viernes, 30 de diciembre de 2011

El borde.

                                   

Hace una hora:
Existe ese lugar, al borde de ningún lugar, desde donde puedes ver toda tu vida, incluso aunque no sepas a dónde estás mirando. Dicen que puedes verle la cara. Que puedes imaginarte el vacío, y cómo es caer al mar.
A qué sabe la espuma de las olas…
Antes de chocar contra las rocas.
O que incluso puedes salvarte. A veces no se trata de un borde hacia la nada, sino simplemente a todas partes. Los pies quieren saltar, mientras los brazos se amarran al aire.

                                                        Y quedas suspendido,
                                                   entre la nada y el todo infinito.
Hace un día:
-Ahora vas a decirme que me quieres.
-Voy a decirte que te quiero.
-Pero ha empezado a llover.
-En las películas, a esto lo llaman el momento perfecto.
-Es la vida real.
-Los sueños no te tocan, ni te besan, ni te quieren. Creo que prefiero esto ¿no crees?
-No lo entiendes. No es posible. Ya no. Mira la tierra, se abre entre nosotros, como uno de esos abismos inexorables. Ahora ya no puedes quererme.
-Pero…
-No, ¡ahora ya no! No ahora que tengo rumbo, no ahora que trazo planes sobre los mapas y líneas sobre los sueños. No ahora que el mundo se hace real mientras tú… tú…. Desapareces.
-¿Desaparezco?
-Sí, ¿no lo ves? La lluvia ya esta desdibujando tus bordes…

Hace un mes:
-¿Por qué la dijiste que no?
-¿Qué otra cosa iba a decirle? ¿Qué antes no la quería y ahora así? ¿Ahora que me muero y la vida es tan corta? ¿Qué quiero que nos atemos para luego dejarla cayendo sola? No, no sería justo. No lo sería.
-Pero ella te quiere.
-Pero no me tiene, así no tendrá que dejarme ir.
-No le haces un favor a nadie. Tienes que vivir.
-Pero no puedo.
-Te falta tiempo, sólo eso. No desperdicies el que tienes. Vivir tiene todas esas partes llenas de sufrimiento precisamente para que los besos sepan mejor bajo la lluvia.
-No puedo hacerle eso.
-Vas a irte. ¿Crees que ella estará bien? No, no lo estará cuando te hayas ido. Al menos regálale algo que te pertenezca.
-¿Y qué puedo darle?
- A ti mismo.

Hace un día y un minuto:
-Te dejé hacer planes. Te dejé dejar de quererme. Te de dejé marchar porque no sabía que te estaba perdiendo. No sabía… muchas cosas.
-¿Y las sabes ahora? ¿Ahora que tengo una vida? ¿Ahora que no te miro, ni te escucho, ni te busco? Ahora que camino hacia delante, en vez de ser aquella pobre estúpida, ¿ahora? ¿Ahora me quieres?
-¿Por qué te enfadas?
-Porque tu reloj es una mierda, una basura. Está estropeado sin remedio. No sabes, no… sabes llegar a tiempo.
-¿Por qué lloras?
-No estoy llorando. Estúpido, engreído, egoísta. ¡No te me acerques! Márchate, ¿no vas a marcharte de todas formas? ¿No vas a dejarme aquí tirada, imaginando viajes a dónde no podremos ir? ¿No vas a irte al único lugar al que no puede acompañarte?
-¿Quién te lo ha dicho?
-¿Quién crees? ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo? Por qué…
-Tú lo dijiste, estas cosas no se deciden. Sólo se precipitan como las gotas cayendo de una nube, no pueden volver a atrás.
-Aunque sean unas estúpidas.
-Aunque lo sean.
-Tengo una vida, y vas a quitármela.
-Pero voy a darte algo a cambio: la mía. ¿No me digas que no es un buen trato?
-No la quiero.
-Es lo único que tengo. Vamos, no llores más.
-Haré… haré lo que quiera…
-¿Ves? Te dije que iba a llover.
-No te acerques Alex, te lo advierto por última vez. Corre, lárgate, vete. Encuentra otra a la que regalarle tu vida. O quédate y lucha.
-Es demasiado tarde para todo eso, el corazón ya está arruinado y la lucha, bueno, hay cosas contra las que no se puede luchar. La mejor victoria es vivir lo que queda, aunque no se gane la batalla.
-No… no puedes irte. Era yo quien iba a irme. Era yo quien iba a vivir. Y tú también ibas a hacerlo. En otro lugar, en otro cuento, otra historia. Y seríamos felices, los dos. En dos páginas diferentes.
-Pero acabaría siendo la misma historia. La tuya. A la mía se le caen las tapas y se le humedecen las esquinas. Te regalo mis párrafos y mis letras. Tus lágrimas ya son de lluvia y tus excusas un prólogo. Este es el nudo, hace tiempo que dejamos el primer capítulo.
-Pero odio los finales.
-Entonces no habrá ninguno, hasta que tú se lo escribas.
-Alex, no…
-Esta es la segunda parte, cuando te beso.
-No…
-Cuando te beso.
-Cuando me… besas.
              
