No busques ni entre la tierra ni entre los escarabajos. No vas a encontrar nada. Ni sonrisas ni palabras, ni nombres olvidados. Regresa a tu refugio y construye alguna maquina que te avise, que te arrastre al fango. Déjate de bromas y piensa, pon la mente en blanco o en negro o como prefieras. Piensa en el sabor de la sopa, en el mecanismo de un reloj, en como las estrellas no caen contra la Tierra, en nada importante. Descansa, mata el tiempo y al estrés. De vez en cuando viene bien cerrar los ojos para no echar la vista atrás. Y te darás cuenta que es necesario expandir horizontes. Cruzar la frontera de la ficción y la realidad. Resulta agradable salir de la ciudad y viajar con el viento, con las plumas de palomas a otros lugares. A aquellos sitios donde nadie te conoce pero que de algún modo al pisar su suelo ya te conviertes en parte de allí, en uno más durante tu breve estancia. Conoces y olvidas, ves, hueles, paladeas y tocas los muros antiguos de las madrigueras azules, los viejos cañones de madera oscura que defendían las tartas. Cruza las cañerías y las arterias que organizan el lugar. Atraviesa puentes que salvan canales de aceite y licor. Salta barrancos llenos de palacios y torreones color rubí. Conduce tu carroza entre bosques y lagos perdidos, entre cumbres nevadas y desiertos sedientos. Solo eres un extraño visitante. Un ser desconocido. Un espectador que ve una película de ensueño, que solo puede fijar la vista en la pantalla porque no tiene palomitas ni buena compañía.
Sabrás cuando es hora de regresar cuando el ruido del motor suene áspero, cuando el asfalto se queje al avanzar sobre él. Regresar. Regresar es la otra parte esencial del viaje. Algún día hay que volver, cuidado no cualquiera. Todo tiene su momento. Y cuando se produce ese retorno ahí está tu vida, intacta, tal cual la dejaste, como la canción que solo se pausa, con todos sus proyectos a medio realizar. De nuevo saltar de tejado en tejado, respirar gases grises escupidos por los coches, navegar entre los mares de gente cuando sube la marea en hora punta. Vuelve a tu caverna a regar a tus caracoles y alimentar a tus cactus. Quítale el polvo al terciopelo de las bombillas. Quema las cortinas. Abraza a la rutina. Saluda a los buenos días todas las tardes. Piensa tu estrategia, hunde barcos, ríete despacio, casi a cámara lenta con tus cómplices de locuras. Dibuja corazones en los nudos de su pelo. Da pasos de gigante y bébete la pócima que te hace ser quién eres. Vuela alto hasta su balcón y flotando háblala de tu viaje, de tu retorno, de tu instinto.
Sí, volver es una parte esencial del viaje. Hay veces que solo deseamos viajar, y otras veces deseamos volver más que nada. Ir y venir. Es como todo, mejor si lo aceptas.
2 comentarios:
Recreas muy bien la idea que Kavafis expresa en el poema Ítaca, que supongo que conocerás, aunque tú hablas de lo importante que es volver y Kavafis lo que destaca es la importancia de ir, es decir, del viaje como vida, como camino.
Imágenes muy muy sugerentes, como siempre, Mario.
Estupendo.
Me ha gustado muchísimo. Me daba la impresión al leerlo de que había como retazos de poesía por ahi camuflados, a lo mejor me equivoco XD pero además me han llamado mucho la atención todas las imágenes y las metáforas que has utilizado tanto para describir la estancia en ese lugar nuevo como el regreso a la vida de siempre. Hay de todo! Está genial!
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