sábado, 21 de enero de 2012

Sin metáforas (o la influencia de las extrañas flores japonesas)

Se llamaba Rosa, el apellido ya no lo recuerdo. Trabajaba en una floristería y regaba cada cinco minutos las plantas que allí había. Cuando algún cliente entraba le solía contar cualquier curiosidad sobre la planta o la flor que elegía. Hablaba sin parar, se iba por las ramas y cuando se daba cuenta abría mucho los ojos, dejaba de hablar y sonreía. Decía que como era muy nerviosa le encantaba bailar. Bailaba todo el tiempo. Movía los brazos y las piernas, a veces sin seguir el ritmo de la música, se dejaba llevar durante horas. Luego, cansada, volvía a casa y dormía. Odiaba no poder dormir. Odiaba estar durante horas dando vueltas por la cama, muriéndose de calor o de frío si se destapaba. Odiaba ese momento en el que sabes que ya por fin vas a dormir y resulta que es la hora de levantarse. 

La conocí en la floristería, necesitaba un ramo para regalar a una compañera de trabajo que estaba en el hospital. Yo no sabía nada acerca de flores ni de sus significados pero al parecer elegí unas extrañas flores japonesas relacionadas con el destino y sus accidentes, buenos y malos. Me di cuenta de que no solía haber mucha clientela, había varias floristerías en el barrio, además de un centro comercial, moderno y bastante concurrido. Probablemente, cuando terminara mi compra y me fuera, ella se quedaría sola hasta que diera la hora de cerrar la tienda, sentada detrás de la caja registradora, esperando a que sonara la campanita que estaba colgada detrás de la puerta.

Decidí volver al día siguiente. A la tercera maceta de geranios me dijo su nombre. A la quinta, nos tomamos un café. A Rosa le encantaba el café, sujetaba la taza con ambas manos y durante unos instantes aspiraba el aroma, luego, tomándose su tiempo se lo bebía a pequeños sorbos. Yo miraba cómo se tomaba el café. Cuando tomaba café y cuando bailaba era uno de aquellos momentos en los que estaba en silencio. A mí no me importaba, me agradaba su compañía de cualquier forma. 

También le gustaban las tormentas: los sonidos y los colores. Cuando llovía no parábamos quietos, íbamos de aquí para allá calándonos hasta los huesos. Ella contenta y yo feliz viéndola sonreír. Le regalaba flores que hacía de papel, ella se las prendía del pelo, luego la lluvia acaba deshaciéndolas. No me importaba, le hacía más flores de papel. Los días transcurrían así, ella en la floristería y yo en mi trabajo, nos solíamos encontrar al atardecer. Nos contábamos todo, nuestro día a día, nuestros sueños, nuestros secretos. Desde el más mínimo detalle a la más inimaginable historia. Había algo entre nosotros que nos hacía querer estar cerca. Nos comprendíamos. Ella necesitaba bailar y yo verla en movimiento. Ella necesitaba hablar y yo escucharla. Ella necesitaba vender flores, y yo hubiera comprado todas las del planeta Tierra. Así eran las cosas, sus historias sobre cactus, mi rutina de facturas, números y oficinas. 

Algo había entre nosotros. Sabíamos desde el principio que no iba a durar eternamente, pero no nos importó. Nos bastaba con el tiempo que fuera, con el transcurso. Dejábamos a un lado nuestros problemas, nuestra soledad, nuestra monotonía. Conmigo su tienda dejó de estar casi vacía. Con ella, no me importaba trabajar ocho horas al día. Nuestra relación fue como cuándo bailábamos, corta, intensa y con una alegre melodía. Nos mirábamos a los ojos. Y ya está, no había que pensar nada más, no había que darle más vueltas. Yo había comprado las extrañas flores japonesas del destino y sus accidentes. Y ella fue la que me vendió esas flores. Pude haber elegido flores de cualquier otro lugar con un significado aburrido. Podría haber elegido cualquier otra floristería. Podría no haber vuelto al día siguiente. Y sin embargo, volví.

5 comentarios:

Mario Sánchez dijo...

Bueno Pura, como me dijiste el miércoles que probara a escribir algo sin metáforas, aquí está xD

Daniel Rosselló Rubio dijo...

Muy bueno Mario, tiene un toque Murakami muy guay :)

Pura dijo...

Estupendo, Mario. La simplicidad del relato resalta lo poético de la historia. No le hace falta más. Me gusta mucho.

Wiz dijo...

Es precioso, Mario. Me encanta el detalle de las flores japonesas y las flores de papel... Me ha encantado ^^

Mario Sánchez dijo...

Bueno, xD, muchas gracias a todos!