Hace un segundo:
Dicen que los besos borran la memoria mientras duran y se dibujan sobre ella inquebrantablemente cuando los labios se separan. Dicen que la muerte es el final de todos los cuentos, pero los cuentos sólo existen porque se hacen voz, y mientras alguien encuentre el tiempo para lanzarlos desde su boca hasta tus oídos, los protagonistas siempre siguen vivos. La vida es un bucle de muchas vueltas, donde los susurros nacen y regresan. Brillan y mueren, aunque la huella de su luz permanezca en el cielo, como las estrellas, que navegan como cruceros durante las noches más oscuras. Los cuerpos son eléctricos y voraces, son amantes y locos. Ninfómanos del verso y del teatro del alma. Son bailarines y compositores. Se entregan al vuelo y al abismo. Saben probar el tacto y sentir los sabores. Los cuerpos saben amar y saben vivir, incluso cuando aprenden, incluso cuando ponen nombre a todo aquello que su instinto ya había descubierto. Cuando los cuerpos se entrelazan, desaparece el viento, y nace la luz.

Y quedan suspendidos,
                                          entre la nada y el todo infinito.

martes, 20 de diciembre de 2011

Correr

Yo corría escapando de una pesadilla,
Tú corrías persiguiendo un sueño,
Él corría sin saber adónde.
Nosotros corrimos por años sin cuento, pero
Vosotros corríais detrás, persiguiéndonos.
Ellos corrían y, mientras, yo me paré a sentir el suelo

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Retretes Aéreos

No podemos elegir cómo morimos.

Puede que sea una de las verdades más aplastantemente devastadoras de la existencia.

El fin es cierto, tenemos fecha de caducidad pero… ¿y todas aquéllas preguntas?: cómo, dónde, cuándo… Sobre todo cuándo. El ser humano tiene una especie de obsesión por alargar más y más los años de vida. Puede ser que sea su orgullo de primate el que le empuje constantemente a luchar contra la madre naturaleza en pro de conseguir la inmortalidad. Tal vez sea que simplemente padecemos insatisfacción congénita (según las estadísticas “más” es la palabra favorita del 84% de la humanidad). Sea como fuere, a la mayoría de las personas le preocupa sobre todo el “cuándo”. Pero yo, siendo sincero, desde que mi tío Julio murió succionado por el wáter de un avión, estoy especialmente concienciado acerca del “cómo”.

Como cualquier niño mentalmente sano y físicamente flacucho, crecí bajo la órbita de los súper-héroes. Siendo así, desde muy joven supe que cuando mi hora final llegase, sería tras una lucha a muerte con un súper villano al que acabaría de dar la paliza de su vida (literalmente). Mi último aliento emprendería el viaje hacia el cielo de los héroes abrazado por el clamor de las masas mortales, que vociferarían mi nombre a los cuatro vientos, lamentándose de haber perdido para siempre al mejor súper-héroe de la historia. Soñaba despierto muchas veces imaginando mi “gran final”. Cada vez le añadía un par de detalles nuevos: mi madre diciéndole a una reportera que había sido un hijo maravilloso y que se arrepentía de todas las veces que me había castigado sin tele, una estatua para conmemorar mis hazañas en la entrada de mi colegio… Y cuando una versión me aburría volvía a inventar una nueva. Bueno, tal vez no fuera un niño “tan mentalmente sano”. Pero los hay peores.

