Ven ahora que el tiempo apremia, deja que te cuente, déjame explicarte lo que no se decir de otra forma, que quieres, los jeroglíficos ni la opera son lo mío. Tal vez te sorprendan mis pensamientos azules al caminar por un mar áspero y chillón. De verdad que no lo sé.
Sostenme. Calíbrame. Apártame de tú lado. Chilla conmigo. Estoy harto de tragarme tus conspiraciones, de beberme los malos ratos que me dejan los restos de cortar drogas inexistentes. Visita mi jaula, mis rincones, mi mueble bar, mi armario lleno de vidas. Vidas que estaban de rebajas en una tienda poco importante. Vidas que o no abrigan o ya no me valen. Comprueba si la vieja música de mi tocadiscos está demasiado salada. La sobriedad de mi residencia la compenso con poca resistencia, con sonrisas pintadas en las ventanas y en las puertas. Sonríe al mundo que hay ahí fuera, sonríe antes de marcharte. Sonríe a la cámara. Pinto sonrisas y también maquillo ilusiones. Disfrazo verdades de mentiras, pulo diamantes que no son más que circonita. De vez en cuanto camuflo dudas, corto el viento, hundo tu flota. Pones tu mano sobre la mía y tu contacto es como el chirriar de una puerta, sonoro, como una sinfonía producida por una orquesta desafinada. En realidad tu voz violeta y dorada no me resuelve mis problemas, pero no importa. Habla todo lo que quieras. Habla todo lo que quieras mientras observamos esos estridentes nubarrones formarse encima de nuestras cabezas. Un rugido, miles de gotas de lluvia demasiado incautas, no sé si por la inexperiencia o por la ingratitud, se estrellan por voluntad propia contra un asfalto excesivamente neutral. Corremos, nos paramos, el agridulce cansancio de nuestra carrera nos produce alucinaciones. Saltamos por los aires. La onda expansiva de nuestras emociones golpea el serrín y el verde barritar de los elefantes. Jadeando vuelvo a casa. No sea que la agria nostalgia me encuentre levantado a altas horas de la madrugada. Subo por la escalera, a cada escalón una historia nueva. A cada paso un año distinto a las espaldas.
Enciendo el gas, y pongo a calentar té. El agua caliente desprende un ruidoso humo. Un humo que forma figuras extrañas y familiares a la vez. Unas figuras que desaparecen sin preguntar. Que se desfiguran al intentar atraparlas entre mis manos. Que huyen a toda velocidad como todos huiríamos si dos manos gigantes nos intentarán atrapar. Como huiríamos tú y yo, si ya no tuviéramos ganas de huir. El té está listo, al contrario que yo. Cada sorbo es rugoso y denso. Como el sabor a chicle y a maíz de los buenos días a destiempo. Se acaba el té, empieza la noche. Me convierto en búho, en tinta, en una negra bruma cansada de jugar, de esperar a la espuma, de esperar por esperar. La ciudad suave y dulce al mismo tiempo, palpita corazones y otros engaños, transpira calma y estrés, agujas de tejer y tinte para el pelo, animales de compañía y vodka con limón. Demasiado misteriosa es la ciudad como para pararme a charlar con ella, demasiado carácter tienes tú como para contradecirte. No te digo que no ni cuando niego, ni cuando camino con las manos, ni cuando pienso con la garganta. No me creas, tal vez el olor afrutado y venenoso, turbio y reactivo de mi duermevela me impida hablar claro. Claro que no siempre sirve limpiar con Don Limpio las palabras, tampoco ensuciarlas con polvo y pelusas. La ciudad, tú y yo. El viento, los pájaros y perdigones que carecen de criterio. Minutos, años y cenizas. Gritos rojos, sabrosas sombras y oscuras voces.
Vuelve otro día que hoy no puedo con mi voz. No me responde el contestador automático. No me mira aquel ojo de cristal. El busca no me encuentra, Si no te he aclarado las cálidas dudas, tengo hojas de reclamaciones. Si no se te atraganta la respiración, ni tu tráquea tiene arritmia, vuelve el próximo día. Tal vez encuentre la solución perfecta o tal vez no. No lo sé.
