado pequeño para contenerla. Viajó hasta las estrellas, por todos los planetas; saludó al Principito y a su rosa, recorrió cien millones de galaxias, les recomendó a los marcianos que no se acercasen a la Tierra, resolvió el misterio de los agujeros negros, vio el nacimiento de mil planetas, llegó hasta los límites del universo y, cuando creía que los traspasaría y su viaje terminaría en los abismos del fin del mundo, donde todo es silencio y ruido atronador, un vacío lleno de preguntas, una nada tan aterradora que es todo lo oscuro y retorcido del alma humana, donde se genera la enfermedad, el odio, el miedo, pero también todo lo maravilloso, puro e inalcanzable que pueda haber entre las estrellas… Cuando creyó que todo acabaría ahí, retornó. Volvió a su cuerpo.
Sólo que ya no era su cuerpo. O, por lo menos, no su cuerpo tal y como lo recordaba.
¿Qué ha pasado? ¿Esas luces eran un coche? Sí, claro que eran un coche, un monovolumen negro enorme. No me puedo creer que me hayan atropellado a las tantas de la madrugada por estar haciendo el imbécil… Debo ser una fina capa de paté sobre el asfalto. Pero, entonces, ¿estoy muerta? ¿Esto es la muerte?
No me siento el cuerpo, no puedo moverme. Ni los pies, ni las manos, ni los párpados. Ni siquiera puedo mover los ojos para ver los bordes de esta oscuridad. Tampoco se mueven mis pulmones, buscando un poco de aire necesario. Ojalá pudiese respirar hondo y poner mi cabeza a funcionar, pero no lo consigo. Tampoco me late el corazón, no lo siento palpitar en mi pecho. Así que debo estar definitivamente muerta.
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