El caso es que con los años maduré. Dejé de pensar en súper-héroes. Y también dejé de preocuparme por mi muerte. Pero eso fue hasta que escuché la historia de mi tío Julio. Mi tío Julio es, era, hermano de mi abuelo, el hermano pequeño, y al parecer tenía la vejiga pequeña. Muy pequeña, la vejiga más pequeña que nunca tuvo un ser humano. Por eso se negaba a subir a un avión. La familia pensaba que era porque tenía miedo y no quería admitirlo. Pero yo siempre le creí, y al final, todo lo que dijo resultó ser cierto.

El tío Julio tenía una vejiga diminuta, y por eso nunca volaba en avión, porque… ¿qué ocurre con…ya sabéis, el pis y lo-que-no-es-pis que se echa en el wáter de un avión? ¿qué ocurre cuando tiras de la cadena? Algunos, creyéndoos muy listos diréis que “no ocurre nada”, que el pis y lo-que-no-es-pis se va por la tubería, y ya está. ¿En serio? ¿Por una tubería? ¿En un avión? ¿Y luego qué? ¿Lo almacenan en un súper tanque de caca y porquerías hasta que llegan a tierra y entonces lo tiran todo por otro súper-mega-wáter? Hay que ser muy tonto para creerse algo semejante…

No, la verdad es mucho más escalofriante y mi tío Julio la conocía, porque él siempre sabía ese tipo de cosas; conocía a mucha gente, hablaba mucho con las personas, y una vez se lo chivó un amigo suyo piloto: “cuando vas al servicio en un avión y tiras de la cadena, todo lo que está en wáter es succionado por el inodoro y después, se abre una pequeña compuerta que está justo debajo y… (atención) cae, al vacío. Al estar volando a tanta altura, cualquier tipo de orina se disuelve en el aire muchísimo antes de tocar tierra. Lo otro… a veces da más problemas, dependiendo de lo sólido que sea.”

El caso es que su amigo piloto le dijo que no había de qué preocuparse, que el medio ambiente estaba a salvo ya que al fin y al cabo, los aviones siempre vuelan sobre el campo -abono natural- o sobre el mar, y el mar es agua, así que ahí se disuelve todo, como en una sopa gigante.

Pero sí que le previno acerca de… algo: Juli, (así le llaman, llamaban, sus amigos a mi tío), esto te lo digo a ti porque eres mi amigo, pero por favor, no lo vayas diciendo por ahí porque…ya sabes cómo es la gente. A veces se toman las cosas muy a la tremenda, exageran todo, y las mujeres son siempre unas histéricas –la mía por lo menos lo es. Si esto llegase a la opinión pública, cabe la posibilidad de que la gente dejara de viajar en avión, ¡Imagínate! ¡Sería como el fin del mundo! Así que tienes que jurármelo: jamás se lo contarás a nadie.

Mi tío se lo juró.

-Bien digamos que, hipotéticamente, la tecnología de los wáteres aéreos aún no estuviese del todo perfeccionada y que, hipotéticamente, se hubiesen dado casos en los cuales… el inodoro hubiese succionado, hipotéticamente, con una potencia excesiva, lo que se llamaría, hipotéticamente, entre los entendidos “una super-succión”.

-¿Qué quieres decir con eso? -Preguntó mi tío.

-Pues quiero decir, que hipotéticamente, podría ocurrir que la súper-succión provocase el succionamiento no sólo de lo que debía ser succionado sino también de cosas que desearían no haber sido succionadas, nunca.

-Hipotéticamente.

-Exacto, hipotéticamente.

-Y dime, cosas… ¿cómo cuáles? Preguntó mío (mi tío nunca deja, dejaba, cabos sueltos)

-Cosas que estaban…cerca, muy cerca, del inodoro, en el momento de la súper-succión.

