— Pues, bueno, no sé qué decirte. No es la primera vez que me
preguntan esto y, la verdad, no tengo clara la respuesta. Por una parte, la
idea me parece atractiva; estaría muy bien participar en algo así; pero por
otro lado, no sé si por mi posición debo involucrarme en semejantes acciones
que, probablemente, se malinterpretarán. Y ya sabes lo que es la fama: una vez
perdida, no hay forma de recuperarla. ¿Verdad que estás de acuerdo conmigo,
Jaime?
Jaime no supo qué contestar. Miró a su amigo con cara de
circunstancias y esbozó una sonrisa. ‘Ya estamos con lo de siempre’ pensó, pero
no dijo nada.
Y no lo dijo porque, conociendo como conocía a su amigo,
sabía que en el instante en que apareciera un tono de hastío ante la repetición
de este tipo de discurso, la intensidad del mismo aumentaría, y todos saben lo que
es hacer enfadar a un divo. Así pues, decidió seguirle la corriente, asentir y
dejar que continuara su proceso de pensamiento. Quizá, si estimulaba ciertas
características de la personalidad de su amigo sería capaz de convencerlo para
que formara parte de la idea propuesta que, si bien acarreaba cierto riesgo, la
ganancia obtenida podía ser suficientemente alta como para ignorar los
peligros.
Estuvieron hablando durante más de una hora. Lo que al
principio era una propuesta acabó convirtiéndose en un favor personal y,
después, tornó en un enfado que no hacía más que crecer. Jaime dudó de su
amistad; si él no quería ayudarle, otro seguramente lo haría, pero eso no
matizaba el malestar que sentía hacia las continuas negativas de su amigo.
Jaime estaba seguro de que su plan iba a triunfar. Y, cuando lo hiciera, su
amigo se arrepentiría de no haberlo aceptado.
Czetcoco argumentaba que cada persona era una persona y que
cada uno tenía su propia forma, arriesgarse a perder la forma era muy peligroso
pues no habría manera de recuperarla.
Para Jaime todo esto no tenía importancia, no le parecía riesgo
alguno, aunque antes de proponérselo sabía que para Czetcoco sería un
inconveniente. Era una acción sencilla para que no fracasara, pero dependía en
parte de su colaboración.
Jaime empezaba a dudar de lograr convencerlo, pero no podía
rendirse ahora que llevaba tanto tiempo hablándolo. Además se empezaba aquedar
sin tiempo y sin fuerzas, necesitaba descansar y alimentarse.
—Mira, simplemente déjame el dinero, no necesitan saber que
has sido tú— sugirió Jaime desesperado.
—Seguro que es la única solución.
—Venga Czetcoco, sabes cómo funciona esto; además me han
asegurado que son gente de fiar.
—Ya … ya sabes que no tengo interés en involucrarme en esos
asuntos, la policía…
—Lo que hacemos no es ilegal.
—Ya… pero yo estoy fichado y seguramente vigilan todos mis
movimientos económicos.
Jaime frunció el ceño, conocía el pasado de Czetcoco; no era
un tipo honrado, pero confiaba en él y además era el único que podía ayudarle.
—Eres el único que puede ayudarme. Si hubiese otro, se lo
pediría a él, pero tú eres el único. Te necesito.
—Lo siento, esto no me da buena espina.
— Haz un esfuerzo, por favor. Te lo pagaré. Y nadie se
enterará.
—Pero… ¿y si no se enteran?
—Te juro que no lo harán. Hazlo por los viejos tiempos.
Czetcoco le miró intensamente.
—Está bien, pero que nadie se entere de que he tomado parte.
Jaime pensó un momento.
—Lo haremos así.
Y cogió una hoja de papel donde escribió cómo llevar a cabo
el plan.
—No lo leas aún, espera al momento adecuado, tal vez ocho,
diez días, y entonces has de hacer todo cuanto hay aquí escrito. Tu fama y tu
dignidad dependen de este papel, dependen de mí ahora. Hazme caso, todo saldrá
como tiene que salir. Ah, y no olvides quemar el papel después de leer.
Por Pura, Miguel, Mario, Ulises, Pablo, Elio y
Guillermo (en este orden)
29 febrero 2012
1 comentario:
El título que le puse alude al desconcierto que me entró ante el escrito.
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