jueves, 26 de enero de 2012

El tigre que devora al ciervo.

Ella me contó que en otra vida debió de ser un tigre, y, que ahora, su alma despedía el aura salvaje del felino. Me lo dijo mientras comíamos en un restaurante, ella carne roja poco hecha y yo un simple plato de pasta, solo coincidíamos en el vino y la ensalada. Yo me reía, y ella me daba más argumentos sobre su vida pasada. Me decía que tenía un gran sentido del oído y del olfato, luego abrió la boca para enseñarme unos pequeños colmillos ligeramente afilados. 

-Y, por si fuera poco, sé cuándo la gente tiene miedo.

-Y te encanta la carne roja poco hecha.

-Y me encanta la carne roja poco hecha. 

Me contó que muchas veces soñaba que era un tigre. Avanzaba con cautela, corría detrás de las presas. Yo la escuchaba, su mirada se clavaba en la mía y la intensidad de su perfume, cuyo aroma no sabría explicar, me embargaba y provocaba que el mundo desapareciera a mí alrededor y que sólo quedáramos nosotros y la mesa con los platos y los cubiertos. 

-¿Tú fuiste algún animal en una vida anterior? 

Regresé al mundo. No tenía muy claro lo de las vidas pasadas y me tomaba el tema de conversación medio en broma. Además, no tenía ni idea de que animal podría haber sido y se lo dije, añadiendo, que si ella es un tigre, preferiría no haber sido un ciervo. Ella sonrío, ahora comíamos juntos, pero en otra vida tal vez podría haber sido yo el plato principal. Por un momento ella fue un tigre y yo un ciervo. Sus ojos brillaban con la luz del peligro y su pelaje a rayas centelleaba entre la espesura. Miraba a los ojos al tigre como hipnotizado. Los demás ciervos huían despavoridos y el tigre se abalanzaba sobre mí, me mordía el cuello, me daba zarpazos y me rompía la cornamenta. Mi vida como ciervo llegaba a su fin.

-A lo mejor fui un ciervo y tú me devoraste. 

Bromeé con que en ese caso, ella tendría que pagar la cuenta. Sin embargo, ahora no podía parar de pensar en haber sido un ciervo. En esa imagen perdiéndome en los ojos del tigre. Me pasaba lo mismo ahora, al mirarla a los ojos. Tenía la carne de gallina, debió de darse cuenta, dejó el tema y se centró en su plato. Miraba como se terminaba el filete, con que pasión lo hacía. 

Después de un par de cafés y de pagar la cuenta, decidimos salir a dar una vuelta. No hacía mucho frío y no era tarde. Hablábamos de otros temas, de política, películas de cine, noticias importantes, y de trabajo. Ahí estábamos, la mujer tigre y el hombre ciervo, paseando tranquilamente por la ciudad. Los gatos se alejaban y se escondían. Seguía invadiéndome su perfume. Me sentía frágil y a gusto, como mecido por un mar con oleaje. Estaba contento, ¿quién no quiere pasear con un tigre sin temer sus zarpazos? 

-¿Si fuera un ciervo me devorarías? 

-Quién sabe. Probablemente, si fueras mi presa. 

-A lo mejor estamos condenados a encontrarnos en cada vida que vivimos.

-¿Condenados? 

-Sí, porque al final acabas devorándome. Me lo imagino así, me pierdo en tus ojos y cuando quiero darme cuenta ya es tarde, no puedo escapar. 

-Puede que esta vez sea distinto. No pretendo devorar humanos- bromeó.

-Ya lo sé- sonreí- pero da igual, te miro, me pierdo en tus ojos y cuando quiero darme cuenta ya es tarde, no puedo escapar.

3 comentarios:

C.S dijo...

Me encanta Mario, seriamente, creo que es una de las mejores cosas que has escrito. Podría ser perfectamente parte de una exquisita novela :)

Mario Sánchez dijo...

Muchas gracias Carlota!!

Pura dijo...

Esto de la narración cada vez promete más. Da gusto avanzar contigo en la historia que, como dice Carlota, podría ser parte de una novela.