-Hm, me pregunto…

Y en ese momento mi tío lo comprendió:

Aquello que, hipotéticamente, le estaba intentando decir su amigo piloto, era ¡¡que los retretes de los aviones se tragaban a las personas!! Desde ese instante, mi tío tuvo muy claro que nunca subiría a un avión. No sin su propio orinal bajo el brazo. O un paracaídas.

Mi tío siempre fue un hombre de honor, pero cuando mis padres dijeron que habían comprado billetes para volar a Las Canarias, pudo más el amor hacia los suyos que el deshonor por romper su juramento. Así que nos lo contó a todos. Reunió a toda la familia, como en el Padrino, y nos advirtió frente al terrible peligro al que nos exponíamos. Mis padres le dijeron que no se preocupase, que no era un vuelo demasiado largo y que no irían al servicio durante el trayecto. Él no sé quedó tranquilo, y sinceramente, yo tampoco. Puede que mis padres no tengan en muy alta consideración su existencia pero yo valoro la mía demasiado como para jugármela así.

A partir de ese día comenzó una larga y encarnizada lucha fratricida en el seno de la familia entre aquellos que defendían la postura anti aviones del tío Julio, y entre quienes estaban en contra. En el primer bando estaba mí tío, y en el segundo, el resto de la familia. Si me hubieran dado a escoger yo hubiese apoyado a mi tío pero no me dejaron.

Al final acabamos volando a las Canarias, pero yo no me quité el cinturón hasta que las ruedas tocaron tierra de nuevo. Fueron las dos horas y media más angustiosas de mi vida. Mis padres y yo estábamos a salvo, pero cada vez que se encendía la lucecita roja del lavabo, yo empezaba a sudar, preguntándome si quien había entrado volvería a salir, y si sería realmente éste uno de esos wáteres súper-succionadores. Afortunadamente en ese vuelo no ocurrió nada. Tampoco pasó nada en el siguiente que cogí, ni el siguiente, ni todos los demás. Así que, tengo que reconocer que durante un tiempo dejé de creer en la historia de los retretes-traga-personas. Perdí la fe. ¡Pero en mi defensa debo alegar que era todavía demasiado joven! demasiado ignorante…

El año pasado mi abuelo regaló a mi tío y al resto de sus hermanos unos billetes para Nueva Zelanda. Su sueño siempre había sido hacer windsurf y seasurf, juntos. Fueron las mejores vacaciones de sus vidas. Se lo pasaron tan en grande que luego ninguno quería volver. Y el tío Julio… el tío Julio, no volvió. 24h de vuelo son demasiadas horas incluso para una vejiga del tamaño de un portaviones. ¡ Y la vejiga de mi tío Julio era minúscula! ¡microscópica! ¡más pequeña que la de una hormiga! No le dejaron subir con su propio orinal (dijeron que anti-higiénico. ¡Asesinos!) y el pobre hombre, no pudo aguantar-se.

Lo peor fue no tener nada a lo que dar sepultura. Ni cenizas ni nada. El abuelo decidió enterrar el orinal, como acto simbólico. Hubieran enterrado también el paracaídas pero, nunca lo encontramos…

jueves, 8 de diciembre de 2011

Danza y muerte

Yo nadaba en la profunda oscuridad del agua. Ciega y sin rumbo, nadaba. Saqué la cabeza para tomar aire y en la orilla, bañana con la luz de la noche, te vi.

Tú nadabas mirando la luna en tus pensamientos. Nadabas libre entre tus ideas, entre tus recuerdos, siempre observando la luna plena que nos iluminaba.

Ella nadaba. Se deslizaba la luna en el cielo. Se sumergía en las nubes para tomar aire después y mostrarse muda ante nuestros ojos.

Vosotras nadábais. Parecíais dos bailarinas moviéndoos a la par, al son silencioso de las estrellas.

Nosotras nadábamos. Tú, ella y yo juntas. Cada una a su modo. Zambulléndonos en nuestras propias aguas.

