- Y usted, ¿por qué se llama así, con ese nombre tan raro?
- Pues... ¡porque me lo puso mi padre, que era griego! Cuando yo nací dijo: "Este niño tiene cara de oxímoron". "¿Quéeee?" -dijo mi madre- "¿de quéee?". "De oxímoron, ¿no ves?. Está todo él como enfrentado: tiene un ojo gris azulado y otro negro, un labio regordete y para arriba y el otro fino y apenas marcado...". Y así siguió enumerando mis múltiples contrastes.
- Y usted ¿lo lleva bien?
- Pues mire, se hace lo que se puede. Ya sabe, el nombre no hace a la persona, la dignidad es algo que se lleva por dentro, y bla, bla, bla... Pero me ha costado mucho hacerme con el nombre y llegar a identificarme con él.
-Y ¿no ha pensado nunca en cambiárselo?
- Sí, claro; lo peor era de pequeño, en el colegio. Primero tenía que soportar que mis compañeros terminaran de reírse, porque no sé por qué mi nombre, nada más oírlo al pasar lista, les producía risa. Después pasaba el asunto a la curiosidad (que por qué te llamas así, que que quiere decir tu nombre, etc....). Y más tarde, llegaban los diminutivos y acortamientos del tipo de Oxi, Oxito, Osito, Yogui (por lo de oso), Morón, Moro, Mahoma... y todo, todo lo que uno pueda imaginarse.
- ¡Uf! ¡Qué mal rollo!
- Pero no podía cambiarme el nombre. Primero, por mi padre, que se sentía feliz cada vez que lo oía como si comprobara el éxito de su hazaña, y luego, porque no se pueden cambiar los nombres hasta que no se llega a la mayoría de edad, es decir, a los 18 años. Y para entonces... yo ya había solucionado mi problema.
- ¿Cómo?
- Pues convirtiéndome en un oxímoron todo yo. No solo por mis ojos de husky siberiano, no solo por mis labios, sino por mis actos, mis palabras, mis manías.
- A ver, cuente, cuente, que me tiene intrigado...
- Solo le pondré un ejemplo: Me eché una novia; era una buena chica, un poco sosa, pero me quería aunque yo a ella no. Le decía que sí siempre que me preguntaba y conseguía engatusarla con mis palabras, que ella oía embelesada: "tienes unos ojos ciegos para mí", o "eres mi niña adulta", o "quiéreme como yo te odio", y cosas por el estilo. Ella no me entendía, pero le daba igual (ya sabe usted, la fuerza de la palabra depende no tanto de su significado como de la forma de decirlo). Ella me preguntó que si nos íbamos a casar y le dije que sí, aunque yo no quería, y empezamos los preparativos. A sugerencia mía, su vestido no fue blanco sino negro (el que iba de blanco era yo). No tuvimos padrinos y a las preguntas de rigor del cura contestamos -a sugerencia mía también- a todo que no. El contraste con lo habitual era lo que me movía; yo quería el choque y el escándalo y lo conseguí.
Por eso -y por más cosas que otro día le contaré- estoy aquí y hablo con ustedes de mi vida muerta o de mi muerte viva y no oculto que soy un loco cuerdo que, como Don Quijote, ve otras realidades y que estas existen a pesar de que todos los demás piensen que no; que ando por estos parajes en los que me han recluido con una felicidad triste que intento contagiar, y que me levanto todos los días dispuesto a defender la vida hasta la muerte porque esta es la que nos hace sentirnos vivos.
No se duerma usted, compañero, que el sueño recorta la ilusión, y escúcheme, que soy un cuerdo loco que puede enimarle su triste vida.
Oiga, oiga, no se me muera, que no me gusta la soledad en compañía. Despierte y míreme, mire mi ojo gris azulado y mire mi ojo negro. Sonríame, no me ponga muecas. No se me muera, no se me muera.
5 comentarios:
Pura, no se si por propia iniciativa o por influencia de todos los locos del taller, pero nunca habías escrito nada tan surrealista XD
¡Toma, Pura, lo has subido! Me encanta muchísimo ^^
Pues sí, aquí está. Y no es nada surrealista, Dani; es real como la vida misma.
Desde luego, no sé si muchos sabrán lo que es un oxímoron, pero actúan como aquí tu personaje de ascendencia griega xD
Me encanta Pura! :)
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