martes, 13 de abril de 2010

Verde Fluorescente

Un segundo. Muerte, vida, caos, orden, millones de estímulos eléctricos al mismo tiempo. Miles de toneladas de hierro fundiéndose, cientos de miles de gotas de agua cayendo a la vez. Millones de personas diciendo la misma palabra. Millones de personas respirando. Y entre tanta simultanead mis pulmones se oxidan y se convierten en carbón por todo el humo que millones y millones de tubos de escape expulsan hasta quedar exhaustos. Mi piel se deshace cuando sin querer me veo sumergido en sus lágrimas. Y mi corazón rechaza las transfusiones de sangre de las nubes, que cansadas de ver a vista de pájaro se olvidan de dar sombra. Y yo pensando que entre todas esas fuentes de los deseos donde me dejé mis ahorros entre sus aguas, naufraga alguien menos afortunado que yo. Alguien que no vio tu sonrisa colarse entre mis párrafos y desbaratar salas de estar. Alguien que no vio que si hacía sol era para que tú sombra mirara directamente al cielo. Alguien que no supo comprender que era tu voz la que me hacía coger un bolígrafo y desangrarme lentamente.

Cojo un bolígrafo y desparramo las letras por folios, por mi habitación. Letras que toman formas distintas y algunas huyen, otras gritan, otras ríen, otras lloran. Letras que se unen y me destrozan, letras que me hacen sangrar por dentro, respirar humo, beber azufre. Letras que se unen y me miran a los ojos y yo no aguanto su mirada. Como el Doctor Frankenstein creando a un monstruo, como un niño pequeño histérico por haber roto un jarrón, como los instantes previos a lanzar la bomba atómica. Cojo un bolígrafo y comienza la tormenta, un nuevo huracán que asola mi mesa, mil ideas irrealizables, algún que otro sueño, algún que otro espejismo que prometía algo sin largo, ni ancho, ni alto. Algún que otro montón de lágrimas con forma de palabras de cristal y pétalos negros. Cojo un bolígrafo y al otro lado de mi hombro un angelito me pide que deje de pensar, que luego los hilos de mi pensamiento siempre se acaban enredando con tu pelo, me pide que pare de moverme, que luego siempre tropiezo con tus zapatos de tacón. Y en el otro hombro, un diablito sin ganas de jugar ni de sentir, me dice que dé de comer al gato y me deje de tonterías, que limpie los platos y friegue mis continuas dudas, que barra la cantidad de pelusas y colillas que hay en mis pulmones, que me tatúe el cuerpo entero espirales y sueños, paisajes y dolor.

Me tatúo en un costado la palabra soledad, seguida del dibujo de un paraguas. Que en estos días lluviosos y traviesos mojarse implica morir de sobredosis. Y luego, me miro al espejo con los parpados pegados con celo para no ver ese amasijo de metal oxidado y disconforme, inútil y dolorosamente apagado. Y apago la luz para no quedarme a oscuras con tus manías, y quemo mis ventanas para que sea más peligrosa la huida. Agazapado entre el bien y el mal no distingo ni siquiera lo más nítido. Y el sonido de los aplausos me hace daño en los oídos, y los ríos de tristeza que están plagados de ranas me dañan en las retinas, de nuevo. Como siempre, trazando planes para conquistar tus costillas y tus manos. Como siempre, perdido entre la selva de tus sabanas, entre los leones de tu cómoda, entre las ochocientas columnas jónicas colocadas al azar que me impiden el paso a tu garganta. Y vuelvo a temblar, como tiemblan las ganas de morir cuando baila con la última gota de vida, cuando te observo y tú me observas, y entonces, empiezan los tiroteos en mi mente, y los fuegos artificiales en el centro de la Tierra. Y pienso, en la escarcha que me cubre desde las corneas hasta donde alcanza la vista cuando me abandonas sin decirme que me odias, sin invitarme a soñar pero aún así soñando contigo. Y gritando al mundo que hoy he decidido ser distinto, el mundo me contesta que tú estás cansada de esa maldita señal de stop que sonríe y mira furiosa enseñando los dientes. Me dice que no paras de girar en esta borrachera de luces y defectos, de tumores cerebrales y ansías de poder, de palabras mal dichas y de balas gastadas sin querer apuntar bien.

No paras de girar y de gritar verde fluorescente. No dejas en paz a las preguntas que no tienen respuesta, no dejas de tirar poemas a otra parte. A otra parte donde se amontona la chatarra y los objetos perdidos, trozos de corazones y mis ganas de morir entre tus brazos. No paras quieta en esta cuerda floja que no resiste las inclemencias del tiempo. No deseas más que desear en paz. No muerdes más que el polvo, más que el vapor del agua y las cenizas que desprenden las pestañas de los ojos. Te bañas en la saliva que escupe la tristeza, y se sumerge en ese líquido inflamable y vírico que no se sabe si es peor que se expanda o se condense. Te miras en las legañas de las letras chinas y solo ves una mansión abandonada donde las paredes se resquebrajan, donde los muros de carga no aguantan más penas, donde el mobiliario no resiste más espesas telas de araña que no hacen más que crear desperfectos y contusiones, rabietas y ataques por sorpresa. Y yo, me confundo entre tanto mueble de cartón, me confundo con esta brújula que sólo quiere señalar al norte, me confundo con este gato negro que va rompiendo espejos y lanzando besos, me confundo con estos nervios a flor de piel que me mantienen pegado al techo. Y mirando mi reflejo en el agua mientras la ciudad arde y se derrite surge el pensamiento de que me da igual de donde hayas brotado, que me da igual de donde hayas aprendido a confeccionar mascaras, que sólo importa un segundo contigo. Y luego el siguiente.

1 comentario:

MaliceInWonderland dijo...

Lo has vuelto a hacer ^^