Y ellos... no nadaban. No. Mientras nosotras nos bañábamos en el mar, en el recuerdo y en el cielo, ellos disparaban sus inmundas máquinas de sangre y muerte.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Texto entero

Pues eso. ¡Buen fin de semana!

martes, 6 de diciembre de 2011

Medio-textos

Me he encontrado este texto de Stefan Zweig partido por la mitad. ¿Nos atrevemos a completarlo?


sábado, 3 de diciembre de 2011

Tu puta culpa, suicida melancólico.


Olvida lo que has aprendido, ya no hay nada que hacer, el futuro nos ha abandonado. ¿Qué se siente? Toda la vida esperando una sorpresa, y de pronto, el mundo se ha acabado. No estás soñando, ni siquiera estás viviendo. Estás al otro lado, como tras tragar un montón de éxtasis de colores, la existencia son puros fuegos artificiales. No te entristezcas, no creo que aquí haya sitio para eso. Las lágrimas son una puta pérdida de tiempo. Sé que tu vida era una basura, que te levantabas cada mañana mirando con cara de preocupación por la ventana, que las cosas no te parecían suficiente, que el vaso de cubata siempre andaba medio vacío. Que el amor se lo había tragado una babosa, que la poesía estaba extinta, que la música te salvó de varios abismos. Que los amigos te dieron con las palas en el pecho, intentando que tu corazón volviera a latir, pero  la vida es complicada y sentías que no había solución. Que mirar hacia atrás era más fácil, que las cervezas ya no eran capaces de llenarte la cabeza de tonterías y se quedaron a solas con el hígado, escribiendo párrafos sin sentido. Demasiados tatuajes y pocos sentimientos. Qué para qué los querías, sólo traen sufrimiento. Así que ya no están, ¡salta coño! ¿No estás contento? Ni muerto ni tuerto, estás al otro lado. Cuando ya no hay nada... ¿dónde queda el resto? ¿Dónde quedamos tú y yo? Realmente no sabes una mierda... ¿Dónde quedamos, dime? Yo, que lo sé todo. Y tú, tú... que no sabes un carajo. Esta es la pregunta para la que no tengo respuesta. Son cosas que pasan, como tu estupidez congénita y tu falta de esperanza, más corrosivas que el mono de fumar. No te dejan negros los pulmones, directamente te quitan las ganas de respirar. En fin, qué voy a contarte suicida melancólico, perdiste las ganas de soñar. Y en un aullido, el mundo se ha dinamitado del susto. Todos estamos jodidos, y es tu puta culpa. Sí, no me mires así. Y despierta, despierta, ¡despierta!

lunes, 28 de noviembre de 2011

Té y meteoritos.

Desorientado y confuso como cuando suena el despertador a deshora, como cuando amanece diez minutos tarde. Con aroma a día de lluvia, a noche cerrada y descolorido como una foto de hace años, como un dibujo a carboncillo que poco a poco perdió su contenido, y su forma, y su mensaje. Pasan las horas. Tiembla el suelo. Monotonía. Desde la sala de estar a la más alta torre truena y llueve el eco de los pasos que una vez diste. Me ciegan de recuerdos. Me inmovilizan. Me atan al techo. Me queman por dentro. Mil sonidos. Mil imágenes. Ningún sentido. Tus caricias abriéndome heridas. Tu perfume me asfixia. No hay escapatoria. Me rodea siempre el mismo camino. El mismo árido paisaje. Toneladas de bruma. Siglos de andar sin dirección. Sopla el viento. Cae la Luna en tus pupilas, el Sol no sale. Todos los relojes se han parado. Y de beber sirven agitado insomnio con hielo en una copa que siempre tiene la huella candente de tu carmín. Veinticuatro horas preso. Y al despertar mi saliva es arena y tu presencia humo. Y al despertar no me he despertado todavía. Mi cabeza parece romperse en mil piezas que no encajan. No encuentro las palabras para componer ni siquiera un “buenos días”. El café se transforma en hormigón y el azúcar en cristal. Cierro los ojos. Los abro. Nada cambia. Todo sigue en su lugar. El mismo polvo. Los mismos colores. Las mismas quejas. Este continúo atardecer. Esta búsqueda eterna. Este manantial de agua color musgo y hasta arriba de estrés. Este pasadizo que está hasta arriba de pasos en falso. 

