lunes, 14 de diciembre de 2009

Aquella playa

El nivel del mar sube y baja. Despacio. Continuamente acaricia aquella playa. Se acerca, se aleja. El agua reparte espuma entre la arena. El cielo cada vez más nuboso y una brisa cada vez más furiosa hacen que las olas aumenten su agresividad. Volcando su violencia en la playa. En aquella playa que un día nos vio jugar y pelear, sentir y sufrir. Hoy ya nadie la visita, parece que nadie quiere saber nada de ella. Como si el mundo entero se hubiera puesto en su contra. El único vestigio de que en algún momento alguien estuvo allí es una vieja barca blanca y abandonada, unos trozos de madera mojados, y algunas redes de pescar olvidadas por algo más que el tiempo. Si miras con atención veras que la playa solamente está habitada por unos cangrejos ermitaños despreocupados y locos, ciegos e iletrados, con la única esperanza de encontrar una mejor vivienda en tiempos de crisis. Las gaviotas sordas y tranquilas descansan sobre la arena, fría y antigua. Los sonidos que emiten crean una sinfonía extraña y mágica, me hace pensar en ti y en mí. En lo que hice bien y en lo que hice mal durante mi vida. Me hace preguntarme por qué he hecho tantos kilómetros para venir aquí, y aún mis pies no han tocado la arena. Puede que se me haya ido el valor en el último momento. Siempre me pasa igual. Hay tantas imágenes y tantos tesoros encerrados aquí que me agobian y me entierran vivo. Se agolpan en mis parpados y en las yemas de mis dedos. Veo esos recuerdos cobrar vida y reproducirse delante de mí. Mis lágrimas brotan de mis ojos y caen al vacio pero el viento las va meciendo hasta manchar las conchas que se encuentran a poca distancia de mí. El ruido del viento, como el fa sostenido de una flauta dulce, llega hasta mis oídos contándome los secretos que un día me fueron relatados en este mismo lugar. Cierro los ojos. Aprieto mis nudillos hasta que me duelen las manos. Clavo los pies con fuerza sobre la tierra. Mis recuerdos siguen reproduciéndose delante de mí. Como si viera la obra de teatro de mi vida. Veo como te acercas al mar, llueve pero a ti no te importa. El agua te empieza a cubrir despacio, los tobillos, las rodillas, las caderas, los hombros. No te has dado cuenta de que el mar esta vez es distinto. No te has dado cuenta que a cada paso que dabas, era un paso que te acercaba a no poder salir fuera del agua. La corriente quería llevarte hasta sus entrañas, hasta su corazón. Quería que fueras parte de su colección de barcos hundidos y de oro cubierto de algas y coral. Nuestras miradas no tuvieron que encontrarse para que yo comprendiera que ocurría. Me dirigí al agua a toda prisa, tu gritabas que no, que no iba a poder sacarte. Que moriríamos los dos. Yo demasiado joven y demasiado terco, demasiado enamorado como para hacerme a la idea de que podía perderte, no te escuché. Llegué hasta a ti justo cuando las manos de Poseidón te agarraban de las piernas y te intentaban sumergir en su reino. Llegué hasta a ti y el agua se calmo. Como si hubiéramos ganado alguna clase de combate que aún hoy no llego a entender. Te saqué fuera del agua y te llevé hasta tu casa al otro lado del muelle. Nunca más te volví a ver.

Cojo una piedra y la tiro con fuerza al mar, no hace rana, nunca he sabido cómo hacerlo. Solamente se hunde. Y hace que el agua se salpique a sí misma. Se abre un claro entre las nubes. Unos tímidos rayos de sol chocan contra el agua creando unos curiosos reflejos. Nunca había visto esta playa así. Entre la calma y la tormenta. Como un campo de batalla sin heridos, como llorar de alegría. Respire el ambiente de la playa y sentí como los nervios me rasgaban los pulmones y las alas. Sonreí y di un paso, toque la arena, di otro más. Me dio la impresión de que lejos, en uno de los alejados extremos de la playa había otra persona que al igual que yo superaba algo que siempre había estado clavado en su corazón. Me mojé los pies en la orilla. Había vuelto tantos años después a esa playa solitaria y marchita. Por fin había vuelto.

2 comentarios:

Pura dijo...

Has hecho, Mario, lo que se conoce como descripción metafórica, es decir, que el objeto descrito -en este caso la playa- se convierte en representación de algo más, casi aquí en un símbolo.
Como siempre, muy bueno.

fersk8 dijo...

es muy bueno me ha gustado mucho