domingo, 4 de marzo de 2012

Escritos colectivos: Un misterio no desvelado


Pues, bueno, no sé qué decirte. No es la primera vez que me preguntan esto y, la verdad, no tengo clara la respuesta. Por una parte, la idea me parece atractiva; estaría muy bien participar en algo así; pero por otro lado, no sé si por mi posición debo involucrarme en semejantes acciones que, probablemente, se malinterpretarán. Y ya sabes lo que es la fama: una vez perdida, no hay forma de recuperarla. ¿Verdad que estás de acuerdo conmigo, Jaime?
Jaime no supo qué contestar. Miró a su amigo con cara de circunstancias y esbozó una sonrisa. ‘Ya estamos con lo de siempre’ pensó, pero no dijo nada.
Y no lo dijo porque, conociendo como conocía a su amigo, sabía que en el instante en que apareciera un tono de hastío ante la repetición de este tipo de discurso, la intensidad del mismo aumentaría, y todos saben lo que es hacer enfadar a un divo. Así pues, decidió seguirle la corriente, asentir y dejar que continuara su proceso de pensamiento. Quizá, si estimulaba ciertas características de la personalidad de su amigo sería capaz de convencerlo para que formara parte de la idea propuesta que, si bien acarreaba cierto riesgo, la ganancia obtenida podía ser suficientemente alta como para ignorar los peligros.
Estuvieron hablando durante más de una hora. Lo que al principio era una propuesta acabó convirtiéndose en un favor personal y, después, tornó en un enfado que no hacía más que crecer. Jaime dudó de su amistad; si él no quería ayudarle, otro seguramente lo haría, pero eso no matizaba el malestar que sentía hacia las continuas negativas de su amigo. Jaime estaba seguro de que su plan iba a triunfar. Y, cuando lo hiciera, su amigo se arrepentiría de no haberlo aceptado.
Czetcoco argumentaba que cada persona era una persona y que cada uno tenía su propia forma, arriesgarse a perder la forma era muy peligroso pues no habría manera de recuperarla.
Para Jaime todo esto no tenía importancia, no le parecía riesgo alguno, aunque antes de proponérselo sabía que para Czetcoco sería un inconveniente. Era una acción sencilla para que no fracasara, pero dependía en parte de su colaboración.
Jaime empezaba a dudar de lograr convencerlo, pero no podía rendirse ahora que llevaba tanto tiempo hablándolo. Además se empezaba aquedar sin tiempo y sin fuerzas, necesitaba descansar y alimentarse.
—Mira, simplemente déjame el dinero, no necesitan saber que has sido tú— sugirió Jaime desesperado.
—Seguro que es la única solución.
—Venga Czetcoco, sabes cómo funciona esto; además me han asegurado que son gente de fiar.
—Ya … ya sabes que no tengo interés en involucrarme en esos asuntos, la policía…
—Lo que hacemos no es ilegal.
—Ya… pero yo estoy fichado y seguramente vigilan todos mis movimientos económicos.
Jaime frunció el ceño, conocía el pasado de Czetcoco; no era un tipo honrado, pero confiaba en él y además era el único que podía ayudarle.
—Eres el único que puede ayudarme. Si hubiese otro, se lo pediría a él, pero tú eres el único. Te necesito.
—Lo siento, esto no me da buena espina.
— Haz un esfuerzo, por favor. Te lo pagaré. Y nadie se enterará.
—Pero… ¿y si no se enteran?
—Te juro que no lo harán. Hazlo por los viejos tiempos.
Czetcoco le miró intensamente.
—Está bien, pero que nadie se entere de que he tomado parte.
Jaime pensó un momento.
—Lo haremos así.
Y cogió una hoja de papel donde escribió cómo llevar a cabo el plan.
—No lo leas aún, espera al momento adecuado, tal vez ocho, diez días, y entonces has de hacer todo cuanto hay aquí escrito. Tu fama y tu dignidad dependen de este papel, dependen de mí ahora. Hazme caso, todo saldrá como tiene que salir. Ah, y no olvides quemar el papel después de leer.


 
Por Pura, Miguel, Mario, Ulises, Pablo, Elio y Guillermo (en este orden)
29 febrero 2012

1 comentario:

Pura dijo...

El título que le puse alude al desconcierto que me entró ante el escrito.