En la calle subsiste mal grapado el espectáculo de todos los días. Se pone en marcha con una moneda, se apaga cuando nadie mira. Se resquebraja el azul del cielo, todo parece de cartón. Nada es consistente pero aún así es real. Vuela el periódico. Los almacenes están llenos de gritos. Los camiones caen por un curioso efecto dominó. Los pájaros se marchan, revolotean, cantan. Los gatos callejeros observan y sonríen, debajo de los coches, perdidos entre arbustos. A veces llueve té y otras, meteoritos. Sopla el destino huracanes. Las casualidades se agolpan en una cadena de latigazos y traspiés. ¿Qué brilla a lo lejos? ¿por qué llorarán las farolas? Las paredes caen como si fueran de papel mojado. Las luciérnagas brillan y brillan. Crece el liquen. Se evapora el café. Estallan avalanchas de nieve. Se ahoga Venecia. 

Que se respiran azulejos de ceniza que pesan como losas. Que las sonrisas son de tinta azul, los días de la semana bloques de granito. Todo despide radiación. Las palomas mensajeras pierden el hilo. Que todo está fuera de control, que todo gira. Que tus labios parecen de aceite y los míos de agua, que nunca se mezclan. Que los volcanes emergen, que las ventanas se cierran. Mis decisiones me mastican y me tiño la mirada con una interrogación. Que mis pasos son tan débiles como la llama de una vela. El viento me arrastra lejos aunque no me mueve del sitio.

Se cultivan precipicios, se pintan ojeras. Se riega con cemento. Se purifica con fuego. Tú te marchas. Yo lo intento. Te sigo con la mirada pero soy yo quién se pierde de vista. La vida parece una obra de sombras chinas. Una lluvia torrencial de colores de acuarela. Difumino mis contornos, ato las imágenes que conservo de ti, con doble nudo, a mis papilas gustativas. Y me saben cómo se siente el agua oxigenada en las heridas abiertas. A esa pizca melancólica que se vierte cuando las nubes cubren París. Al terror que produce el infinito. Al impacto contra el agua gélida del Ártico.

¡Ay, los verbos!


Como parece que ya se acaban los exámenes, aquí va mi propuesta para el próximo miércoles. A ver qué os parece.

Yo, tú, él-ella-ello, nosotros-nosotras, vosotros-vosotras, ellos-ellas.
Cada párrafo (o verso, si se quiere hacer un poema) de nuestro escrito de hoy tiene que empezar por uno de estos pronombres y continuar con la forma adecuada del verbo elegido por cada uno, no importa en qué tiempo o modo. Ya veis que, como MÍNIMO, tienen que escribirse 6 párrafos —los correspondientes a las personas gramaticales— y, como MÁXIMO, si optamos por usar las variaciones de género, 11. Ni uno menos del mínimo, ni uno más del máximo.
A ver qué sale.

martes, 22 de noviembre de 2011

El porqué de las cosas

¿Por qué llueve para abajo? ¿Por qué el negro se asocia con la tristeza, el blanco con lo puro y el rojo con la pasión? ¿Por qué si se oye un golpetazo cerca de nosotros pegamos un respingo? ¿Por qué se habla tanto del tiempo en los ascensores? …

Estas y otras muchas preguntas te las habrás formulado alguna vez. Este miércoles vamos a intentar dar respuesta en forma de cuento a alguna de ellas (u otra elegida por ti), pero con una única condición: huir de la lógica y dar paso a la fantasía.

Seguro que salen cuentos espectaculares.

sábado, 19 de noviembre de 2011

La muerte del Coronel.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Y cuando se cansaron de ir señalando al mundo, con ese gesto de hurgar en el aire, que más bien les hacía parecer acusadores en el patíbulo, decidieron imaginar el nombre de las cosas. Pero entonces todo se hizo caos. Porque los hombres llamaron alas mujeres quiebra-cabezas, y las mujeres a los hombre desgaja-corazones. Mientras que entre ellas se llamaban lenguas-cuchilla y entre ellos no se llamaban. Finalmente se pusieron de acuerdo, y todos fueron palabra. A pesar de todo, pasó aún mucho tiempo antes de que los nombres fueran de todos, tiempo en el que los ricos siguieron confundiendo su dinero con los guijarros del río, mientras que los pobres lo llamaron siempre cuentos.