Sostenme. Calíbrame. Apártame de tú lado. Chilla conmigo. Estoy harto de tragarme tus conspiraciones, de beberme los malos ratos que me dejan los restos de cortar drogas inexistentes. Visita mi jaula, mis rincones, mi mueble bar, mi armario lleno de vidas. Vidas que estaban de rebajas en una tienda poco importante. Vidas que o no abrigan o ya no me valen. Comprueba si la vieja música de mi tocadiscos está demasiado salada. La sobriedad de mi residencia la compenso con poca resistencia, con sonrisas pintadas en las ventanas y en las puertas. Sonríe al mundo que hay ahí fuera, sonríe antes de marcharte. Sonríe a la cámara. Pinto sonrisas y también maquillo ilusiones. Disfrazo verdades de mentiras, pulo diamantes que no son más que circonita. De vez en cuanto camuflo dudas, corto el viento, hundo tu flota. Pones tu mano sobre la mía y tu contacto es como el chirriar de una puerta, sonoro, como una sinfonía producida por una orquesta desafinada. En realidad tu voz violeta y dorada no me resuelve mis problemas, pero no importa. Habla todo lo que quieras. Habla todo lo que quieras mientras observamos esos estridentes nubarrones formarse encima de nuestras cabezas. Un rugido, miles de gotas de lluvia demasiado incautas, no sé si por la inexperiencia o por la ingratitud, se estrellan por voluntad propia contra un asfalto excesivamente neutral. Corremos, nos paramos, el agridulce cansancio de nuestra carrera nos produce alucinaciones. Saltamos por los aires. La onda expansiva de nuestras emociones golpea el serrín y el verde barritar de los elefantes. Jadeando vuelvo a casa. No sea que la agria nostalgia me encuentre levantado a altas horas de la madrugada. Subo por la escalera, a cada escalón una historia nueva. A cada paso un año distinto a las espaldas.
Enciendo el gas, y pongo a calentar té. El agua caliente desprende un ruidoso humo. Un humo que forma figuras extrañas y familiares a la vez. Unas figuras que desaparecen sin preguntar. Que se desfiguran al intentar atraparlas entre mis manos. Que huyen a toda velocidad como todos huiríamos si dos manos gigantes nos intentarán atrapar. Como huiríamos tú y yo, si ya no tuviéramos ganas de huir. El té está listo, al contrario que yo. Cada sorbo es rugoso y denso. Como el sabor a chicle y a maíz de los buenos días a destiempo. Se acaba el té, empieza la noche. Me convierto en búho, en tinta, en una negra bruma cansada de jugar, de esperar a la espuma, de esperar por esperar. La ciudad suave y dulce al mismo tiempo, palpita corazones y otros engaños, transpira calma y estrés, agujas de tejer y tinte para el pelo, animales de compañía y vodka con limón. Demasiado misteriosa es la ciudad como para pararme a charlar con ella, demasiado carácter tienes tú como para contradecirte. No te digo que no ni cuando niego, ni cuando camino con las manos, ni cuando pienso con la garganta. No me creas, tal vez el olor afrutado y venenoso, turbio y reactivo de mi duermevela me impida hablar claro. Claro que no siempre sirve limpiar con Don Limpio las palabras, tampoco ensuciarlas con polvo y pelusas. La ciudad, tú y yo. El viento, los pájaros y perdigones que carecen de criterio. Minutos, años y cenizas. Gritos rojos, sabrosas sombras y oscuras voces.
Vuelve otro día que hoy no puedo con mi voz. No me responde el contestador automático. No me mira aquel ojo de cristal. El busca no me encuentra, Si no te he aclarado las cálidas dudas, tengo hojas de reclamaciones. Si no se te atraganta la respiración, ni tu tráquea tiene arritmia, vuelve el próximo día. Tal vez encuentre la solución perfecta o tal vez no. No lo sé.
2 comentarios:
Como siempre INCREIBLE.
Es tan evocador...me encanta ^^
Un prodigio, Mario. Tus escritos llenos de sensaciones son una puerta abierta a las sinestesias. Y las clavas. Enhorabuena.
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