Lolita, luz de
mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la
lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el
tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por
la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola
con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba.
Pero en mis brazos era siempre Lolita.
Lolita
no tenía dueño, aunque yo quisiera cerrar puertas detrás de sus pasos de fiera.
La posesión no es poesía, si se puede amar algo tan pequeño, delicado y hermoso
como una criatura indomable a la que se ata cada vez más fuerte cuando se va
pronunciando su nombre. Sus gafas sobre la piscina, sus labios suaves como
caramelos rojos, su angustia en tan poco espacio, esos brazos finos y blancos,
mi asfixia entre ellos, nuestro viaje a través de la libertad donde la tuve
presa. Y echó a correr entre los metales que iban deshaciendo nuestros
cimientos. Lolita me volviste loco, qué venganza. Lolita no me dejes.
Lolita no te marches. Lolita te quiero como una palabra desprendiéndose del
paladar. Lolita no desaparezcas. No pierdas tus seis letras, tus dos
"l", tu "o", tu "i", tú "t" y tu "a" .
Lo-li-ta no te
pierdas.
1 comentario:
Bien, bien. ¡QUÉ GUSTO VERTE POR AQUÍ!
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