Así pasaban los días, con el continuo murmullo de las gentes inventando el mundo, cuando algún vecino encontró el viejo baúl de su abuelo, el medio guajiro. Lleno de los retratos de los muertos, como almas en blanco y negro, y los vestidos de boda que se confundían con las madejas de telarañas. Y al fondo de aquel cofre del tesoro encontraron un libro lleno de palabras desconocidas, y de significados absurdos. No entendieron nada, pero les gustaba el sonido de algunas, y no las dejaban de repetir a los niños todas las noches, para que tuvieran dulces sueños. El sonido de otras les causó temor, y se las susurraban al oído para que obedecieran a sus madres.

De esta forma continuaron el bautizo de las cosas. Primero pensaron las cosas buenas, y al Sol lo llamaron Ojalá, y a la Luna Arrecife, y al viento devorar y al agua galaxia. Después nombraron a las cosas malas, y a la guerra la llamaron maraña, y a las balas tristeza, y a las armas dolor. Aunque la muerte siempre fue muerte.

Y de este modo se construyeron los primeros años de Macondo, en aquellas casas de barro y cañabrava, encaladas y pulidas con la galaxia del río y arena, reforzadas con aquellos guijarros que llamaron estrellas para que no se las llevara el devorar del norte. Aunque algunos ricos siguieron reforzando sus tejados con monedas viejas.

Mercaderes y viajeros de todo el mundo, no sin cierto tono de burla, les desvelaron el verdadero nombre de las cosas. Pero ellos siguieron subiendo aquella colina, a la que se referían por lluvia, para ver como los Ojalás se escapaban una y otra vez por el horizonte. Y con la llegada de la noche esperaban a que el Arrecife luminoso apareciese en el cielo, poquito a poquito, mostrando un poco menos de oscuridad con cada día que pasaba.

Así pasaron los años, bebiendo largos tragos de galaxia de aquel río diáfano e incesante que bajaba de la selva, hablando de como algunas palabras les inquietaban y les hacían detener el corazón cuando sus miradas se encontraban por las calles del pueblo. O de como otras, malvadas, les aparecían en los sueños, o en los desiertos, como ellos los llamaban, porque al principio sólo podían referirse a ellos señalando a todas partes.

Y así lo recordaba el Coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento que, no sin temor hacia su viejo maestro de guerra, lo señalaba ahora con aquellos fusiles oxidados de tanta guerra sin sentido y de tantos hermanos que se encañonaron desde lados opuestos de la misma mesa.

Señalaban a aquel hombre de tez morena y cabellera plateada. A Aquel hombre al que en otro tiempo, antes de que llegaran los gringos con sus títeres y su codicia sin fin, habían servido fielmente, como coronel noble que era.

Todo esto pensaba el coronel Aureliano Buendía, blandiendo aquella mirada de tigre que parecía poder fundir los cañones. En todo ésto y en cómo tanta guerra no había servido para una chingada. En como las almas, si de verdad no se habían marchado ya de aquella tierra despiadada de jungla y tiburones, de malaria y sangre, se habían perdido inútilmente día tras día, año tras año.

Finalmente recordó los viejos nombres de Macondo. Y, mientras aquellos hombres desmontados por la desgracia de aquella tierra intentaban mantener el pulso firme y apretaban los gatillos de sus metalizados dolores; mientras aquellas silbantes tristezas atravesaban el aire en un huracanado devorar; cuando aquellos doce o catorce disparos finalizaban con una sangrienta maraña que había sacudido las tierras del Caribe durante tanto tiempo; cuando la muerte, que siempre fue muerte, alcanzaba con impaciencia al coronel; él sólo pudo pensar en que, a pesar de todo, los nombres de Macondo siempre habían sido los verdaderos.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Lolita, no te pierdas.


Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba.  

                              Pero en mis brazos era siempre Lolita.
Lolita no tenía dueño, aunque yo quisiera cerrar puertas detrás de sus pasos de fiera. La posesión no es poesía, si se puede amar algo tan pequeño, delicado y hermoso como una criatura indomable a la que se ata cada vez más fuerte cuando se va pronunciando su nombre. Sus gafas sobre la piscina, sus labios suaves como caramelos rojos, su angustia en tan poco espacio, esos brazos finos y blancos, mi asfixia entre ellos, nuestro viaje a través de la libertad donde la tuve presa. Y echó a correr entre los metales que iban deshaciendo nuestros cimientos. Lolita me volviste loco, qué venganza. Lolita no me dejes. Lolita no te marches. Lolita te quiero como una palabra desprendiéndose del paladar. Lolita no desaparezcas. No pierdas tus seis letras, tus dos "l", tu "o", tu "i", tú "t" y tu "a" .
                                                    
                                                        Lo-li-ta no te pierdas.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Rubí en la noche

Era una noche profunda. El silencio de las estrellas lo envolvía todo. Me acerqué a la ventana y la abrí. El viento que escupía la luna me abofeteó con odio. ¡Ah! La adorable furia de la noche.
Me senté en el alféizar con la espalda apoyada en el marco de la ventana. El pábilo del mechero iluminó momentáneamente mi rostro en la oscuridad. Prendí el cigarro. Tomé una profunda calada y observé la danza del humo hasta que se fundió con la bruma de la noche.
El cigarrillo terminó de consumirse entre mis labios. Cuando no fue más grande que mi uña lo arrojé al abismo de la calle negra.
Con un suspiro abandoné mi lugar y me dirigí al centro de la habitación.
Te miré detenidamente. Me agaché para observar tu rostro dormido. ¡Qué hermosa eras! Tomé del suelo un pincel, y humedeciéndolo en el rubí que manaba de tu estómago, me acerqué el lienzo que había más a mano. Así te mantendrías en el recuerdo para siempre. Sí. Porque yo era suficiente, tú eras suficiente.
Y así me descubrió la policía al irrumpir en mi casa.
Cerré los ojos. Encendieron la luz, rompiendo la enigmática magia de la noche. Pisaron mis bocetos, la hermosa sangre que brotaba de tu cuerpo. Lo estropearon todo antes de que hubiese podido dar la primera pincelada. Mi dolor no podía ser mayor. Me gritaron y arrastraron de allí. Pero todo lo que pasó después lo recuerdo como en un sueño, como en una extraña fantasía.
Ya me conocen. Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa humana.
En esto pienso. En estas cosas estúpidas detrás de los barrotes que me atan y me matan con una muerte, que en realidad no es tal.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Famosos comienzos

Los siguientes autores nos prestan el comienzo de sus obras para que hagamos con uno de ellos lo que nos apetezca: lo podemos usar como inicio de nuestro CORTO relato, incluirlo en la mitad, o al final, como cierre original. El caso es que nos sirva de inspiración. Eso sí, no podemos tocar nada de su redacción, ni una coma; tiene que aparecer tal cual está en nuestro escrito.

Leedlos bien para elegir bien. Todos son altamente sugerentes.

Yo, señor, no soy malo, aunque me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el cipo como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya.

Camilo José Cela. La familia de Pascual Duarte

Hay veces en que lo normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo. De entre la sucesión no contabilizada de gestos, movimientos y vislumbres que van engrosando la masa amorfa de lo cotidiano, se separa de los demás uno de ellos, aparentemente insignificante, y salta como la nota discorde de un pentagrama, se queda resonando por el aire con zumbido de moscardón, qué pasa, ha habido una avería o esto significa el comienzo de algo nuevo, nos miramos las manos, las rodillas, qué es lo que se ha transformado, hacia dónde enfocar la atención, no sé…


Carmen Martín Gaite. Lo raro es vivir.


Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Gabriel García Márquez. Cien años de soledad.

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.

Vladimir Nabokov. Lolita.

Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.

Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana.

Ernesto Sábato. El túnel.